La decisión de Sharp: la hora de los duques
La valiente decisión de los concejales porteños pudo haber llegado tarde, pero al menos tensionará la recta final de su aguachento mandato. Por aquellos días el alcalde hasta sonreía, iba a La Moneda, se reunía con privados y escuchaba opiniones que no coincidían con la suya. Pero algo ocurrió, (¿alguien llegó?) y agrió su rostro.
La extraña sesión extraordinaria autoconvocada del Concejo Municipal de Valparaíso, llevada a cabo en la tarde del viernes, fue, si se quiere, un desahogo, un acto de legítima, democrática y respetuosa rebeldía que, seamos sinceros, tardó más de la cuenta, pero que puso finalmente sobre la mesa la más sincera de las decepciones por la aguachenta gestión del alcalde Sharp a cargo de Valparaíso.
¿Qué hicieron los concejales hasta ese día? Lo que pudieron, que tampoco fue mucho. Para sobrevivir, necesitaban la atención del alcalde. Pero pronto se dieron cuenta de que resultaba peligroso decirle lo que no quería oír. Aprendieron entonces a cerrar filas, adaptándose a la opinión predominante. Malinterpretaron las intenciones y capacidades de su círculo de hierro, calcularon mal la fuerza de las redes sociales y no supieron juzgar adecuadamente la amenaza que permeaba todo el tejido municipal y administrativo.
Hoy, cuando quedan 259 días para las elecciones municipales, nos damos cuenta de que el jefe municipal se pasó 3 años y ocho meses hablando de Hernán Pinto y de Jorge Castro, de los "negociados" y "contratos truchos" de antaño, de cómo la "épica" de su "proyecto" (sí, épica, esa palabreja más cercana al aguante del tablón en los estadios que a genuinas intenciones de gestión) acabaría con todas las malas prácticas del pasado, de que ahora sí que sí vendrían nuevos tiempos.
Por aquellos días el alcalde hasta sonreía, iba a La Moneda, se reunía con privados y escuchaba opiniones que no coincidían con la suya.
Pero algo ocurrió, (¿alguien llegó?), se agrió su rostro, se acostumbró a mirar para el lado cuando sus compañeros cometían una macana o un abuso y empezó con los portazos. Ya no tenía tiempo para nada de aquello que no aprobara su politburó, renunció a los mismos partidos y movimientos que él fundó para obedecer ciegamente a los tres o cuatro duques que realmente gobiernan la sede de calle Condell.
Y esta semana nos volvieron a mostrar sus manos limpias (cómo no, si parece que nunca las usaron para nada más que para tuitear y trancar sumarios) y volvieron con otro portazo no sólo al Concejo, sino a todos los porteños. Más encima, cortaron la transmisión del Zoom y escondieron la clave para que nadie los pelara.
Entonces vino el Concejo autoconvocado del viernes que, si bien no es para calificarlo de "histórico", sí basta para aplaudir la valentía de sus miembros: Reyes ("déjeme decirle, alcalde, que se farreó la gran oportunidad de levantar un liderazgo prociudad"), Bannen ("Acá son ocho concejales, con distintas visiones políticas, los que nos damos cuenta que la cosa no va bien"), Vuskovic ("Lo que queremos es decirle al alcalde: atine, converse, dialogue"), Morales ("Hay cobardía de su parte al no estar acá, alcalde. Esto ya parece una maldición: el abismo puede no tener fondo"), Cáceres, Soto, Trincado y Barraza. Araya se opuso. Zúñiga alegó Golpe de Estado.
Quedan 259 días para la elección que puede dar paso a un segundo período o a una estruendosa derrota. ¿Tendrá Sharp las agallas para enmendar la plana y hacer a un lado a sus pequeños "larroulets"? Para que aquel Valparaíso que habríamos de merecer (como elegantemente citó Squella al lebuense Rojas esta misma semana, para dar a entender que la municipalidad está convertida en una casa de huifas) no vuelva a retroceder décadas en un solo período.