El fin del oasis
Javier A. Labrín Jofré , Director ejecutivo Fundación Libertad Región Valparaíso
Nuestro país atraviesa uno de los momentos más complejos de sus últimas décadas. Muchos creen que la crisis social vivida en las últimas semanas marcará significativamente nuestro futuro próximo. De esta forma, parece necesario intentar dar algunas luces -mas no diagnósticos definitivos- sobre los motivos, causas, alcances y características del estallido social que atraviesa Chile.
En primer lugar, para definir lo que es, enunciemos lo que no es: un movimiento social definido, articulado y estructurado. Pues, estamos frente a un colectivo líquido, que aparentemente nació de forma espontánea y ha ido in crescendo, el cual no tiene un orgánica determinada, ni exhibe liderazgos definidos o interlocutores claros. Además, presenta un menjunje de demandas indeterminadas. Algunas aisladas, otras directamente contradictorias. En esta mixtura cabe desde Asamblea Constituyente, No más AFP, hasta las demandas regionalistas que chocan con las necesidades del leviatán metropolitano. En otras palabras, no hay un petitorio fijo.
Por otro lado, en segundo lugar, dentro de las características de este estallido se encuentra su composición inminentemente millennials. Los que el 2006, a los 15 años, participaron en la Revolución Pingüina, luego, el 2011, a los 20 años, fueron parte del Movimiento Estudiantil, ahora, a los 28 años, son los que han pujado con más fuerza las marchas y las cacerolas. Es decir, una generación que creció en movilizaciones.
En tercer lugar, sería mezquino decir que esto explotó únicamente por el alza en el pasaje del Metro. No. Esta revuelta es producto de los problemas de legitimidad de nuestra autoridad e instituciones, de la falta de cohesión e integración social y de la inexistencia de un affectio societatis en nuestro proyecto país. Así, los episodios de abusos, tanto en las instituciones estatales como privadas; de corrupción en el Ejército, en Carabineros, los sobresueldos y los operadores políticos, o la colusión de las farmacias, las papeleras y la industria avícola, han alimentado una percepción de injusticias y desigualdades en nuestro modelo de desarrollo. Pues, si bien el crecimiento económico nos ha dado frutos en la erradicación de la pobreza, resulta, también, necesario contar una cierta base de igualdad que permita integrar a la comunidad política. Dicho de otro modo, sin una autoridad legítima y legitimada, y un sueño de país en común, nada nos asegura la paz social.
De esta forma, las tres consideraciones anteriores ayudarán a vislumbrar ciertos elementos de la coyuntura actual. Pero, más allá de las causas y características, debemos advertir que luego de esta semana, Chile no será igual. Asimismo, es ingenuo pensar que una batería de anuncios sosegará a los chilenos. No basta con detener las alzas, aumentar un 20% la Pensión Básica Solidaria, ni que un empresario incremente a $500.000 el sueldo a sus trabajadores.
Como mencionamos, la movilización no quiere algo en concreto. Por lo tanto, estas medidas no aplacarán el sentido de buscar justicia. Lo que necesitábamos es un proyecto país y sacrificios. Primero, urge un nuevo relato, uno que integre a la comunidad política, que llame a sentirse parte de ese Crecer con Igualdad o de esa Segunda Transición. Y, segundo, la política también es estética. La ciudadanía necesita señales simbólicas de que la clase dirigente acusó recibo. Por ejemplo, en uno de los pasajes más fuscos de la Iglesia Católica Chilena, todos los obispos pusieron su renuncia a disposición del Papa. Así, Chile, que despertó, espera una expiación similar de la clase política.