De Iglesia confinada a Iglesia en salida
Por Ignacio serrano del pozo director del Centro de Estudios Tomistas Universidad Santo Tomás
En un reciente comunicado se informó que el Gobierno le ha permitido a la Iglesia realizar ceremonias religiosas con un máximo de 20 personas en lugares abiertos y 10 personas en espacios cerrados. Lo que podría aparecer como un privilegio, realmente no lo es. No es un privilegio, pues más bien lo que se ha hecho es equiparar las ceremonias a otro tipo de eventos que estaban operando en iguales condiciones sanitarias y conceder a la Iglesia lo mismo que se había otorgado a supermercados, malls, recintos deportivos o establecimientos educacionales, donde se acepta mucho más que una veintena de personas.
El que crea que la comparación no es válida porque surtirse de bienes básicos o asistir a clases es infinitamente más necesario que participar de una misa o celebrar un sacramento, es solo porque no ha dimensionado la importancia del culto para un creyente. Tampoco es un logro, al menos no uno por el que haya que aplaudir demasiado. Más bien es un mínimo del que solo podrá gozar un número muy reducido de fieles laicos (obispos y sacerdotes siempre han podido hacer misa).
La verdad es que cuesta entender cómo la Iglesia se ha adaptado tan cómodamente a la modalidad telemática, como si no hubiese diferencia entre ver un programa de televisión como espectador y participar realmente del misterio de Dios que se hace pan. De hecho, podría aventurar que después de estos meses de "espiritualización", la Iglesia tendrá no pocas dificultades para convencer a los fieles de su imprescindibilidad como institución, desde que su misión es precisamente hacer concreta la presencia de la gracia de Dios en el mundo, una que no puede ser entregada por medio de Zoom, YouTube o WhatsApp.
En este escenario, se escucha a un obispo de la zona más austral rebelarse contra las disposiciones sanitarias que, con no poca razón y mucha valentía, considera injustas. ¿Es esa la vía que debería adoptar la Conferencia Episcopal? Me parece que entre la futilidad de hacerse prescindible en la comodidad de lo telemático y un derecho a rebelión que puede tener graves consecuencias sanitarias, existe una vía intermedia para la Iglesia: se llama audacia y creatividad, la misma -o mayor genialidad aún- que la que hemos visto en el comercio que se ha adaptado entregando sus productos vía delivery, o en los colegios que han aplicado clase híbridas para apoyar más de cerca a sus estudiantes, pienso que se le podría exigir a la Iglesia.
Así, si no se permite realizar misas en los templos, nuestros pastores podrían autorizar a sus presbíteros a hacer celebraciones en plazas públicas o en canchas de barrio, con aforo limitado. Si no se puede dispensar la confesión auricular vía telefónica, los sacerdotes podrían hacer visitas a domicilio; y si no es permitido comulgar en lugares cerrados, se podría habilitar puntos de comunión en sitios estratégicos de la ciudad, al aire libre, como parques, plazas o playas. Éstas son solo sugerencias, pues en el fondo lo que se pide a la Iglesia no es solo que reclame por sus derechos o que cuestione las disposiciones civiles, sino que, además, que impulse -como ha dicho el Papa Francisco- una Iglesia en salida capaz de romper con el "siempre se ha hecho así", que se adapte -responsablemente- a la adversidad, con una creatividad y audacia como la de los primeros cristianos.