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"Es obvio que se generen niveles de incertidumbre en todos los seres humanos y los niños son permeables, pero más que al concepto de incerteza, a los cambios que se provocan en sus progenitores, es decir, que ellos observan en adultos relevantes para ellos, como pueden ser sus padres o cuidadores. Los ven tensos, angustiados, sobrecargados. Esos elementos van a hacer que el niño entienda que esta situación es negativa y, por lo tanto, se angustie", sostiene.
Este punto es compartido por la psicóloga y docente de la Universidad Andrés Bello (UNAB), Macarena Norambuena, magíster en Psicología Clínica y Psicoanálisis, quien asegura que "el deterioro tiene que ver también con la realidad propia de cada hogar: cuánto se deprimieron los padres, cuán ansiosos estuvieron, o cuánto tiempo disponible tuvieron, no solamente cronológico sino también de calidad, espacio mental para poder pensar en qué les pasa, cómo se están sintiendo, porque los padres están con lo mismo".
Distintos impactos según la edad
El informe N° 9 de Vida en Pandemia se centró en menores de 5 a 12 años, de modo que surge la duda de si los impactos son similares o distintos en los adolescentes. Sobre esto, Javier Morán señala que la situación se torna más compleja porque en esta etapa se producen naturalmente cambios en la relación entre los menores y sus figuras de confianza.
"A medida que avanza la edad, los cuidadores siguen siendo base de seguridad, pero se recurre cada vez menos a ellos y más a los pares frente a las situaciones complicadas. Comienzan a establecer relaciones de intimidad con ellos, donde transmiten contenidos que dejan de ser compartidos" con los padres o los adultos responsables de su cuidado.
Lillian Pérez menciona además la existencia de un factor socioeconómico y tecnológico vinculado a la variedad de impactos, algo que refuerza el informe de la Universidad de Chile, que indica que más niños de estratos altos se encuentran en buenas condiciones en comparación con los de segmentos menos acomodados.
"Todo eso parte de la base de tener buen internet y buenos medios tecnológicos, porque si no hay en la casa debido a que la situación económica no lo está permitiendo, ahí se genera una doble frustración, ya que además de ser adolescentes -que de por sí es un periodo de búsqueda de identidad y de rebeldía-, no se pueden juntar con sus amigos y no tienen forma de comunicarse. En esa medida, cuando el adolescente se siente sobrepasado, obviamente hay mayor crisis a nivel familiar, porque hay mayor enfrentamiento", añade la académica de la UPLA.
Desde la perspectiva del comportamiento, Macarena Norambuena menciona que en los más pequeños se evidencian trastornos "más conductuales", en que los puntos de inflexión son la existencia de hermanos, espacios de esparcimiento como patios, la persona que los cuida en el hogar, entre otros.
"Por eso es tan importante la realidad de cada hogar. Probablemente a quienes más ha afectado la crisis sanitaria ha sido a los preadolescentes, a niños entre 11 y 14 años, porque todavía no son suficientemente autónomos para llamar a los amigos, y quedaron un poco como de brazos cruzados. No habían tenido tantas tecnologías de comunicación más allá de juegos virtuales", detalla.
Roces dentro de la familia
Debido al confinamiento extendido derivado de la pandemia, surge un aumento en las interacciones familiares, y eventualmente conflictos a la hora de compartir espacios reducidos, como revela el incremento en la violencia intrafamiliar.
Javier Morán desarrolló en conjunto con Marcia Olhaberry, de la Pontificia Universidad Católica, y Francisca Díaz, el material psicoeducativo para colegios Mentalizar, diseñado para evidenciar el estrés que se acumula en el hogar durante la cuarentena y cómo tratarlo. En ese contexto, resalta las situaciones de hacinamiento, donde padres y madres, además de asumir labores domésticas en sus hogares, también los utilizan como oficinas de trabajo.
"Estoy pensando en lo que pasa con las familias en contexto de teletrabajo. Las condiciones de hacinamiento aumentan las posibilidades de que existan situaciones de mayor estrés familiar y se transformen en un factor de riesgo para la presencia de violencia al interior de los hogares, donde jóvenes y niños están expuestos a sufrir vulneración de sus derechos, o también ser testigos de ello", expone el académico de la UV.
Lillian Pérez, por su parte, menciona que los roces familiares son generados cuando "uno se quiere imponer o privilegiarse sobre el otro", renunciando a cualquier forma de consenso. Un ejemplo que propone de esto es cuando un padre o madre deciden ver un canal de televisión sin tener en cuenta las preferencias ni los tiempos de los demás familiares.
"Yo creo que aquí la clave para que esto no se genere es la negociación y una adecuada conversación, donde todos se sientan que están ganando, y a lo mejor ahora se va a ver este programa, pero después se va a ver otro que le corresponda a otra persona, o quizás nos vamos a turnar para decidir qué vamos a ver cada día, de manera que todos somos copartícipes del proceso de intercambio. Eso es muy importante", propone.
En paralelo a lo anterior, Macarena Norambuena se refiere al impacto del "multirol" que muchos padres se han visto obligados a adoptar durante la cuarentena, además de recalcar la falta de otros círculos sociales cuando las personas se encuentran en situación de confinamiento.
"Entonces los niños se preguntan ¿es mi papá o es mi profesor, o quien me reta, o quien tiene que estar preocupado de las comidas? Se alejan también de sus abuelos, tíos y primos, lo que equivale a distanciarse de núcleos distintos al propio", observa.
Los bemoles del regreso
Para Javier Morán, la labor que ha realizado el Mineduc ha sido muy valiosa al tomar en consideración el factor socioemocional de los menores en pandemia frente al retorno a clases presenciales. No obstante, revela su preocupación por las condiciones de cada colegio, así como la contención emocional frente al estrés generado por el proceso tanto en niños como profesores mencionando que, para poder ayudar a los demás, uno tiene primero que revisar su propio estado de salud mental.
"¿Es positivo el regreso a clases? Totalmente. Mas allá de las consecuencias que pueda tener esto en términos de la salud física y de las necesidades que emergen del cuidado de esta, la salud mental es central en la posibilidad de cuidarnos físicamente. Hay un estudio que refiere que la preocupación por la salud de otros es mayor a la propia. Ese mismo resultado lo encontramos en otro que realizamos con jóvenes universitarios", señala.
Una mirada más crítica frente al regreso a clases tiene Lillian Pérez. La académica de la Universidad de Playa Ancha menciona las dificultades psicológicas que podría tener un menor al volver a clases, ya sea por recibir bullying previamente, o por miedo a contagiarse y contagiar a otras personas cercanas.
"Hoy día lo que tenemos que privilegiar es la salud física y obviamente, como somos seres holísticos completos, esta va de la mano con la psicológica. La mente no anda por un lado y el cuerpo por otro, y todo eso tiene que estar armónico. Si el niño tiene temor de volver al colegio, porque tiene miedo al contagio, o a andar en micro, hay que reeducar en eso antes de dejar que regrese a clases", aconseja.
Macarena Norambuena también respalda la importancia de la contención emocional, no solamente en tiempos de crisis, sino en todo momento. Además, comparte la condición de la aprobación familiar antes de permitir a los niños volver a clases.
"Si la familia está de acuerdo, y si le quitan todos esos aspectos angustiosos y ansiosos, me parece que puede ser muy eficaz el retorno, porque la gente a veces está pensando solo en la salud física, en el no enfermarse. También hay que pensar en cuántos niños necesitan algo de salud mental, y cómo compatibilizamos ambos aspectos", añade la académica de la UNAB.
Los medicamentos como solución
Evidentemente, el incremento en el deterioro de la salud mental ha traído consigo un aumento de la demanda de fármacos para combatir los efectos de la depresión o ansiedad. Sobre este punto, Javier Morán es taxativo al señalar que, cuando se trata de menores de edad, esta decisión depende de los profesionales, quienes deben previamente observar los cambios anímicos de cada persona.
"Aquí hay cambios abruptos, que reflejan la sintomatología. Frente a ellos hay que estar atentos. Cambios que pasan, por ejemplo, en términos relacionales, por un lado, y por otro en términos fisiológicos. Pueden ser trastornos del sueño, dificultades para dormir, despertar muy temprano, a media noche, tener pesadillas, etc.", explica.
Macarena Norambuena también enfatiza en que es necesario realizar una evaluación psicológica cuando un niño o niña presenta algún aparente trastorno conductual o bien síntomas de ansiedad o depresión.
"Para eso, unas cuatro o cinco sesiones es suficiente para poder ver qué está pasando, y si es un trastorno adaptativo o no, y mirar primero patrones que se puedan cambiar. Cuando eso ya no resulta, o la sintomatología es muy intensa, podríamos pensar en derivar a un psiquiatra y prescribir medicamentos, pero eso es cuando se ven alterados el sueño o la alimentación, por ejemplo", recalca.
En cambio, Lillian Pérez recomienda tomar medidas precautorias antes de ingerir medicamentos, pues estos solo se requieren cuando ya está instalada la patología. Como alternativa, sugiere medidas como terapias familiares y programas psicológicos.
"El Ministerio de Salud tiene una página dedicada a la salud mental, los colegios también tendrían que estar otorgando programas en este ámbito. No hay que esperar que llegue la enfermedad. Cuando tengo que tomar medicamentos de lo que sea, es porque ya me enfermé, pero si utilizo la prevención como forma de vida, es más difícil que llegue a estar enfermo y, por lo tanto, no voy a necesitar medicamentos", agrega.
La etapa de recuperación
En relación a los tiempos de recuperación de los niños en comparación con otros grupos etarios, Javier Morán precisa que tanto ellos como los adolescentes poseen capacidad resiliente, también llamada "plasticidad".
"Hay un dato que siempre reitero y no quisiera dejar de hacerlo. Durante la adolescencia se vive un proceso de reorganización de las estructuras del funcionamiento cerebral. En esta etapa el cerebro está aprendiendo formas de adaptación nuevas al medio. En este contexto se está dando la pandemia", señala.
Por otra parte, Lillian Pérez apunta a que la recuperación de los niños será mayor en la medida que los padres puedan mantenerse en una posición estable, y recuerda que los menores suelen repetir también las conductas negativas de los padres.
"Si un padre o una madre están bien en términos de salud mental, lo más probable es que esos niños tengan un espacio de encuentro con esos adultos y se sientan protegidos a pesar de la vulnerabilidad en que nos encontramos como sociedad global", sostiene.
Finalmente, Macarena Norambuena concluye que "la recuperación en los niños y adolescentes es más rápida que en los adultos, porque son mucho más flexibles y adaptativos. Si los contextos cambian, ellos también tienen que ver con estos mucho más allá de lo que le pasa a la persona adulta". 2
Probablemente los más afectados han sido los preadolescentes, de entre 11 y 14 años, que aún no son autónomos".
Macarena Norambuena Psicóloga y docente UNAB
Tendremos que contar con trabajadores de primera línea en materia de salud mental, no solamente para nuestros niños, sino en general".
Es una situación que ha venido a agravar un problema que nosotros ya veníamos vislumbrando y viviendo".
Los niños son permeables, más que al concepto de incertidumbre, a los cambios que se provocan en sus padres".
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