Ahí viene la micro...
Los Placeres, Cementerio. Sabia reflexión que recuerda las Coplas de Jorge Manrique a la Muerte de su Padre: "Avive el seso y despierte, contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando…". Versos que conocimos en algún lejano momento escolar. Nada que ver con la antigua advertencia mencionada. "Los Placeres, Cementerio" era un recorrido de buses porteño que unía el tradicional cerro con el Cementerio 3 de Playa Ancha. El letrero, en la parte superior del parabrisas, paseaba por las calles porteñas esa voz de alerta. Con ese recuerdo rescatamos el pasado de los buses que recorrían la ciudad, se extendían hasta Viña del Mar y, con esfuerzo pionero, llegaban por un Camino Troncal sin pavimentar, hasta La Calera.
Las góndolas, micros o buses, lo que quiera, comenzaron a ser competencia de los tranvías en 1917.
Los tranvías eléctricos, los carros como se les conocía, corrían por las calles porteñas desde 1904 y luego se extendieron a Viña del Mar, llegando hasta Chorrillos.
Ruidosos, letales a veces y para muchos misteriosos -andaban solos- eran descendientes directos de los carros de sangre, que también corrían por rieles tirados por caballos entre lo que es hoy la avenida Argentina y Plaza Aduana.
Fue el primer servicio de transporte público de Valparaíso, pionero en el país, inaugurado en marzo de 1863, cerca también de la puesta en marcha del servicio ferroviario entre Valparaíso y Santiago, en septiembre de ese año. Una revolución que junto con permitir la movilidad dentro y fuera de la ciudad, tenía y tiene un sentido democrático: varias personas comparten el mismo espacio para trasladarse y llegan a destino al mismo tiempo. Bueno, esa es la teoría. En la ruta suelen ocurrir percances a veces de gravedad.
Los carros tirados por caballos (¡pobres caballos, sin la protección de buenos animalistas!) eran de dos pisos, el superior descubierto. Tarifa, 5 centavos abajo; y 2 ½, arriba; pago controlado por una severa cobradora. Dice el mito urbano que la empresa las elegía poco agraciadas, para evitar que entusiasmaran a los pasajeros…
La llegada de los carros eléctricos desplazó a los caballos, pero el sistema se repitió en Viña del Mar en los años 40 del siglo pasado cuando, debido a la escasez de gasolina, muchos buses dejaron del correr.
Aparecen los hipobuses, grandes vehículos amarillos, con ruedas de goma, que tenían un servicio regular por las calles de la ciudad al trote de buenos percherones.
Pero volviendo a los buses, su servicio, en paralelo con los tranvías ganaban terreno. Flexibles, no necesitaban de rieles ni de tendidos eléctricos de alimentación. Inicialmente eran para 20 pasajeros, abiertos por los lados y con una pisadera.
Las carrocerías fabricadas en el país con la experiencia de carretelas y coches de servicio público se montaban sobre chasis importados, originalmente para camiones.
El servicio mereció elogiosos comentarios de la revista capitalina Zig Zag en noviembre de 1923:
"De la Aduana a Barón, de la Aduana a Las Torpederas, de la Aduana o Plaza Sotomayor a Viña del Mar, corren incesante y rápidamente, treinta, sesenta, cien o más camiones, cómodamente dotados de asientos y cortinillas, y en ellos transita por Valparaíso y Viña del Mar, todo un mundo de gente que no tiene tiempo para esperar los famosos tranvías, siempre tardíos en llegar, a menudo accidentados y por lo general despaciosos en la marcha".
Y aplausos para los conductores: "Llama la atención la admirable maestría de los chauffeurs y la viveza extraordinaria de los cobradores… llaman la atención su respetuosa actuación y los vehículos mismos logran maravillar por el aseo y su perfecta presentación… los autobuses representan y son una verdadera maravilla en el país por la forma en que se manejan. Pueden circular a una velocidad sin que nunca o muy rara vez se advierta un accidente de importancia".
Comentarios optimistas de hace casi un siglo y que confirmarían aquello, lo que no siempre es cierto, que todo tiempo pasado fue mejor… El hecho es que las "góndolas", luego las micros y con más glamur los buses, llegaron para quedarse con todas sus fortalezas y debilidades.
Debilidad principal eran los accidentes. Los frenos que se cortan. Vieja expresión cuando los frenos eran mecánicos accionados directamente por el conductor presionando el pedal izquierdo que transmitía la fuerza hasta las balatas de las ruedas mediante varillas o cables que se cortaban. De ahí la expresión. Hoy ya no existen varillas o cables y la fuerza del conductor es transmitida, multiplicada, mediante un sistema hidráulico con cañerías que también puede fallar…
Amor y odio
El tema es para sociólogos, pero el hecho es que entre el público, los usuarios y el transporte público existe una relación de amor y odio.
Se aprecia la necesidad de ese servicio, pero cuando falla o las tarifas superan los siempre escuálidos presupuestos, la ira puede ser incontrolable y también manejable.
En 1888 la tarifa del segundo piso o "imperial" de los tranvías de Santiago, tirados por caballos, subió de dos centavos a dos centavos y medio, afectando a los trabajadores. Quejas surtidas y un comicio el 29 de abril con encendidos discursos que culminaron con la quema de varios carros. Dirigentes del Partido Democrático, en esos años extrema izquierda, organizadores de la manifestación, fueron procesados y luego absueltos.
La historia se repite en 1902, plaza de la Victoria de Valparaíso: la tarifa de los tranvías, siempre arrastrados por sufridos caballos, sube a cuatro centavos. Malaquías Concha, abogado, diputado y dirigente del Partido Democrático, enciende con su oratoria a un grupo de manifestantes que terminan quemando y destruyendo los carros. Es detenido y al comparecer ante el magistrado argumenta:
"Soy abogado, señor juez, y, como tal, respetuoso del orden público y del derecho de propiedad. Mal habría podido, por tanto, instigar a la comisión de estos delitos. Lo único que les dije a los del comicio fue esto: -No se les vaya a ocurrir, niñitos, quemar los tranvías…".
Concha quedó libre, no se pidió su desafuero y al pasar de los años ocupó varios cargos ministeriales. "Se lo tragó el sistema", diría algún indignado de estos tiempos.
La historia de los desencuentros continúa en la misma plaza Victoria el 10 de marzo de 1920. Un conflicto absurdo por la aplicación del reglamento sobre la capacidad de un tranvía detenido en la vía desató la contenida ira del público contra la empresa alemana que controlaba el sistema. Consigna este Diario:
"Centenares de transeúntes de todas las clases y condiciones se lanzaron sobre los tranvías desalojándolos y cometiendo en ellos todo género de depredaciones… Los pocos guardianes que acudían eran dispersados a pedradas… De esta forma fueron destruidos unos 20 tranvías".
Pero la furia no se detenía. Luego de destruir todos los carros fue atacada la sede de la empresa en calle Salvador Donoso. Se movilizó al Regimiento Maipo y marinería y los carabineros de esa época únicamente tenían siete efectivos en terreno. Las pérdidas llegaban a la importante suma en esos años de un millón de pesos y la responsabilidad corrió por cuenta de la Primera Guerra Mundial que aislaba a la empresa tranviaria germana de recibir repuestos y mejorar el pésimo servicio que ofrecía a los porteños.
Historias que se repiten, que demuestran la fina sensibilidad del tema del transporte público y la oportunidad que sus falencias ofrecen a aquellos siempre dispuestos a explotar el fértil campo de la violencia.
por segismundo