Las entrañas de Lisboa, una ciudad bajo tierra que acabó con la falta de agua para la gente
HISTORIA. Construido en el siglo XVIII, el laberinto de túneles alcanza los 32 kilómetros de extensión y postula a ser declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad.
Lisboa, una de las más atractivas capitales europeas, esconde bajo sus calles un laberinto de túneles y galerías que fueron parte de un complejo sistema de canalización que ayudó a poner fin a la falta de agua apta para el consumo en la ciudad.
Esta "metrópoli" subterránea fue construida en el siglo XVIII como parte de un proyecto para abastecer de agua potable a la ciudad, que no podía aprovechar el río Tajo por su salinidad.
Las galerías, que nacen a los pies del Acueducto de Lisboa, forman un laberinto de 32 kilómetros que opta a ser Patrimonio Histórico de la Humanidad de la Unesco.
De esta monumental obra solo dos kilómetros se han abierto al público, para recorridos guiados y en grupos pequeños para asegurar la conservación y evitar problemas por las limitaciones del espacio.El recorrido por estos oscuros caminos, a tres metros y medio de profundidad, permite descubrir una Lisboa muy diferente de la mano de fotografías de la superficie colgadas en las estrechas paredes de los túneles, que ilustran la ruta y orientan al visitante sobre el punto exacto en el que se encuentra.
Esta red de túneles, explica José Dias, guía turístico, contribuyó a transformar la ciudad y a crear una "nueva Lisboa", tratando de ponerla a la altura de grandes capitales europeas del momento como Londres o París.
Arquitectura
"Lo que es más sorprendente (de las galerías) es la arquitectura, el hecho de saber que toda la obra fue esculpida a mano porque en la época no había herramientas electrónicas", dice el guía, antes de adentrarse en las entrañas de la capital lusa.
La obra fue construida durante el reinado de João V, que quiso idear un sistema para llevar agua potable a los lisboetas. La historiadora Bárbara Bruno, que acompaña las visitas guiadas, relata a Efe qué pasaba por la cabeza del monarca para intentar subsanar los problemas de la Lisboa del siglo XVIII.
"Lisboa tiene muy poca agua y el río tiene agua salada, por lo que necesitábamos de un acueducto que trajera agua de fuera de la ciudad para poder materializar todos los proyectos que estaban en la mente de João V", cuenta.
Con el Tajo descartado, surgió la idea de aprovechar las aguas del valle de la ribera de Carenque, en la región de Belas, Sintra, y dada la distancia con esta zona se procedió, por orden del rey, a la construcción del acueducto de las aguas libres, obra que se inició en 1731.
El sistema sería completado con las galerías y las obras demoraron más de un siglo, un gran esfuerzo que acabó por dar sus frutos porque permitió que Lisboa contara con cuatro litros de agua potable al día y por persona.
Las prioridades a la hora de repartir el agua estaban claras: primero la nobleza, seguida de los militares, la industria y los hospitales.
Al año, en torno a unos 1.600 turistas visitan los pasadizos, con zonas de apenas 1,64 metros de altura, y con un ancho de 1,20 metros.
De los 58 kilómetros del acueducto, el tramo más notable en la actualidad es el que se erige sobre el Valle de Alcántara, a las afueras de Lisboa, hoy atravesado por carreteras y vías férreas.
Este tramo, de 941 metros de longitud, está compuesto por 35 arcos, entre los que se encuentra el mayor arco de ojiva de piedra del mundo con 65,29 metros de alto y 28,86 de ancho.
La construcción del acueducto, que desde 1910 es considerado Monumento Nacional, solo fue posible gracias a lo que se llamó "Real de agua", un impuesto implantado sobre bienes esenciales como el aceite, el vino o la carne.
Además, Si bien el acueducto llevó agua a la ciudad hasta 1967, desde el 60 aproximadamente había dejado de suministrar agua potable, siendo destinada la de los últimos años fundamentalmente al cultivo; tras esto, pasó a formar parte del patrimonio del Museo del Agua.
El asesino del acueducto
Siempre le acompañará una historia negra, puesto que desde 1837 se mantuvo cerrado varias décadas a causa del "asesino del acueducto", un homicida en serie gallego llamado Diogo Alves que acumuló más de 70 muertes. Alves, que atracaba y mataba a sus víctimas en lo alto del acueducto y las lanzaba al vacío, pasó a la historia por ser uno de los últimos condenados a muerte en Portugal por crímenes civiles; fue decapitado en 1841 y su cabeza sigue siendo conservada en formol en la facultad de medicina de la Universidad de Lisboa.