El Terroir y el valle de Casablanca
Por Marcelo Beltrand Opazo
Escribí esta columna en septiembre de 2017, en otra época, en otro tiempo. Ese año jamás nos imaginamos que viviríamos una pandemia, jamás, ni remotamente nos podríamos haber imaginado la crisis social, económica y sanitaria que estamos viviendo, y por supuesto, tampoco podíamos saber lo golpeado y lo expuesto que ha quedado el sector gastronómico y del vino. Por lo mismo, es bueno volver a los conceptos básicos para volver a valorar y recuperar, poco a poco, el valle y todo el turismo.
El terroir, ese lugar donde conviven los saberes colectivos con la naturaleza, donde se conjuga todo aquello que da vida a los buenos vinos.
Terroir es el lugar: el ambiente, el origen; el suelo: textura, estructura y composición, pedregosidad, materia orgánica, salinidad; la planta: variedad y su estado vegetativo; el manejo de la tierra y la vid, la geometría, la poda, tratamientos, fertilización, riego, técnica de manejo del campo, controles. Terroir es las prácticas y saberes que se han ido generando a lo largo de los años. Cada vendimia es una fuente de conocimiento y de aprendizaje. Cada vendimia es un hacer, un repetir y un aprehender la vida en el trabajo de cosecha. En definitiva, el terroir es el origen y el inicio del vino.
En Chile, desde el año 1994, a través del Decreto N° 464, se establece una zonificación vitivinícola de cinco regiones: Atacama, Coquimbo, Aconcagua, Valle Central y del Sur. Y cada una de ellas se divide en subregiones (generalmente valles), zonas (valles más pequeños) y en áreas (normalmente comunas).
La región vitivinícola de Aconcagua comprende a las subregiones denominadas: Valle de Aconcagua, Valle de Casablanca y Valle de San Antonio, que incluye este último el Valle de Leyda como zona. Estos valles producen vinos blancos y tintos, pero con características propias y particulares. Con tipicidades que sólo tienen los valles de clima frío, pero sobre todo, con el clima y la tierra que tiene la zona costera del Valle de Aconcagua. Pero además, esta región cuenta con zonas cálidas, donde los vinos se desarrollan en forma prácticamente opuesta a lo que se da en la costa, por ejemplo, Panquehue o los sectores altos de Los Andes.
En Casablanca, el valle más próximo a Valparaíso, encontraremos aromas y colores que son propios del valle, por ejemplo, la Sauvignon Blanc gracias al clima frío de la zona, logra aromas herbáceos como el ají verde, la manzana verde, el pimentón verde, e incluso, en algunos vinos encontramos aromas a espárrago y hoja de tomate, como por ejemplo, los vinos de la viña la Recova, o los de la viña Casas del Bosque, y por supuesto, los blancos de Loma Larga, Bodegas RE, Indómita, Matetic. La acidez de los blancos se logra sin problema, obteniendo vinos frescos y golosos.
En los tintos, la cepa por excelencia en Casablanca es la Pinot Noir, una cepa delicada, que requiere de mucho cuidado. Pero gracias al terroir, hoy se obtienen vinos de excelencia: aromáticos y delicados, con cuerpo y estructura, con esa nota característica de la Pinot que es la tierra mojada o setas, que según la bodega estará más o menos acentuada. Pero también podemos encontrar la cepa Syrah (que se da en todos los valles), con características propias. De gran intensidad colorante, los Syrah del valle de Casablanca son potentes pero elegantes, con notas a fruto negro maduro, especias y con el descriptor aromático del Syrah, esa nota cárnica, que según la vinificación y la guarda que tenga, logrará tonalidades y matices que la hacen única.
El origen, el terroir, una expresión que debemos considerar y apreciar a la hora de elegir un vino, porque finalmente, somos ese origen, y será ese reconocimiento a las raíces lo que nos permitirá construir identidad y decir y cantar como lo dijo Jorge Luis Borges alguna vez: "Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia / Como si esta ya fuera ceniza en la memoria".