Carabineros, en el vórtice de la noticia
La salida del general Mario Rozas no puede ser solo un cambio más en el alto mando. Es la hora de defender lo que queda de la institución No es posible que cada efectivo vestido de verde tenga que pagar por la incapacidad del Gobierno, las sinvergüenzuras de sus superiores, o la irracionalidad de grupos violentistas.
Ayer, por la mañana, se decidió en La Moneda la salida del general director de Carabineros Mario Rozas, menos de 24 horas después de un, a lo menos, torpe operativo en un hogar del Sename en Talcahuano, que terminó con dos menores de edad baleados por la fuerza pública y por el cual la PDI detuvo ayer a un uniformado acusado de los disparos.
La renuncia de Rozas tras casi 700 días en el cargo, tomada en conjunto por el propio carabinero, el Presidente Sebastián Piñera, el ministro del Interior, Rodrigo Delgado, y el de Justicia, Hernán Larraín, ofrecía descomprimir un ambiente cargado y enrarecido luego de las numerosas críticas ciudadanas y denuncias por violaciones a los Derechos Humanos en el marco de la revuelta social iniciada en octubre del año pasado.
En lugar de Rozas asumirá el general Ricardo Yáñez, hasta ayer subdirector de la institución, cargo que ocupó durante menos de una semana después de la renovación del alto mando, que lo ascendió desde la Dirección Nacional de Orden y Seguridad.
Pero, y en ello debe cuidarse, quedó claro que el ánimo del oficialismo no será precisamente colaborativo, como bien dejó en claro un diputado UDI, quien en un descuido dejó su micrófono abierto en la Cámara Baja y se refirió al general en duros términos, calificándolo de extremadamente "zurdo" en una conversación con un correligionario. Al respecto, y asumiendo lo poco que se puede esperar del Parlamento, la duda ya ni siquiera es sobre la pertinencia de descalificar a Yáñez, incluso antes de que asuma, en términos propios de la Guerra Fría, sino el poco decoro mostrado y la cuestionable incapacidad de mutear un micrófono antes de hacerlo.
Por último, y también a sabiendas de que una defensa corporativa de Carabineros quizás no sea la forma más inteligente de ganar popularidad, lectores o enmarcarse dentro de los estándares políticamente correctos, bien cabe precisar que la institución consta de casi 60 mil efectivos, la mayor parte de los cuales no solo arriesga su vida en las calles, sino que además debe cargar con los pecados de otros, particularmente del "Pacogate", una grosera malversación de caudales públicos ($ 35.000 millones) por parte de sus altos cargos, que desplomó la positiva evaluación ciudadana trabajada durante años. Tras ello, nuevos escándalos, como la Operación Huracán, obligaron a la renovación de los altos mandos -incluido el general Bruno Villalobos- y la llegada de Hermes Soto, a su vez reemplazado por Rozas tras el caso Catrillanca.
Una reestructuración de Carabineros, que incluya la capacitación en respeto y protocolos de DD.HH. y un accountability adecuado, claramente es necesaria. Pero no es posible que cada efectivo vestido de verde tenga que pagar a diario por la incapacidad del Gobierno, la sandez del Congreso, las sinvergüenzuras de sus superiores o la irracionalidad de grupos violentistas. Es triste, pero cierto. El carabinero de a pie, el cabo de pueblo, está hoy solo, en medio de la nada. Y los cobardes abundan a su alrededor.
Basta recordar que ayer, durante buena parte de la mañana, se les acusó falsamente de asesinar a un joven de 20 años en Valparaíso y ni una sola voz los defendió de tamaña ignominia.