A propósito de los ya dos incendios que han destruido una increíble cantidad de viviendas en casi 5 años, es pertinente preguntarse ¿cómo se ha logrado que en Chile un terremoto, que devastaría casi cualquier zona de este planeta, no genere el mismo daño?
La respuesta es para nosotros sencilla: hemos construido una cultura sísmica, frase que suma las reglamentaciones, enseñanzas, conductas y planificaciones que han definido un modelo de construcción que incluye profesionales competentes, mecánica de suelos, cálculo estructural, especificaciones técnicas, sistemas constructivos y diseño arquitectónico, entre otras, aunque no siempre fue así.
En 1928, el terremoto de Talca dejó como consecuencia más de trescientos muertos, millares de heridos, una vasta destrucción de inmuebles y cuantiosos daños materiales. Las autoridades de aquel tiempo reconocieron que el origen del daño estaba en que, tanto la arquitectura como las obras de urbanización se edificaban sin valorizar la condición sísmica de nuestro país. A partir de esa trágica experiencia, y para prevenir nuevos desastres, se activó, técnica y políticamente, la redacción de una serie de normativas para regular la actividad constructiva y acotar el riesgo de la futura ocurrencia de un terremoto. El conjunto de aquellas normativas se consolidaron con la promulgación de la Ley de Urbanismo y Construcción, publicada, finalmente, el 6 de febrero de 1936, prácticamente tres años antes del, también devastador, terremoto de Chillán.
En ésta se establecieron una serie de disposiciones que hoy día nos son absolutamente naturales, como la determinación para que "en todas las municipalidades de la república hubiera una Dirección de Obras Municipales dirigida por un arquitecto o ingeniero" y que "no se podrá construir, reconstruir ni efectuar reparaciones en un edificio sin permiso de la Dirección de Obras Municipales". Y es evidente que gracias a aquella iniciativa es hoy posible señalar que el riesgo de daños por un terremoto se encuentra controlado y las consecuencias fatales en franca disminución.
Con la planificación urbana, lamentablemente, entregada al mercado, lo menos que se puede exigir, como han dicho especialistas, es que las leyes de urbanización existentes se cumplan; que las normativas deficitarias se actualicen; que los instrumentos de planificación territorial que se deban dictar se dicten y que los proyectos que se deban desarrollar se propongan. Porque ya no podemos seguir detrás de los desastres, es responsabilidad de todos repensar la ciudad y antes de volver a reconstruir en zonas de riesgos se podría evaluar un plan de reocupación del Almendral, sector donde hay vías consolidadas, servicios de todo tipo, equipamiento urbano y muy pocos habitantes ocupándolo. Ya que para pensar en un mejor futuro, Valparaíso no puede seguir extendiendo su área urbana sobre sectores de riesgo y que éstos sean ocupados por los más vulnerables, en cada vez más precarias condiciones.