Los monstruos y los gatos de Edmundo Paz Soldán
El escritor y profesor de la Universidad de Cornell regresa a las librerías con "Allá afuera hay monstruos", un relato sobre cómo la pandemia invade un pueblo boliviano, poniendo en jaque sus creencias.
"Allá afuera hay monstruos" es la más reciente novela del escritor, profesor de la Universidad de Cornell, Estados Unidos, y columnista de The Washington Post Edmundo Paz Soldán. Fue publicado en Chile por Los libros de la Mujer Rota como una suerte de guiño a un mundo en que la esperanza parece ser un recurso escaso, pero no en el corazón de la niña que cuenta cómo la peste invade la Amazonia boliviana.
"Escribí la primera versión de la novela entre abril y mayo porque me interesaba registrar el primer impacto de la pandemia. Al principio quería escribir un diario, pero después vi que había muchos, entonces mejor pensé en la ficción y en contar la historia desde el punto de vista de una niña", explica Edmundo Paz Soldán.
Los monstruos del escritor son el conflicto entre la capital y la provincia, más todas tensiones que afloraron con la crisis sanitaria de este tiempo.
"Leí una crónica sobre una médico que se suicidó y ese mismo día escribí un capítulo sobre él", detalla el autor nacido en Cochabamba (Bolivia) y que actualmente vive en Nueva York (EE.UU.).
Mientras Paz Soldán escribía sonaba paralelamente el televisor. También repasaba todos los diarios de EE.UU. y Latinoamérica para mantenerse nutrido de realidad.
"Mis novelas por lo general tardan dos o tres años, pero esta vez quería que fuera rápido y que entraran los ruidos de la calle al relato. Hay frases que copié textuales de algunos líderes políticos como Donald Trump o Jair Bolsonaro", dice.
El autor boliviano es conocido en Chile desde los años 90 cuando fue antologado en "McOndo", una selección realizada por Alberto Fuguet ("Mala onda") y Sergio Gómez ("Vidas ejemplares"). En ese libro se muestra Latinoamérica después del realismo mágico de "Macondo", pueblo creado por Gabriel García Márquez en "Cien años de soledad". Desde esa primera vez en Chile, no ha parado de sonar.
-En "Allá afuera…" los personajes son contradictorios: cediendo o tirándose al vacío.
-Cuando comenzó la pandemia en Bolivia fui un poco ingenuo. Estaba la crisis política entre el Gobierno de Jeanine Áñez y todo lo que había pasado con Evo Morales, entonces pensaba en buscar un Gobierno de consenso y unirnos para enfrentar esta crisis que nos supera. Jamás pensé que la crisis política se iba a trasladar a la sanitaria. Lo mismo pasó en EE.UU., que se politizó hasta en el uso de la mascarilla.
-La niña de tu libro escucha un podcast que a ratos parece ser grabado por una especie de Henry David Thoreau ("Walden") en ácido, con un llamado a la vida en la naturaleza, a dejarlo todo. En minutos se vuelve todo terrorífico.
-Leí 'El planeta inhóspito', de David Wallace-Wells, donde hay un capítulo que habla sobre la ética en el fin del mundo y cita a estos 'locos' del cambio climático, los que ven el desastre y deciden abandonar la civilización. De ahí saqué algunas ideas para el podcast de Tomichá (el líder ambientalista) y lo puse en la duda de qué haces si el virus está saliendo desde ahí, desde dentro del bosque. Entonces tiene este mensaje un poco loco de 'hay que ser uno con el virus'. Cuando lo escribía pensaba en cómo reaccionaría un culto, una secta, ante esta crisis.
-La narradora también tiene que cuidar a su hermano más pequeño, quien tiene problemas.
-Él, Vicente, fue el personaje al que más me costó entender, con sus problemas mentales. Aunque tampoco yo quería dar una versión científica sobre lo que le pasaba, la niña sabe que hay algo ahí que no funciona bien. A ratos se cansa e incluso encierra a su hermano. No quería dejar esa sensación de que ella, por cuidarlo, es la Madre Teresa. Luego la pequeña se siente mal y está constantemente esa tensión consigo misma sobre lo que está haciendo. A ratos piensa que sus padres deberían encargarse, pero le da pena los estragos que la pandemia deja en su mamá. Ella, luego de que se contagia queda inmune, pero sigue teniendo síntomas de larga duración. O bien es algo psicológico producto del impacto de lo que ve en su trabajo lo que termina sintiendo en su propio cuerpo.
-¿Es una vuelta a McOndo?
-No sé, porque la vida urbana, sus símbolos, no aparecen acá: este es un relato más provinciano. La niña está conectada por la televisión pese a su provincianismo, donde no hay clases ni colegio porque Zoom no funciona. Quería mostrar el desnivel de acceso a la tecnología. Por ejemplo, en Bolivia el Gobierno suspendió las clases, ni siquiera hubo online, simplemente porque la conexión (a Internet) no daba abasto para tanta gente y muchas personas no tienen un aparato para conectarse.
-En el otro extremo, tú haces clases en Cornell, una de las ocho mejores casas de estudios de EE.UU.
-Es una universidad de 30 mil alumnos, había muchas clases al mismo tiempo y el miedo era que el sistema colapsara. Todo el mundo estaba sorprendido porque eso no pasó. También en esto hay problemas que son más psicológicos: tengo un hijo de 13 años y noto cómo le ha afectado estar un año aislado, no ver a sus amigos. Mi otro hijo, de 20, está en la universidad y lo lleva mejor. Los dos siguen con sus clases en Internet, pero el problema es otro.
-¿En los trabajos de tus alumnos ves reflejado el covid-19?
-Cuando llegó la pandemia estaba dando el seminario doctoral 'Narrativas apocalípticas de América Latina', leyendo '2666' (de Roberto Bolaño), 'El eternauta' (de Héctor Germán Oesterheld) y de pronto el apocalipsis canceló mi clase en marzo. Pasamos a reuniones por Zoom y era bastante tragicómico, así que en lugar de pedir ensayos los dejé escribir crónicas, diarios, cuentos, que buscaran alguna forma de articular su propia respuesta a esta crisis. Quería que registraran esa confusión inicial.
El gato negro
Paz Soldán habla sobre el fin del mundo y, de fondo, se escucha un forcejeo, hasta que a la media hora se levanta del escritorio sin pausar la videollamada, deja entrever partes de la sobria decoración de su casa y abre la puerta para que entre un gato negro: "Son dos, tienen su propia puertita para entrar y salir: hay uno que lo logra muy bien, pero el otro no, entonces hace rato que lo escucho", lo toma en brazos, vuelve al escritorio y el animal maúlla. "Está bien frío", ríe el autor, porque "lo dejo dentro de la casa, pero al rato no aguanta y sale, luego quiere entrar".
-¿Ellos son los gatos que tiene la niña?
-Exactamente. Fueron una reacción a la pandemia (se escucha un fuerte ronroneo), los dos gatos negros llegaron a la casa justo al inicio. No teníamos animales porque a veces nos vamos por meses a Bolivia, entonces quién los cuida, aparte que a los gatos no les gusta cambiar de lugar, pero pensamos como ahora vamos a estar aquí… Los hemos disfrutado y se me ocurrió meterlos en la novela. Tuve gatos cuando era niño y había olvidado cómo eran. Ahora me impresiona como, al escuchar mucho más que nosotros, se ponen en alerta y minutos después suena el timbre, por ejemplo, porque ellos ya sentían los pasos.
-Los gatos son muy literarios.
-Mi papá siempre me pedía que le llevara cuentos de gatos. No sé si es la edad, pero me convertí en mi papá en este tema: ahora busco libros sobre gatos, científicos, literarios, es sobre lo que más he leído en la pandemia, hay uno espectacular: 'En la mente de un gato', de John Bradshaw, es lo más actual sobre qué hacen ellos, por qué y tiene un capítulo fascinante sobre el rol de los gatos en la civilización.
Edmundo Paz Soldán enseñaba "2666"de Bolaño en la U. de Cornell cuando empezó la pandemia.
Por Valeria Barahona
liliana colanzi