Esta pandemia ha removido muy profundamente a toda la humanidad. Por imperativo de sobrevivencia hemos vuelto a lo más esencial: la solidaridad. Unos y otros nos debemos y dependemos. Necesitamos de los demás para vivir. La lógica de la sobrevivencia individual no sirve.
Su enseñanza ha sido muy precisa. En el ámbito político, que la vida se hace en sociedad, que nuestro futuro depende de todos (o sanamos o perecemos). También nos muestra socialmente que la familia, en cualquiera de sus formas, es efectivamente la realidad nuclear de la sociedad, es nuestro refugio sanador y con ello nuestro sustento efectivo y afectivo.
Nos ha enseñado que la economía no es un fin, sino un medio. Está supeditada a la salud de todos, entendido como "un estado de completo bienestar físico, mental y social" (OMS). La salud sólo rinde su verdadero fruto cuando todos alcanzan ese bienestar. Si mantener la salud afecta las bolsas, los mercados internacionales, las materias primas, las monedas, lo que nos lleva a una recesión global, tendremos que sufrir por el bien de todos.
Con el coronavirus hemos podido constatar una verdadera "solidaridad de destinos". Si debo confinarme para no contagiar a otros o contagiarme, se hace sin reclamar. Nos damos cuenta del importante trabajo que hacen tantos para que yo pueda vivir. Aplaudimos al sector salud, a los dependientes de supermercados, al que retira la basura, al conserje, al personal de servicio, al chofer de bus o camión que nos trae el suministro. Por primera vez los adultos mayores son un gran motivo de preocupación.
Sí, nos hemos detenido y hemos podido mirar al otro, a ese que antes pasaba desapercibido y poco valorado.
Si el confinamiento afecta tus ingresos, el Gobierno busca caminos de solución. Si debo apretarme por los demás, debo hacerlo. Si la propiedad privada tiene un fin social, entonces hay que entregarla si la sociedad la necesita o meterse las manos al bolsillo y aportar una importante suma para ayudar a las tareas sanitarias.
Ahora nos parece evidente comprender que la salida del "estallido social", que ha centrado sus demandas en la dignidad humana y en la necesidad de una sociedad más solidaria, sólo se construye en base a sus mismos principios.
De las tragedias como de las crisis, siempre hemos crecido, cuando juntos las enfrentamos y juntos salimos adelante. Cuando nos hemos dividido y ejercemos la violencia, sólo hemos conseguido sufrimientos y dolor.
El nuevo Chile más solidario sólo se construirá con solidaridad, con una solidaridad de fondo que nos toque a todos desde lo más hondo y seamos capaces, con empatía, de ver la realidad y necesidad de otros que reconocemos como importantes.
Sólo en la búsqueda de la unidad en la diversidad podemos gestar un mejor futuro. Sólo construyendo en el respeto al otro y a la diversidad podemos avanzar.
Estamos viviendo un nuevo espíritu que si ha sido capaz de vencer la pandemia, será también capaz de vencer la desigualdad, la injusticia y la inconsciencia en que hemos vivido.