Cuando Sebastián Silva estrenó "La nana" (2009) hubo quienes cuestionaron su supuesta tibieza o, digamos, la falta de una denuncia fuerte a la hora de diseccionar los roles jerárquicos de los personajes. Un posible contraargumento es que no era necesario invocar la opresión para retratar la alienación de una empleada puertas adentro, aunque muchos esperaban que una obra centrada en este oficio no podía darse el lujo de desperdiciar un ataque frontal contra lo que, en su paso por el mundo, fue visto como una nueva forma de esclavitud. Con "Nasty Baby" (2015) vino otra pequeña impugnación: la idea de una pareja gay que mata a un vagabundo resultaba algo incorrecta en tiempos de reivindicaciones. Así y todo, ganó el Teddy Award, premio destinado a producciones LGBT, en la Berlinale.
Lo cierto es que Silva -radicado en Nueva York hace algunos años- nunca ha buscado la controversia sino que algo mucho más necesario: una reflexión sobre los matices de la realidad, lejos de prejuicios y discursos prefabricados. "Tyrel" -su séptimo largometraje, estrenado el jueves en la plataforma Centroartealameda.TV- se mueve también en esa ambigüedad sin esconder sus intenciones de fondo. Aunque data de 2018, podría perfectamente conectar con la discusión que se abrió tras el asesinato de George Floyd en mayo y, por consiguiente, con la supremacía blanca de la era Trump, quien es mencionado casualmente, a través de una radio, en los primeros minutos del filme. Esto ocurre mientras Tyler (Jason Mitchell) y John (Christopher Abbott) esperan ser rescatados por sus amigos luego de que su auto queda en pana de bencina en las Montañas de Catskill, región ubicadas a dos horas de Manhattan. Se dirigen a la casa de Nico con el fin de pasar un fin de semana cargado de testosterona.
Cuando la pandilla aparece en una camioneta, gritando y bromeando sin parar, ya sabemos a qué tipo de fauna humana pertenecen dentro de la sociedad y el cine estadounidense. Son esos jóvenes de comedias disparatadas y comerciales de cerveza dotados de cierto progresismo neoyorquino. Es decir, no constituyen una amenaza en términos de violencia discriminatoria. En el grupete hay un homosexual (Roddy Bottum, tecladista de Faith No More) y un latino (Nico es argentino). Tyler es el único afroamericano.
Silva opta por la cámara en mano (al estilo de John Cassavetes), las actuaciones naturalistas y los diálogos espontáneos para retratar las tensiones de esta fiesta generosa en alcohol. Su mirada está siempre con Tyrel, quien debe soportar bromas y comentarios prejuiciosos. ¿Es una víctima de racismo? El director lanza la pregunta y acentúa la ambigüedad en otra película que se libera del comentario obvio. "Tyrel" es una disección del privilegio blanco en un contexto donde supuestamente no existe la discriminación, así como en "La nana" no había una opresión explícita y declarada.
Esta invitación a leer señales de comportamiento se ve potenciada por un hábil manejo del tiempo en beneficio de la alta tensión. Silva impone la sensación de que estamos frente a una bomba siempre a punto de estallar en lo que, a ratos, parece una película de terror claustrofóbica. Esto la emparenta con la premiada "Get Out" aunque se podría también ampliar hacia otros referentes como "Streamers" (1983), ese pequeña joya en la que Robert Altman llevó la tensión racial a un cuartel militar o incluso "Bolivia" (2001), del argentino Adrián Caetano, la que transcurre en un pequeño bar de Buenos Aires.
"Tyler" invita al diálogo rechazando el efectismo de las respuestas fáciles. El de Silva es un cine capaz de abrir debates sobre el mundo en que vivimos.
Una imagen de la última cinta estrenada por sebastián silva.
Por Andrés Nazarala R.
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