Matías Valenzuela Damilano, la intensidad de una epifanía
Nuestra juventud junto a Matías fue perfecta. Fuimos muy felices, felices en el servicio, en la alegría de compartir, felices de reconocer el rostro de Jesús en cada abuelo, cada niña o joven con el que compartimos ese abrazo solidario en las salidas a las calles, en las noches del Valparaíso de los años noventa, en misiones en Colliguay o en Hijuelas, en el querido CPJ de Valparaíso, en los encuentros dominicales en Reñaca Alto, todo ello en el marco de las Comunidades Laicales en Valparaíso.
Fueron años plenos e intensos, sin miedos, sin cuidar formas ni límites absurdos. La casa de Independencia 1952 era nuestro refugio. Allí pasábamos todos los días, desde la casa o desde la universidad. Nuestras reuniones eran catatónicas, horas y horas atrapados en un torbellino de sueños e ideales. A las tres o cuatro de la mañana el hambre nos atacaba ferozmente. El carrito de completos de la Plaza Sotomayor era nuestra salvación. No había miedo, era nuestro puerto querido. Algunos días pasábamos del oratorio bermellón al Proa o al Winnipeg y "si había lucas", el tango de Fuentealba en el Cinzano era nuestra liturgia. Nuestra hermandad se fraguó con una fuerza indestructible: "Hasta la muerte" nos juramentamos.
Sobre esta tierra fértil porteña construimos nuestras vidas. Pero en esta gran molienda, un diamante comenzaba a brillar.
Recuerdo un largo diálogo con Matías, tan largo como la cuesta de Colliguay. Veníamos felices, habían sido semanas muy intensas. Matías, como siempre, gustaba de indagar, de platicar sin complicaciones, pero siempre con la intención de profundizar. La reflexión de aquella conversación era sobre "la locura de la Cruz". Aquel versículo de Corintios nos había trastornado. Era de esos pocos momentos de claridad infinita, una epifanía breve, pero intensa… claro, todo era una locura, un Dios-hombre, un Mesías que desafía al imperio, sin armas rodeado de pescadores y que muere "derrotado" en la Cruz. A él lo queremos seguir, rompiendo lo establecido, lo cuerdo, a vivir y morir con locura… "¡¡Exacto!!… ¡¡Muere con locura!!" -exclamó Matías- y sus ojos brillaban de entusiasmo. "Esto hay que gritarlo, hay que salir a rayar las calles", decía. Y así lo hizo.
"Muere con locura" era nuestra frase, nuestro mantra, que nos invitaba a vivir con locura, a dar todo por otros. Así el espíritu de Matías se desbordó, como un río caudaloso. Tratamos de seguirlo, pero no pudimos. Nos fuimos quedando en el camino. Pero Matías no se detuvo. Avanzó junto a sus hermanos de los Sagrados Corazones, saltó fronteras y empujó los límites de lo posible, desplegó su amor a lo largo de todo Chile, también en Perú y, últimamente, en su querida Argentina.
Matías siempre estaba disponible, siempre estaba allí, disponible para sus amigos de juventud, para su familia, para sus compañeros de la Scuola Italiana o para sus compañeros de Derecho en la UV.
Mónica escribió: "Matías tenía un don repartido escasamente entre los seres humanos… cuando miraba y escuchaba a alguien, lo hacía con todo su ser. Así, tal como un pintor o un poeta mira su obra, él lograba contemplar a cada persona dotándola de cierta belleza... de alguna manera era un creador o descubridor de belleza. Quienes tuvimos la fortuna de compartir camino con él, experimentamos esa contemplación y esa escucha activa, profunda y compasiva... en esos instantes de manera sorpresiva sentíamos la presencia de Dios".
Sigue Andrea: "Sí, tal cual... lo recordaré... ¿Cuántas veces se sacó los zapatos esas noches de Valparaíso? y volvía a pata pelada a su casa…". Hermoso recuerdo de aquellas noches solidarias en Valparaíso, entre los más pobres de los pobres, sus amigos. Así fue. Su "compasión" no era teórica... era vivencial. "Estaba desnudo y me vestiste" (Mateo 25, 36).
¿Existe algo o alguien que Matías no abrazara con lo más profundo de su corazón?
Matías desbordaba amor, ese amor inmenso, libre.
Amaba conversar, pero más amaba escuchar.
Amaba trabajar sin descansar, pero más amaba contemplar.
Como su padre, amó subir cerros, amó la flor y el árbol centenario, amó el mar y la cordillera.
Como su madre, amó la contemplación y acompañó la vida y oración del claustro carmelita.
Con un entusiasmo inagotable amó escribir, pero más amó leer,amó la poesía, el evangelio y la divina comedia.
Amaba enseñar, pero más amaba estudiar.
Amaba discutir acaloradamente, pero más amaba reír y soñar.
Amaba sentarse en la vereda del camino, para después caminar y caminar.
Pero Matías sigue entre nosotros, amando incansablemente,amando infinitamente a sus padres, amando a su hermana Claudia y a sus sobrinas.
La partida abrupta, en plenitud, nunca la entenderemos, nos priva de su saludo afectuoso, de su mensaje compasivo, e su risa inconfundible, nos priva de envejecer juntos,nos priva del gran maestro y sabio que se estaba construyendo.
La partida de Matías deja un vacío singular, paradojal, donde todos quienes lo conocimos confluyen, un vacío donde nos encontramos, un vacío que ya no es vacío, un vacío que se llenó de su amor, entrega y ejemplo.
Hasta siempre, Matías.
Sin duda alguna, amaste con locura.
* Matías Valenzuela Damilano (Viña del Mar, 1973) estudió en la Scuola Italiana. Fue abogado de la UV y sacerdote de la congregación de los SS.CC., con una intensa vida pastoral en Chile, Italia, Perú y Argentina. Falleció en el Hospital Naval de un ACV el último jueves 28 de enero.
Nos regalaste otro método
En tiempos en que la vida se ha vuelto frágil y la muerte ronda nuestra cotidianidad, queremos dar gracias por el testimonio y honrar la partida de un hombre que vivió fielmente su misión en este mundo al servicio del Reino de Dios. Hace unos días nos dejó -inesperadamente- Matías Valenzuela Damilano, sacerdote de la Congregación de los Sagrados Corazones.
Sus cortos 48 años de vida se caracterizaron por su fidelidad al Evangelio y al Proyecto de Jesucristo para este Mundo. De manera fraterna, cariñosa, atenta, profunda y alegre fue capaz de compartir la vida con muchos y muchas, en diversos rincones y latitudes: Argentina, Perú, Italia, Santiago, Viña del Mar y el sur de Chile.
Chile, la Iglesia y muchas comunidades cristianas lamentan la partida de este hermano tan querido. En un mundo donde los criterios de éxito y eficacia abundan, Matías nos regaló otro "método": el camino de las amistades duraderas, las conversaciones dedicadas, la escucha cuidadosa, los planes forjados a fuego lento, siempre buscando el bien común y la justicia.
Hombre de sueños y de una inusitada profundidad -humana y espiritual- luchó interiormente por lo que consideró noble y justo. Abrazado del Dios de los pobres y la amplia comunidad de fe, Matías se constituyó en un pilar de alegría y hermandad en el caminar de muchos y muchas.
Que su testimonio de cercanía y amistad con Jesús nos inspire a todos para seguir construyendo un mundo y un país más fraterno, humano y solidario, tal como Matías soñó.
* Esta carta al director fue enviada el pasado 1 de febrero a la redacción de El Mercurio de Valparaíso por Cristián Infante y, asimismo, suscrita por más de trescientas personas y familias que conocieron a Matías Valenzuela Damilano.