Un vocabulario básico para tiempos llenos de estrés
En "Alfabetos desesperados" (Laurel), Catalina Porzio ensambla extrañas maneras de conectar con el otro. Desde mensajes de huida en los rulos hasta bocanadas de humo de cigarrillo a través de un muro.
Distintas épocas, geografías, autores. Un libro como "Alfabetos desesperados" (Laurel) evoca a un hombre y a una mujer inventando formas de comunicación. Y alguien escribirá sobre ello: Catalina Porzio.
Algunas conversaciones nacen en contextos que invitan a la desesperación evidente, como las cárceles o los regímenes totalitarios. Otras tienen que ver con la creatividad, con los soportes que ha tenido la escritura, como la que se hace sobre cuerpos. Otras son creadas en la soledad: mujeres que escriben cartas a presos mientras sus hombres se emborrachan en Rusia.
Catalina Porzio (1979) es viñamarina, diseñadora gráfica, autora de los perfiles "Viñamarinos" (Laurel) y coautora de "La tercera mano" (Alquimia) junto a Macarena García Moggia. En esa obra fragmenta las respuestas de Adolfo Couve a las distintas entrevistas de su vida. El conjunto de su obra pone en cuestión el mismo término "obra": es un trabajo de montaje de citas que vuelve propia en las secuencias que arma.
Porque siempre encuentra una forma de crear a partir de estos recortes. En el caso de este nuevo libro, arma un alfabeto de conceptos que genera sorpresa de la A la Z. Hay términos como "Desvíos", "Euforia", "Orfandad" y "Parodia". 35 conceptos en total.
A veces, en medio de esas citas escritas por grandes autores de todo el mundo está la propia escritura de Porzio, que aparece un poco más que en los libros anteriores. La autora reflexiona sobre esta veta en crecimiento: "Diría que tal vez intenté un estilo directo y fluido privilegiando la imagen y el ahorro de tiempo en las frases. Cada cápsula, por breve que sea, es un ejercicio formal que corre el riesgo de naufragar, pero confío en que logré sumarme bien al todo".
-¿Qué te produjo trabajar con tanto material estresante como el que se presenta en Alfabetos desesperados?
-El mayor estrés yo creo que está en la obsesión de querer abarcar un universo tan enorme. En la medida que se ramificaba el tema parecía que nunca lograría cerrar algo, toda posibilidad que se abría implicaba un punto cero de investigación. Si bien disfruto mucho esa etapa del trabajo, era un poco abismante ingeniármelas para volver a sumergirme en un mundo de nuevas fuentes desconocidas. Hay que tirar muchos hilos antes de tejer la red. Por otra parte, si bien los temas son más bien abrumadores, en la mayoría de los casos existía una salida y eso encierra una especie de esperanza, de que somos, como especie, potencialmente muy creativos, lo que pasa es que no nos incomodamos.
-¿Hay alguna de las formas de comunicación que recopilaste que te haya sorprendido más?
-Hay dos que me fascinan: la comunicación de los presos en la película de Jean Genet "Un canto de amor", donde separados por el espesor del muro descubren un pequeño agujero que les permite compartir el humo de un cigarrillo, que se contrae y expande de boca a boca, esa es una imagen alucinante del deseo. Otra que me rayó fueron las cartografías secretas que se anudaban en la cabellera de las esclavas para compartir estrategias de fuga. ¡Qué nivel de ingenio! Esa capacidad de inventar formas de comunicarse en la precariedad absoluta me hace acordar una frase final que rescataba hace unos meses Marisol García a propósito de Nina Simone: "Ain't Got No, I Got Life", o sea, puede faltar todo pero tengo un cuerpo, tengo vida, y parece que ahí, en lo mínimo, estuviera todo lo necesario para manifestarme. Imagínate que se ha escrito con semen, sangre y excrementos.
-Lectores te mandaban otros episodios que podrían ser parte de tu libro. ¿Hay alguno de esos "inéditos" que quisieras destacar?
-Sí, esa relación con los lectores es mil veces más potente y significativa que las cifras de venta o el ránking de un diario. Cuando alguien te escribe porque leyó el libro y entendió que había protagonizado o conocía un caso totalmente atingente al asunto del libro, es un regalo. Lo mismo pasa cuando el conserje del edificio o un vecino o cualquier persona que no es el lector en quien uno cree que está poniendo el foco te hace un comentario en la calle. Eso es muy total. A los pocos días de que el libro empezara a circular, un conocido me escribió para contarme que su papá escribía sonetos que autoeditaba y en los últimos años había tomado la manía de escribirlos en los envoltorios de unos chocolates que consumía por montones porque había trabajado en esa fábrica cuando joven, entonces les sacaba la folia y con lápiz grafito y una letra imposible llenó cientos de esos papelitos grasientos.
-Considerando la amplia bibliografía, ¿cómo conseguiste los libros en este encierro?
-Este proyecto comencé a amasarlo hace más o menos cuatro años, por lo tanto el grueso de lecturas las conseguí antes del encierro forzado que nos regaló la pandemia. Ese encierro, en particular, lo dediqué más bien al proceso de edición. De todas maneras, a pesar de las imposibilidades que este tiempo nos impuso, me di cuenta de que en la virtualidad hay más compañerismo de lo que uno supone. En muchos casos amigos, conocidos y hasta desconocidos que pululan en las redes, me facilitaron fuentes o libros digitales que aquietaron bastante la ansiedad de no poder instalarme en una biblioteca, ponte tú. La colaboración de los otros es bastante sorprendente.
-¿Has creado tu propio alfabeto desesperado en estos días de encierro?
-Mi encierro fue bastante arduo porque tengo una traba que hasta el día de hoy no logro subsanar: la imposibilidad de exponerme vía Zoom o lo que sea que se use como plataforma visual colectiva. Es algo que, por ejemplo, me impediría hacer una presentación oficial del libro, aunque entienda que es un paso importante para que el libro se instale, se bautice, digamos. Pero sería exagerado decir que me vi forzada a construir estrategias de comunicación. Me las pude batir bien con las vías escritas que son las de siempre, mucho mail.
-¿Cómo has visto a Viña del Mar en estos días pandémicos?
-Mientras estuvimos con cuarentena obligatoria salí muy poco de mi casa, y cualquier trayecto que me hiciera atravesar las calles de Viña me devolvía una sensación apocalíptica que me quitaba el poco ánimo que iba quedando. Asistir a la clausura de tantos boliches que en muchos casos no se recuperaron; el protagonismo del papel higiénico en vitrinas tan diversas como una joyería, para que los negocios tuvieran carácter de primera necesidad y pudieran funcionar; el ocultamiento de los rostros detrás de mascarillas como si de verdad la posibilidad de contagio fuera inminente y esa manía de volver a la casa a ducharse y tirar la ropa de calle a la lavadora; en fin, las cifras sonando todo el día en las radios, como dijo una vez Matías Rivas, era una especie de novela siniestra por entregas. Ni qué decir de la suspensión del encuentro con los amigos, que se acabara el café como lugar de reunión que para mí es tan cotidiano, qué se yo, muchos cambios abruptos para los que no teníamos horizonte fue algo duro de asumir, tiempos de mucha ansiedad. Pero todos esos cambios después de casi un año se naturalizaron y ahora que podemos salir un poco no nos cuestionamos llegar a tomar sol con mascarilla a la playa y ver que todos son de lo más obedientes con el trapito puesto en la cara, es algo que dejamos de cuestionarnos. Lo raro va a ser volver a circular a rostro descubierto.
"Mi encierro fue bastante arduo", cuenta la escritora viñamarina.
Por Cristóbal Gaete
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