¿Qué es lo que vemos ahora?
"Queda ahora la difícil implementación del acuerdo, pero esta se facilitará enormemente si los representantes persisten en la práctica de algunas virtudes que aparecieron el jueves" Agustín Squella Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales
La noche del jueves recién pasado, lo que vimos en movimiento fue a la democracia, a la democracia representativa que, como su nombre lo indica, opera a través de representantes electos, y dentro de poco veremos en funcionamiento esa modalidad de la democracia directa que son los plebiscitos. Vimos el funcionamiento de la democracia a telón abierto y no oculta en una cocina, y la vio todo el que quisiera, todo el que esa noche optó por mantener el televisor encendido y sacrificar algunas horas de sueño, y lo que presenciamos finalmente fue un acuerdo logrado después de extensas deliberaciones.
Tal como hicimos con varios asuntos económicos y sociales, habíamos barrido el debate constitucional bajo la alfombra, y el riesgo de meter muchas cosas bajo la alfombra es que se acabe tropezando con ella. Tropezamos, entonces, perdimos el equilibrio, y estuvimos a punto de irnos de bruces al suelo, pero lo que nos salvó de esto último fue el acuerdo logrado esa noche. Queda ahora la difícil implementación del acuerdo, pero esta se facilitará enormemente si los representantes persisten en la práctica de algunas virtudes que aparecieron la noche del jueves: transparencia, disposición al diálogo, reflexión, deliberación colectiva, lealtad recíproca, buena fe.
No han desaparecido los desacuerdos políticos - nunca lo hacen y menos en una democracia -, pero todos entendieron que en una situación de crisis impredecible como la presente se imponía un acuerdo en materia constitucional. Un acuerdo en el que ningún sector político ganó todo y en el que tampoco ninguno perdió todo. Esto también es propio de la democracia: nadie gana ni pierde todo, lo cual no significa que la democracia juegue al empate: a lo que juega es a los acuerdos, y cuando estos se tornan difíciles o imposibles, lo que ella hace es aplicar la regla de la mayoría.
Lo señalamos aquí en una columna anterior: el fin de la conversación es el fin del pensamiento, el fin también de la política, e incluso el fin del futuro. Una conversación que grupos muy minoritarios, y a veces incluso violentos, no querrían que se produjera jamás, en la idea de que la violencia, no la política, es lo que hace avanzar la historia.
Ciudadanos, organizaciones sociales, partidos políticos, universidades, medios de comunicación tendrán que hacer ahora un seguimiento al acuerdo alcanzado y colaborar a su buena y cabal implementación, pacificando para ello los espíritus y, sin renunciar a las movilizaciones que pudieran mostrarse necesarias, sentarse en ruedo y activar la conversación. Será igualmente necesario que todos colaboremos en una pedagogía ciudadana sobre los contenidos de una nueva Constitución y sobre los mecanismos que han sido propuestos para ella.
Termino de redactar esta columna sentado en el banco de una plaza, en medio de la dulce fragancia de los jacarandás, una fragancia que al menos hoy no está contaminada ni por por bombas incendiarias ni por gases lacrimógenos.