El domingo 24 de enero se publicó una reflexión del exembajador Demetrio Infante Figueroa, cuyo desarrollo merece algunas puntualizaciones.
1. No es recomendable juzgar con criterios actuales el pasado, pues los acontecimientos nacen en contextos muy específicos. Las leyes laicas (s. XIX), más allá de los pormenores, están circunscritas en una comprensión de unidad entre Iglesia y Estado. Tal relación y sus límites de movimiento, de uno y otro, fue difícil de conducir, toda vez que ambos se disputaban la hegemonía del poder espiritual y/o terrenal. La cuestión es: quién estaba supeditado a quién. Hoy nos parece absurdo que se cuestionara la creación del Registro Civil, pero ex post es sencillo declararlo sin atender al contexto general.
2. Es lamentable que, sumado al dolor del divorcio de sus padres, algunos en la Iglesia sostuvieran que ellos estaban excomulgados, y aún más condenados al infierno. Una separación matrimonial per se, no es motivo de privación de comulgar ni de excomunión eclesial (declarándolo foráneo). En ocasiones hay razones fundadas para la separación, y el mismo Código de Derecho Canónico las reconoce (c. 1151). Menos se podría afirmar la condena al infierno, toda vez que él es la "autoexclusión definitiva de la comunión con Dios" (Catecismo Iglesia Católica, 1033).
3. La experiencia que narra de Lota es horrible. Nunca una mujer ha de ser vejada y ultrajada, ni en su familia ni en ningún contexto. Sin embargo, hace de un problema gravísimo una reducción facilista. La anticoncepción como solución a lo anterior, pero a la vez, como mecanismo de control de natalidad es abusivo. La anticoncepción no resuelve el problema de la violación, pero sí agudiza de tal modo la natalidad que ya no hay, por ejemplo, tasas de retorno laboral. En ningún momento de la vida hubo tales niveles de seguridad para ser padres y asegurar el nacimiento de un bebé y, no obstante, tenemos la tasa más baja de nacimientos.
4. Sostiene que en Evangelio no se dan noticias sobre algunas materias y que no serían herencia básica que nos dejó el Señor. Razón tiene en que la Sagrada Escritura no menciona algunas cuestiones. Pero la Iglesia (y su Magisterio) medita e interpreta la Escritura en unión con la Tradición, como imagen de dos vertientes que manan de una misma fuente, de tal modo que tienden al mismo fin (cf. Dei Verbum, 9-10).
Desconocer esta relación y no creer en ella es una protestantización de la fe. No me tome a mal. No moralizo la condición de evangélico, pero lo que usted señala no es la fe católica.