Al iniciar este artículo recuerdo una frase de Umberto Eco, novelista y filósofo italiano fallecido en 2016, quien planteó en una entrevista con Domenico Pacitti, "que en filosofía y en ciencia hay que tener mucho cuidado para no enamorarse del propio zepelín", explicando que cuando aparecieron los primeros dirigibles se produciría una progresión lineal a partir de ahí, un avance hacia modelos más rápidos y refinados. La historia, rápidamente nos sacó de ese error. En 2007 el matemático y filósofo Nassim Taleb escribió un libro denominado "El Cisne Negro: el impacto de lo altamente improbable", el cual describe cómo los hechos que no son previstos en modo alguno, cambian completamente la agenda y el sentido de la historia.

No hay ninguna duda, la pandemia del coronavirus nos colocó, en primer lugar, en una emergencia sanitaria, generándose una catástrofe planetaria de magnitudes probablemente sólo comparables a la gripe española de hace un siglo, pero con impactos multidimensionales aún imprevisibles para el mundo y, obviamente, para nuestro país.

En una entrevista reciente, el exministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, planteó con preocupación la urgencia para que todos los actores comprendan la profundidad del escenario presente y futuro inmediato que vamos a enfrentar como país. En la semana pasada, cuatro prestigiosos economistas en un artículo publicado en un diario de circulación nacional titulado "Salvar vidas, cuidar la economía", plantearon que "la política económica debe actuar de manera urgente, contribuyendo a tres objetivos: que el sistema sanitario cuente con recursos adecuados, que los trabajadores puedan quedarse tranquilos en sus hogares, sabiendo que tendrán ingresos suficientes y que no perderán sus empleos, y que la economía retome su marcha una vez detenidos los contagios".

Chile enfrenta no sólo el enorme shock externo, sino que también las brechas visibilizadas a partir del 18 de octubre. Las estimaciones del Producto Interno Bruto (PIB) proyectan una caída de hasta un 4% para 2020, y lo anterior sin olvidar que nuestra región probablemente tuvo un segundo retroceso en su PIB regionalizado durante 2019.

En la semana pasada, las principales autoridades económicas globales anunciaron que el mundo ya está en recesión y lo que se debate hoy es la magnitud de ella. Dos datos duros significativos: EE.UU. aprobó un paquete de estímulo fiscal de 2.000 billones de dólares, equivalente al 9,3% del Producto Interno Bruto, superior en un 70% a la ayuda fiscal entregada en la crisis subprime de 2009; y Alemania aprobó medidas de apoyo fiscal de 810 billones de dólares, equivalente al 20,4% del PIB.

Sin ninguna duda y menos vacilación, hoy nuestro principal desafío es salvar vidas, pero este periodo de pandemia nos ofrece una gran oportunidad para reflexionar, aprender, cambiar y superar las trincheras. "Esta crisis nos invita a la reflexión desde la honestidad y el mutuo respeto, que es dejar aparecer el presente que se vive en el amar" (Ximena Dávila y Humberto Maturana, marzo de 2020).

Vivimos tiempos muy complejos, con escenarios caracterizados por la inestabilidad y la falta de certezas sobre la duración de esta pandemia y sus consecuencias. Chile es sólo una parte de este fenómeno mundial, otro país víctima del brutal avance del nuevo coronavirus que día a día nos recuerda cuán vulnerables y frágiles somos, obligándonos a adoptar medidas de emergencia para proteger la integridad de las personas.

Como era de esperar, se ha producido un fuerte impacto social y en la actividad económica, con el empleo y las remuneraciones severamente golpeados. Ha habido consecuencias en lo político, en lo social y hasta en nuestras más básicas rutinas.

Por supuesto, la Universidad de Playa Ancha y todo el sistema de educación superior chileno se ven afectados. Mientras la prudencia y la sensatez aconsejan no retornar a las dependencias universitarias y permanecer en nuestros hogares para evitar más contagios, el cercano inicio del año académico 2020 agrega un desafío: cómo lograr que la mayoría de las clases y de los procesos administrativos se hagan de forma virtual y no presencial, minimizando posibles inconvenientes.

Como universidad, estamos realizando un gran esfuerzo para contar con los productos y soportes que nos permitan, adecuadamente, realizar clases virtuales. Nuestro objetivo es que nadie quede sin la posibilidad de participar en esta modalidad. Afortunadamente, durante las últimas semanas hemos contado con el esfuerzo y el compromiso de estudiantes, académicos y funcionarios que han trabajado conjuntamente para que tareas como el proceso de admisión y las primeras actividades de los nuevos estudiantes se realizaran de la mejor forma posible.

Esto alienta nuestra esperanza en que enfrentaremos con éxito el desafío cercano. Ya hemos hecho un llamado a nuestra comunidad universitaria a estar más unidos que nunca. En estos momentos de incertidumbre, debemos ser fuertes, tenemos que mantenernos firmes, conscientes de nuestro rol en estas horas históricas. Queremos que nadie se sienta solo ni sola, sino parte de un sistema colaborativo, porque pertenecemos a una gran familia que integran personas mayores, de edad media y jóvenes de distintas áreas del saber; con diversas concepciones y visiones de la vida, pero con una mirada común: ser mejores personas, hombres y mujeres de espíritu transformador y solidario, con ganas de crecer y hacer surgir a quienes han confiado en nosotros y son parte de nuestro entorno.

Para nuestros estudiantes, nuevos y de cursos superiores, el llamado es a ser protagonistas de estos cambios, a ser parte activa y constructiva en la aplicación de los nuevos paradigmas de educación que estamos viendo. La Universidad de Playa Ancha la hacemos entre todos y todas.

Lo mismo se debe aplicar a escalas mayores: en la ciudad, la región, el país y el mundo. Debemos enfrentar unidos los distintos desafíos que trae el nuevo coronavirus, como una gran familia que tiene a personas muy distintas y con diversas visiones de vida, pero el mismo deseo de vivir y crecer. Como Universidad de Playa Ancha, como Valparaíso, como Chile, ya hemos vivido contingencias de distinta naturaleza y en todas hemos demostrado temple y compromiso inagotable con nuestros valores y principios. Es una nueva ocasión para enfrentar estas circunstancias con altura, sacrificio y espíritu de unidad.

Dedicado simbólicamente a Li Wenliang, el oftalmólogo chino que trabajaba en el Hospital Central de Wuhan, y quien advirtió en diciembre del año pasado a sus colegas del brote de covid-19 antes de fallecer contagiado por el mismo virus en febrero, la publicación Sopa de Wuhan, pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia es una reveladora antología digital de ensayos y reflexiones que circula por Internet respecto del presente y futuro del mundo ante la que quizás sea la mayor prueba que ha debido enfrentar desde la Segunda Guerra Mundial.

Así, podemos repasar la aguda visión del filósofo italiano, Giorgio Agamben, para quien la pandemia es la excusa perfecta que tiene el poder político para exacerbar la restricción de libertades; sumergirnos en el siempre provocativo punto de vista del esloveno Slavoj Žižek, quien esta vez postula que el coronavirus es una especie de golpe mortal al capitalismo (de hecho, lo compara con la mítica "técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos" con el que Beatrix Kiddo -Uma Thurman- asesina a Bill -David Carradine- en el corolario de Kill Bill II, de Quentin Tarantino) y de una reorganización de la economía global, ya no a merced de los vaivenes del mercado. Contiene, asimismo, una lúcida réplica del francés Jean-Luc Nancy al citado Agamben, seguida de una dúplica de este último, una especie de diario de cuarentena de Franco Berardi y las proyecciones históricas del coreano Byung-Chul Han, quien de cierta manera coincide con Žižek en que el capitalismo deberá restringirse a sí mismo para sortear los desafíos propios de acabo de mundo, al igual que el alemán Gabriel Markus.

En esa línea, y con distinto tono, también brillan la políticamente incorrecta feminista boliviana María Galindo y muchos otros que, de una u otra manera, han ocupado la amenaza de esta pandemia para reflexionar sobre quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes queremos ser.

Pensar que, una vez acabado el covid-19, el mundo cambiará y jamás volverá a ser el mismo, es acaso una posición demasiado romántica para creérsela. Tal como hemos podido ver lo mejor del ser humano, partiendo por el oftalmólogo chino citado al comienzo de este editorial y tantos otros que se juegan algo más que la vida en función de ayudar a terceros, también y lamentablemente coincidiremos que ha sido esta la ocasión de asistir a los más bajos espectáculos del egoísmo, la miseria y el tan chileno "sálvese quien pueda".

Tal vez, sólo tal vez, la esperanza del cambio no necesita de una pandemia que amenace sus cimientos. Tal como el dipsómano que, golpeado por una homérica resaca, promete no volver a beber nunca más, si no nos tomamos en serio estas señales, volveremos a caer en el más profundo pozo de la intrascendencia y el inmovilismo, quizás un castigo mucho mayor del que suponíamos.

Todos podemos darnos el lujo de tener miedo, de apostar y de fracasar en el intento. En eso no hay grandes cuestionamientos. Pero lo que no podemos permitirnos, bajo ningún pretexto (y en eso somos irreductibles, como decía Oliverio Girondo) es no aprovechar esta oportunidad para entender que la única forma de salir adelante es todos juntos.