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chipiélago. La fauna de reptiles marinos incluye, hasta donde sabemos, plesiosaurios, mosasaurios, tortugas marinas, y también se han encontrado abundantes restos de tiburones" y añade que "a nivel continental, se ha hallado abundante flora, representada por troncos fósiles, como los Nothofagus, que son árboles como el ruil y el roble, muy parecidos a los que podemos encontrar hoy en la Región del Maule. Además, hay registros de una diversidad de dinosaurios saurópodos, terópodos y ornitópodos", describe Rodrigo Otero.
La historia del hallazgo
El descubrimiento de este huevo ocurrió el 2011, en el marco de la Expedición Científica Antártica que año a año realiza el Instituto Antártico Chileno (INACH). Ese año se desplegó la mayor campaña paleontológica de Chile país en el Continente Blanco a la fecha, y gran parte del trabajo de los paleontólogos y geólogos que la integraban, se concentró en la Isla Seymour, territorio insular ubicado al noreste de la Península Antártica, muy cerca de la gran isla James Ross. El proyecto se llamaba Anillo de Ciencia Antártica ACT-105 Conicyt-Chile, y era dirigido por la profesora de la Universidad de Chile, Teresa Torres.
"Esta isla genera un interés especial para la paleontología, no sólo porque a lo largo de toda su extensión es posible encontrar maravillosos y abundantes fósiles, sino también por el hecho de que ahí se encuentra uno de los pocos lugares en el planeta donde está bien identificado el límite K/Pg, que marca el fin de la era mesozoica, o de los dinosaurios, y el comienzo de la cenozoica, o era de los mamíferos, hace 66 millones de años", señala David Rubilar.
Durante esa expedición, Rubilar y Otero exploraron un sector de la isla donde se había identificado múltiples restos de mosasaurios y plesiosaurios. "En uno de estos lugares encontramos un gran cráneo de mosasaurio, y días después, a unos 200 metros, vimos una estructura negra que pensamos que era otro cráneo. Cuando la sacamos nos dimos cuenta de que era algo orgánico, tejido blando de alguna naturaleza, y empezamos a hipotetizar. Pensamos primero que podía ser un estómago de reptil marino o incluso un alga. Cuando llegamos al campamento preguntamos a los geólogos que nos acompañaban si habían visto algo similar y su cara de incertidumbre daba la respuesta", relata Otero.
El misterioso resto orgánico fue llevado ese 2011 al Museo Nacional de Historia Natural, en Santiago, lugar donde permaneció como un objeto fósil no identificado hasta el 2018. Ese año la investigadora de la Universidad de Texas en Austin, Julia Clarke, visitó el recinto, conoció este hallazgo y planteó la posibilidad de que se tratara de un huevo blando plegado. "En ese mismo momento revisamos imágenes de huevos de serpientes marinas, que poseen huevos blandos, y eran idénticos aquellos pliegues que se generan luego de la eclosión. Ahora 'la cosa' podía ser un huevo de un reptil marino, uno enorme ¡había que hacer el estudio!", relata David Rubilar.
A futuro, aún se abren muchas interrogantes por responder en relación a este descubrimiento, adelanta Alexander Vargas. "Esta es una de las pocas veces que se ha encontrado un huevo en un sedimento marino y, además, blando. Es curioso que se haya preservado ahí. Hay muchas coherencias que cruzan este hallazgo. Esto quizás nos da una pista de en qué tipo de entornos podríamos encontrar otros huevos de este tipo. También se abre una discusión sobre cómo y dónde nacían estos animales", adelanta el especialista.
Cinco puntos que explican la importancia del hallazgo
La importancia de haber encontrado este huevo, en palabras del especialista Rodrigo Otero, se divide en cinco factores. Primero, la localidad exótica, pues la Antártica es uno de los continentes más difíciles para recuperar restos fósiles, dado que las condiciones del clima son extremas incluso en verano. Segundo, que corresponde a poco antes de que se extinguieran los dinosaurios. Tercero, que es un huevo blando, muy escaso en el registro fósil. En cuarto lugar figura su tamaño, el segundo más grande que se conoce en el registro histórico y es el mesozoico (era de los dinosaurios) más grande encontrado. Como quinto elemento, y uno de los más relevantes, es que proviene de sedimentos marinos, es decir, no es un animal que haya puesto uno continental. "Todos estos factores por separado van sumando a su valor único", enfatiza Otero.