Los desafíos constituyentes que surgen
Director ejecutivo de la Fundación Piensa "El Estado debe respetar nuestra libertad y auxiliar a quien lo necesita, para lo cual urge su modernización, la que ningún gobierno ha sido capaz de lograr y quizá este proceso sea la oportunidad. Además, podríamos avanzar hacia mayor justicia y autonomía para nuestras regiones, lo que quizá se logre transitando hacia menos y más fuertes regiones y municipalidades más robustas y modernas, que dejen de ser cajas negras incapaces de gestionar".
Luego del plebiscito de ayer, y con el covid-19 más conocido y controlado, hoy comienza un periodo de discusión constitucional y social que definirá el rumbo que tomará nuestro país en las próximas décadas. A su vez, la región de Valparaíso tendrá sus propias definiciones, siendo la primera elección de gobernador regional una oportunidad para, de una buena vez, saber qué queremos ser y cómo lo vamos a lograr.
Un primer desafío es aislar el extremismo, recuperar la paz social y restablecer el estado de derecho. Es una condición necesaria para poder vivir tranquilos, proteger nuestra democracia y asegurar, también, el derecho a la protesta pacífica. Se requiere un gobierno decidido e inteligente, que ofreza una visión política de porqué esto es vital. A su vez, se necesita que la izquierda democrática -a diferencia del último año- condene la violencia política, no la use para fines electorales, legitime la acción de las policías y le dé una tregua al Ejecutivo. No para salvar al gobierno, sino que para salvar nuestra democracia y que prime la ley de la razón y la deliberación y no la del más fuerte.
Un segundo desafío es construir una agenda de crecimiento y reformas sociales paralela al debate constitucional. Lo que movilizó a una parte relevante de la población es un extendido hastío hacia la clase política y la necesidad de cambios sociales urgentes, especialmente vinculados a las pensiones, la salud y un trato igualitario y digno. En ningún caso lo que motivó estas movilizaciones fue la necesidad de una nueva Constitución, lo que no quita que el acuerdo del 15/11 haya sido una legítima salida frente a la violencia callejera y la obsecuencia que con ella tuvo parte importante de los partidos y organizaciones sociales. La eventual nueva Constitución no resolverá ninguno de estos problemas sociales y -más temprano que tarde- la ciudadanía se dará cuenta. Para evitar lidiar con esa frustración el gobierno debe ser audaz en sus propuestas y estar dispuesto a ceder. Por otro lado, la oposición debe acompañar a sus disquisiciones estructurales propuestas de cambios reales, entendiendo que sin crecimiento económico no hay nada que repartir.
Un tercer desafío es, en el debate constitucional, darnos una Constitución donde el Estado esté al servicio de la persona humana, resistiendo la tentación de revivir anacrónicos colectivismos. Nuestra carta fundamental debe ser un límite al poder del Estado y un manto protector de nuestros derechos fundamentales. El Estado debe respetar nuestra libertad y auxiliar a quien lo necesita, para lo cual urge su modernización, la que ningún gobierno ha sido capaz de lograr y quizá este proceso sea la oportunidad. Además, podríamos avanzar hacia mayor justicia y autonomía para nuestras regiones, lo que quizá se logre transitando hacia menos y más fuertes regiones y municipalidades más robustas y modernas, que dejen de ser cajas negras incapaces de gestionar.
Además, con la elección de gobernadores regionales, nuestra región de Valparaíso tiene la oportunidad para darse una hoja de ruta de recuperación clara y definir un proyecto de largo plazo que trascienda las distintas administraciones. Por primera vez tendremos una autoridad que, si bien contará con facultades limitadas, nos representará frente al poder central. Un líder que podrá ofrecer una visión y sueño regional -que se tendrá que materializar en un programa de gobierno- que debiera responder a la pregunta de hacia donde vamos y cómo lo vamos a lograr. Las universidades, los gremios, los centros de estudios, los medios de comunicación y los distintos actores locales debemos ponernos pantalones largos y debatir en serio, con relato pero también con datos, qué región queremos.
Chile, a diferencia de lo que opina el senador Guillier, no es un "país culiado que tenemos que cambiar". Es un país hermoso. De gente trabajadora que ama su familia, quiere lo mejor para sus hijos y no tiene odio. Somos un país con infinitos desafíos, pero con grandes logros de los cuales podemos estar orgullosos. Si somos capaces de aislar a los violentos, de generar las condiciones para un diálogo constructivo que permita por un lado avanzar en reformas institucionales y por otro en las reformas sociales más sentidas, puede que lleguemos a un buen puerto. Por el contrario, si seguimos en la frecuencia que hemos estado el último año es probable, lamentablemente, que retrocedamos. Y que el Chile justo y próspero que todos queremos haya sido sólo una ilusión, ahogada por el egoísmo, la violencia y el populismo.
Juan Pablo Rodríguez