En los primeros días de la crisis social que ya suma más de un mes en nuestro país, el académico e historiador Gonzalo Serrano del Pozo publicó una columna en la cual se preguntaba por los gestos de solidaridad concretos en el mundo del fútbol profesional chileno.
El profesor, quien también fue dirigente de Santiago Wanderers, planteaba que en camarines y estadios se vive a diario la injusticia y también la falta de empatía de quienes ganan sueldos millonarios con los menos favorecidos, como juveniles o utileros.
A medida que las manifestaciones por mayor justicia social iban creciendo, aumentaron también las muestras de apoyo virtuales de algunos jugadores, quienes dejaban de publicar fotos en la cancha en sus perfiles de Instagram para compartir imágenes de marchas o protestas. Ese fue el acercamiento del mundo futbolero a un conflicto que ha desembocado en un proceso para dotar al país de una nueva Constitución.
La dirigencia de los clubes profesionales, por su parte, insistió -con poco éxito- en el retorno de la competencia durante semanas. Sin detenerse un momento a reflexionar sobre el momento que vivía Chile, la consigna fue que debía volver la normalidad a los estadios. Y en esa cruzada, insospechadamente, fueron apoyados incluso por el Sindicato de Futbolistas Profesionales (Sifup), quienes en un primer momento se opusieron a jugar, pero después apoyaron la reanudación del campeonato.
Esa aventura terminó en el frustrado partido de Magallanes y Cobreloa en La Pintana.
En la región, esta suerte de burbuja futbolística ha sido evidente debido al mutismo de los planteles de Wanderers y Everton. También de sus dirigentes.
Mientras Chile cambia su piel, y también se desangra y se quema, instituciones tan representativas de la gente no pueden guardar silencio o publicar en redes sociales apenas dos párrafos de lugares comunes.
Cuando Valparaíso ardió hace cinco años, Moisés Villarroel y Gastón Cellerino, entre otros muchos jugadores, subieron sin cámaras a ayudar en los cerros a los damnificados.
Hoy ningún futbolista siquiera ha llamado por teléfono a Luis Ahumada, socio wanderino que fue baleado en Reñaca durante una manifestación. La dirigencia porteña lo contactó una semana después de los hechos.
Tampoco en Viña se han escuchado voces oro y cielo para condenar la violencia que ha campeado en diversos puntos de la ciudad y que ponen en jaque al comercio.
La desconexión del fútbol con la contingencia sorprende, porque contrasta con las multitudes que asisten domingo a domingo al estadio y vibra con el más bello de los deportes.