"Este no es un movimiento social con orientación ideológica o programática"
La última semana fue como una pesadilla. Donde antes había estaciones de Metro o supermercados ahora hay daños muy graves. Los temores asomaron con filas, toque de queda, militares en las calles y enfrentamientos. Se ha comparado lo ocurrido con los "chalecos amarillos" franceses, pero en pocos días van más muertos en Chile que en los seis meses de protestas en París.
El Gobierno, y el sistema político en general, pareció tan sorprendido como desconcertado con la crisis que comenzó con unos jóvenes evadiendo la tarifa del Metro saltándose los torniquetes. Las reacciones han ido desde adoptar medidas que estuvieron por meses detenidas en el Congreso hasta realizar cabildos locales.
Intentar entender lo que ha sucedido es una labor que ocupará parte importante del debate público nacional. Una de las voces más destacadas en ese debate es la de Carlos Peña, académico, rector de la Universidad Diego Portales, quien fue citado por el Presidente Sebastián Piñera esta semana a La Moneda para analizar la crisis y cuyos puntos de vista ha expresado en libros y en sus influyentes columnas de actualidad política.
-¿Fue tan sorpresiva esta explosión social? Nadie, entiendo, había anunciado algo parecido, aunque hay quienes afirman, retrospectivamente, que se veía venir…
-Quizá haya que definir el fenómeno antes de responder la pregunta. La frase "explosión social" parece dar a entender que estamos en presencia de una reacción casi alérgica y en cualquier caso uniforme a algo que irrita y que habría que definir. Y lo más probable es que no sea del todo así. Lo que tenemos es un fenómeno en el que se entrelazan atentados más o menos deliberados (¿alguien de veras piensa que el incendio de 80 estaciones del Metro es fruto de la espontaneidad?); el saqueo en sectores que la fuerza pública dejó deshabitados; una protesta que, no vale la pena ocultarlo, es predominantemente generacional; y, en fin, un malestar de los grupos medios. De todos esos factores los dos últimos eran predecibles. Estamos asistiendo a cambios en la cultura juvenil y, desde luego a expectativas frustradas de los grupos medios. Una nueva generación entra en escena y le irrita la desigualdad que, una vez que el bienestar decrece, queda a la vista. Lo que no era predecible es que todo eso se juntara de una vez. Quienes afirman que todos esos fenómenos juntos eran predecibles, están presos de una ilusión retrospectiva.
-¿De qué manera es compatible el fenómeno con el proceso de modernización capitalista y aumento del bienestar en el Chile de las últimas décadas que usted ha destacado?
-Que el bienestar ha aumentado no cabe ninguna duda, es cosa de mirar las cifras. Las condiciones materiales han mejorado de la tierra al cielo. ¿Es compatible la protesta con esa mejora? Sin duda. Ocurrió en la Europa de la posguerra, por ejemplo. La literatura -a mediados del XIX- lo describe como la paradoja del bienestar. Suele ocurrir que las sociedades experimenten revueltas cuando mejor están. Lo subrayó Tocqueville cuando en El antiguo régimen y la revolución, observó que lo más sorprendente era que los franceses se rebelaron cuando, apreciado comparativamente, mejor estaban. Es probable que todo esto se relacione con el hecho que las mayorías históricamente excluidas aspiran a bienes posicionales, bienes que confieren alta renta y prestigio cuando son de minorías como ocurre con los certificados universitarios y otros signos de estatus. Pero ahora cuando se masificaron, eso ya no ocurre, porque las ventajas que conferían se esfuman cuando todos acceden y entonces se produce la paradoja de Hirsch: se accede a ellos para comprobar que ya no proveen lo que proveían cuando se los miraba a la distancia. Disculpe la autocita; pero todo eso lo expliqué en mi libro "Lo que el dinero sí puede comprar". Allí dije que esa era una de las paradojas a las que una sociedad que se moderniza, como la chilena, debía hacer frente. Al aumento del bienestar y simultáneamente de la frustración. No creo haberme equivocado en eso.
-Es cierto que también ha recordado que ese proceso inevitablemente encierra una ambivalencia que mezcla progreso e insatisfacción. ¿Así de profundo podía llegar a ser ese malestar?
-Por supuesto. La modernidad es una mezcla de progreso y desilusión. Permítame recordar algunos lugares clásicos donde todo esto se subraya. Según consignó Boswell, el Doctor Johnson solía decir que la vida es un progreso de deseo en deseo, no de disfrute en disfrute. Y creo que tenía toda la razón. Freud dijo luego que la cultura o la civilización anidaba siempre un malestar. Raymond Aron dijo que esa era la dialéctica de la sociedad moderna. Las sociedades mejoran y sus miembros cambian sus expectativas: es como si el deseo siempre fuera por delante de la realidad. Por supuesto nada de esto quiere decir (en estos días donde todo se malentiende le agradecería lo subrayara) que haya que resignarse a la injusticia o a la herida de desigualdad que padece nuestro país; pero hay que estar advertido que ello nunca espantará del todo a la desilusión.
-¿Qué sector es el que ha explotado: la clase media, los jóvenes, los pobres, los "antisistema", una mezcla de ellos?
-Lo que soy capaz de observar es que hay ante todo una fuerte reacción generacional. Los jóvenes han erigido su mera subjetividad como una fuente de certeza, como si bastara tener la convicción de que algo es injusto para que, con prescindencia de toda deliberación, deba aceptarse por todos como tal. Eso puede ser descrito como una especie de anomia que, creo, salta a la vista. Sin embargo ese no es el único factor. El malestar de esa generación ha encontrado un escenario social propicio que describiría como una crisis de legitimidad. La modernización capitalista que he descrito otras veces (describir no es lo mismo que encomiar) descansa sobre la promesa del bienestar creciente, sobre la expansión del consumo hacia sectores tradicionalmente excluidos que confiaron en las promesas de tiempos mejores y hoy se ven frustrados. No es casualidad que los mismos sectores que llevaron al triunfo a Piñera -Maipú, Puente Alto, La Florida- hayan sido los más propicios a la revuelta o sus principales víctimas. La clave de las sociedades es la forma en que legitiman la desigualdad y eso es lo que en Chile ha entrado en crisis: la promesa del bienestar y el consumo expandido que el Presidente Piñera esgrimió ganándose con ello la confianza de los mismos sectores que hoy lo rechazan.
-¿Se puede atisbar qué es lo que está detrás de estos movimientos? Parecería mezquino limitarlo a una convulsión delictual o al pillaje, pero una reacción al abuso o la desigualdad es algo que está lejos de haber sido claramente planteado y se contradice con los lugares atacados por la protesta violenta.
-Es probable que haya un componente deliberado de parte de ciertos grupos, en cualquier caso minoritarios. Como ya dije sería ingenuo pensar que ochenta estaciones de Metro puedan ser incendiadas con tal facilidad e inmediatez de una manera puramente espontánea y especialmente en los sectores más populares. No quiero decir con esto que la protesta sea totalmente diseñada o puramente delictual (ya expliqué que hay un escenario de crisis de legitimidad que la hizo posible); pero no sería correcto describir este fenómeno como una simple y fervorosa demanda de justicia. De algo no cabe duda: este no es un movimiento social con orientación ideológica o programática, por mucho que hoy, como parte del oportunismo de estos días, se le quiera presentar así. Es la expresión de un malestar, sin duda, pero no está animado ni por una orgánica, ni ideológicamente orientado.
-¿De qué manera se vinculan, o no se vinculan de ninguna, las manifestaciones pacíficas e incluso alegres con los saqueos e incendios?, ¿es una muestra más de que vivimos en un país dividido, con realidades paralelas?
-Hay una protesta alegre, carnavalesca, por una parte, y una amarga y violenta por la otra. Es probable que haya algo de lo que usted menciona: por una parte una población, especialmente juvenil, que anhela valores posmaterialistas, y se expresa festivamente, y por la otra una población más deprivada a la que la fuerza pública no logra proteger y que -como ha ocurrido estos días- por momentos dejó entregada a las pandillas y con toda probabilidad a grupos de narcos. Hay en todo esto una contradicción cultural entre esos grupos, sin duda, pero también una desigualdad que salta a la vista en la producción del orden que es el deber del Estado. Quizá sea hora de recordar que la peor de las desigualdades es la desigualdad en la producción de orden que es el principal y más básico deber del Estado.
-¿Es solo una impresión o hay algo de clasismo en cómo se informa por los medios ("marchas ejemplares" frente a "grupos vandálicos") e incluso en cómo se despliegan geográficamente los soldados y policías: se vio mucha más vigilancia en sectores acomodados que en las comunas con mayores saqueos?
-Por supuesto que hay clasismo en todo esto. Hasta el malestar expresa clasismo. Y hay un raro encubrimiento (involuntario, sin duda, por parte de los medios y los matinales) de la virtual destrucción de la ciudad, de la terrible materialidad de lo que ha ocurrido. El velo de los reclamos de justicia encubriendo una destrucción que pocas veces se ha visto. Todo esto se presenta una y otra vez como una manifestación "pacífica" motivada por cuestiones de justicia, de la que la violencia sería accesoria, accidental, prescindible. Es como si un grupo de personas expusiera los motivos supuestamente razonables de un crimen y se negara a mirar el cadáver destrozado que está a sus pies.
-Se le ha hecho decir a Goethe, al parecer de manera no del todo exacta, que prefería la injusticia al desorden, para demostrar su conservadurismo. Pero, ¿es posible la justicia o las exigencias de justicia sin algún orden?
-Por supuesto que Goethe tenía toda la razón. Y eso no es conservadurismo, es simple ilustración. Si hay algo en lo que toda la literatura en filosofía política está de acuerdo, es que el orden en la vida social no es espontáneo. Es producido por las reglas y en última instancia por la coacción. Retire usted el estado de la ciudad y no tendrá una arcádica vida de pastores (la expresión es de Kant) sino un infierno del que todos querrán huir a cualquier costo, incluso al costo del autoritarismo de ultraderecha ¿Acaso no es eso lo que han vivido todos estos días los sectores periféricos de Santiago, allí donde habitan la mayor parte de los grupos medios?
-Hablando de orden. Producida la crisis, ¿tenía alternativa el Presidente antes de decretar un estado de excepción?
-Para saberlo habría que manejar los datos que él tuvo presentes. Pero al parecer la fuerza pública le hizo saber que a ella no le era posible mantener el orden. Luego de un diagnóstico como ese, que al parecer el Presidente recibió, no quedaba otro camino.
-¿Existe algún riesgo para el sistema democrático? El expresidente Lagos ha señalado que poner militares en las calles le daba una sensación de "volver atrás".
-Me parece que el Presidente Lagos se dejó llevar por el síndrome de estos días: el temor de irritar a las audiencias y a Twitter. Su frase insinúa algo que no es aceptable y que él, más sereno, seguramente advierte: es abusivo comparar la dictadura con una medida de excepción que si no se adoptaba acabaría dañando a los sectores medios y populares. La suya me parece una frase que no está a su altura, una insinuación ambigua que no ayuda a nadie salvo a él mismo en la medida que le evita molestias. El presidente Lagos sabe que los estados de excepción son, en ciertas condiciones, inevitables en una democracia. Y al revés de dañarla, suelen salvarla.
-¿Y considera que hay motivos para alarmarse respecto de la situación de los derechos humanos?
-Por supuesto que ese sí debe ser motivo de alarma y de la crítica más severa. El desafío del Estado es imponer el orden sin sacrificar o lesionar los derechos humanos. Los derechos humanos son el coto vedado de la intervención estatal. Y habrá, por supuesto, que hacer valer las responsabilidades por ello.
-¿Qué le pareció que algunos partidos no hayan asistido a la reunión que el presidente Piñera invitó para discutir algunas de las medidas que pensaba adoptar?
-Me pareció una muestra de oportunismo, un signo de infantilismo total. Lo correcto de las fuerzas políticas en una democracia es no restarse a la deliberación, menos en un momento tan grave como el que vivía el país. El PS y el Frente Amplio no han estado a la altura del lugar que poseen en el sistema político. Aquí no se trataba de apoyar al gobierno de Piñera, sino de fortalecer siquiera simbólicamente la autoridad del estado y de las instituciones. Pero conforme pasen los días y el fervor disminuya ya podrán explicar en virtud de qué pretextos en vez de sumarse al control prefirieran tomar palco.
-¿Cree que las medidas anunciadas el martes descomprimirán la tensión que existe, considerando que algunos de los puntos más cuestionados antes de la crisis, con más o menos coherencia, no se tocaron: el sistema de AFP, la reintegración tributaria…?
-Esta tensión tiene un componente pulsional que, por supuesto, pasará en estos días. El problema político sin embargo subsistirá. De eso no cabe duda. Y ello no tiene nada de malo a condición que se gestione mediante el procedimiento democrático. El Gobierno del presidente Piñera -mal que pese- seguirá siendo un Gobierno de derecha y no creo que en estos días cambie su agenda o sus convicciones ideológicas. Habrá, claro, un Gobierno de derecha menos ortodoxo; pero seguirá siendo de derecha. Y ya en las elecciones la ciudadanía tendrá la oportunidad de decir quién, a su juicio, estuvo a la altura de las circunstancias.
-Si tuvo que suceder todo esto para que se anunciaran esas medidas, ¿significa que algo está funcionando mal en el sistema político?
-Es probable que el sistema político no esté en condiciones de controlar todos los procesos sociales o anticiparse a ellos. El sistema político es parte de las contradicciones y padece a veces el mismo extravío de la sociedad de la que forma parte. Lo que importa, y hay que exigirle, es que no abandone el procedimiento democrático una vez que los problemas se revelan. Ese es el desafío de hoy. No vaya a ocurrir que por salir del atolladero, se sacrifiquen las rutinas del debate y el procedimiento democrático. Y ello no solo ocurriría en la hipótesis improbable del autoritarismo, sino en la más plausible de las mesas sociales donde se renuncia a la democracia representativa a favor de una democracia orgánica que está lejos de ser la mejor forma de la democracia en la medida que entrega a los grupos que tienen menores costes de organización una gran influencia en la vida social.
-¿Piensa que "Chile despertó", considerando que la vigilia puede ser menos agradable que el sueño?
-Las sociedades ni duermen ni despiertan. Reposan en esa estera invisible que llamamos cultura y que se compone de valores, virtudes estimables, futuros imaginados y reglas de distribución. Cuando esa estera cambia o muestra contradicciones no es que la sociedad despierte, entra más bien en una duda acerca de sí misma. Hasta que el asunto se resuelve y la rueda empieza a girar de nuevo.
"La frase "explosión social" parece dar a entender que estamos en presencia de una reacción casi alérgica y en cualquier caso uniforme a algo que irrita y que habría que definir. Y lo más probable es que no sea del todo así" "Me parece que el Presidente Lagos se dejó llevar por el síndrome de estos días: el temor de irritar a las audiencias y a Twitter"
"Es probable que el sistema político no esté en condiciones de controlar todos los procesos sociales o anticiparse a ellos"