Con la mejor tradición de la alta carpintería de Chiloé
Oriundo de Nogales, donde tuvo su primer banco carpintero a los ocho años, estudió acuicultura en Valparaíso y se radicó en la Isla Grande, que para él fue paraíso de la madera.
Sillas, mesas, cocinas, camas y un sinfín de piezas únicas y personalizadas ha construido Leonel Zamora durante casi tres décadas en Chiloé. El oficio que lo cautivó desde niño terminó por convertirlo en un renombrado artesano mueblista que sólo trabaja maderas nobles en las que aplica muchas de las técnicas de los antiguos carpinteros de ribera y de los constructores de las islas.
Aunque estudió acuicultura en Valparaíso y trabaja en la industria salmonera, su dimensión de artesano está desplegada en el Facebook Muebles Rústicos Chiloé, donde posee más de dos mil Me Gusta y comparte sus piezas en proceso de confección y ya terminadas.
El taller como patio de juegos
Desde temprana edad se interesó por la carpintería, en especial por el minucioso proceso que involucraba. A los ocho años armó en el patio de su casa en Nogales un rudimentario banco carpintero, y su primer trabajo fue confeccionar, a partir de un barril que partió en dos, un mueble para un equipo de música que le regaló su hermano.
En esos tiempos sus hermanas tenían que llevarlo a la feria de las pulgas de la avenida Argentina donde pasaba horas buscando herramientas y objetos que le pudieran servir. Allí, recuerda, compró su primera rebajadora que aún utiliza en lo que ahora es un taller equipado a conciencia y con sofisticadas máquinas a lo largo de 26 años.
Recuerda que el primer mueble que hizo al llegar al sur, recién titulado, fue un bar con dos barriles que le pidió un compañero de trabajo. "Usamos un tronco de mañío que encontramos flotando en el lago Tarahuín, lo amarramos, lo remolcamos a la orilla y un amigo lo hizo tres tablones partiéndolo con una motosierra", rememora sobre el bar que su colega utiliza hasta el día de hoy.
En el taller, ubicado en Alcaldeo de Rauco, entre Chonchi y Castro, trabaja con sus colaboradores Rodrigo y Luis, y dice que "siempre está abierto para quien quiera aprender y hacer proyectos personales. Siempre lo he mirado como un patio de juegos, donde hay que entregar los conocimientos. Creo que es parte de la vida de los oficios".
El encanto de las maderas nativas
El oficio lo ha llevado a conocer en detalle las maderas nativas con que trabaja. Le encantan "el aroma del ciprés de las Guaitecas, la veta tornasol del ciruelillo, la firmeza y las vetas del mañío, las tonalidades verdes de la tepa seca, y el color inconfundible del alerce".
El alerce, aclara, no se puede cortar por ley, y solo se utiliza madera de árboles ya muertos; se compra con facturas y está normado por Conaf y el Sag. "Yo compro a un gran amigo, Hermes Vera, dueño del aserradero Río Púlpito, un tremendo personaje al que yo miro pensando qué tremendo arquitecto se perdió la patria, por su poder de diseñar, construir y ver la vida como lo hace solo un chilote", cuenta.
También menciona una tradición de antaño que se sigue al pie de la letra: no cortar la madera en los meses con luna llena o luna nueva. Y refiere la explicación: "en luna llena y nueva son las mareas sicigias, las más altas, esto hace que la savia suba por los capilares del árbol. Al cortarlo en ese momento, la madera se secará con la savia en sus capilares. Esto hace que la madera cortada en esos meses se doble, se agriete y no sirva para la mueblería".
En lo que respecta a las técnicas tradicionales chilotas del trabajo en madera, dice que ha intentado replicar con mucha humildad algunas de ellas, "que son en gran parte sistemas de ingeniería (porque usan el ingenio) para fijar dos o más piezas de madera, como tarugos, espigones, machimbres, corbatines o colas de milano". Y no deja de manifestar su admiración por los constructores de embarcaciones, señalando que "los carpinteros de ribera son los grandes maestros de la alta carpintería chilota. Doblar madera con vapor ha sido lo más hermoso que he aprendido".
También relata que, para proteger la madera, los mueblistas antiguamente utilizaban cera virgen de abeja, uso que se fue perdiendo. Pero una clienta suya, dueña de la Apícola Vive de Cucao, desarrolló cera de abeja para la mueblería con un subproducto llamado Ancestral, todo 100% natural, que ha sido "como volver a las raíces".
Las marcas del trabajo
Recordando las lecciones que ha aprendido en la Isla Grande de Chiloé, Leonel comparte una recomendación que le hizo su padre, Pedro, quien le dijo: "Hijo, la vida es un caballo desbocado y ella te llevará donde quiera, tú nunca podrás guiarla. Cuando se detenga donde están los pastos más tiernos, ahí bájate y funda tu hogar". Eso me ha dado Chiloé, humildad, aprendizaje, la oportunidad de fracasar, que es tan importante como tener éxito, la oportunidad de encontrar grandes personas en la misma senda que la mía, me ha dado contemplación y amor por mi oficio".
Su mayor satisfacción es "crear cosas que llenan el alma, aprender que la mueblería, al contrario de lo que se pensaría, es algo lleno de vida", en donde se ha podido conectar tanto con la naturaleza como con la gente. Así, constata cada día que los muebles no son cosas inertes, sino que siempre tendrán una vida vinculada a ellos.
"Creo que es un noble y bello trabajo. En cada mueble hay mucho del maestro, de sus estados de ánimo, de su vida, de años de aprendizaje, y que la gente vea eso es el mejor pago. Todos los beneficios económicos llegan por añadidura. Amo este oficio con todo mi corazón". 2
Diego Olguín Bustamante
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