¿Hay algo bueno que decir en estos días?
"Gracias al inédito progreso producido por la globalización del liberalismo, el mundo está hoy en mejor pie que en cualquier otro momento de la historia para hacer frente al drama que vivimos". Claudio Oliva Ekelund, Profesor de Derecho
La muy humana necesidad de esperanza en tiempos difíciles ha dado lugar a un torrente de juicios y profecías optimistas, que insisten en el lado luminoso que tendría la traumática pandemia por la que atravesamos. Esta estaría extirpando la maldad del alma humana, abriendo con ello las puertas a la sociedad idealmente justa de nuestros sueños, mientras la reducción de la actividad productiva da un respiro al planeta del que jamás deberíamos volver a privarlo.
Me temo que la mayor parte de ello no es más que boba ingenuidad. La peste ha sacado a relucir lo mejor y lo peor de nuestra especie, recordándonos las tensiones que nos caracterizan, las que con seguridad no desaparecerán. El riesgo de involución del mundo -que además de cientos de miles de muertos a causa del nuevo coronavirus, comienza a ver legiones de desempleados, y en el que la pobreza y la indigencia desandarán años de reducción- es el mayor en muchas décadas.
El atávico instinto de buscar culpables entre los ajenos a la tribu dará a los populistas mayores dosis del resentimiento del que se nutren. La probabilidad de derivas autoritarias, de estados hipertrofiados que ahoguen la libertad y el progreso, de una agudización de la xenofobia que estanque los beneficiosos flujos migratorios y reduzca el comercio internacional en medio de una añoranza de autarquía, mientras las alianzas y organizaciones internaciones se trizan, ha aumentado. La reducción de emisiones contaminantes solo muestra cómo no debe perseguirse ese deseable objetivo.
¿No hay entonces nada bueno que decir en estos días? Sí lo hay. Gracias al inédito progreso producido por la globalización del liberalismo, el mundo está hoy en mejor pie que en cualquier otro momento de la historia para hacer frente al drama que vivimos (aunque en Chile eso habría sido más cierto antes del 18 de octubre). Hoy tenemos (a pesar de sus defectos) mejores servicios de salud, mayor desarrollo científico, la posibilidad de realizar muchas actividades a distancia gracias a internet y los Estados tienen más capacidad para ir en ayuda de los vulnerables. En algunos aspectos los gobiernos están actuando con mayor sabiduría que durante la pasada crisis financiera. Se están haciendo esfuerzos más relevantes por aligerar las penurias de los peor situados. La Unión Europea está mostrando mayor solidaridad con sus miembros más golpeados. Puede que la pandemia esté aumentando las opciones de Joe Biden de sustituir a Donald Trump como presidente de Estados Unidos, lo que ofrece esperanzas de fortalecer la colaboración internacional a partir de un liderazgo coherente para las naciones democráticas.
Por último, contamos con una plausible alternativa con que hacer frente a los cantos de las sirenas populistas, basada en la democracia, las libertades civiles, la apertura y la colaboración internacionales y una mejor red de protección social y de servicios básicos, unida a una economía libre más competitiva, menos contaminante y con menos privilegios y capturas de rentas. Y aun si ese programa sufre reveces en los años venideros, muy probablemente el mundo volverá más adelante la vista hacia él si sus defensores nos empeñamos en continuar enriqueciéndolo.