Roberto Sensini y el penal de Bolaño
Por motivos político-laborales que no vienen al caso explicar, me tocó estar el 8 de junio del año 1990 en el viejo estadio San Siro de Milán, para la inauguración del Mundial de Italia que enfrentó a la Argentina campeona del mundo (Maradona incluido) con Camerún, que por esos días ya llevaba el mote de los "Leones Indomables".
Igual que para el estreno de España 82 en el Camp Nou de Barcelona, el debut fue un fiasco. Los africanos, que terminaron el partido con nueve hombres producto de la sarta de patadas que le dieron a Claudio Paul Caniggia, ganaron 1-0 con un gol que jamás pude olvidar por el salto que dio François Oman-Biyik para clavar un cabezazo abajo que Nery Pumpido -flojito él- no pudo controlar.
Ya en la cancha me di cuenta de que ese salto no era el de un ser humano. Más aún, si lo ven en la imagen de arriba, con su brinco, el delantero que en ese entonces militaba en clubcitos de segunda línea del fútbol francés y que posteriormente tendría un recorrido por México, le saca a su rival una ventaja impensada, con la rodilla a la altura de su cabeza y la pantorrilla al nivel de su boca, tan abierta como la de su compañero Juan Simón.
Para Roberto Néstor Sensini (octubre de 1966, Arroyo Seco, provincia de Santa Fe, Argentina), apodado "Boquita" por sus labios prominentes, un joven y reputado defensor nacido en Newell's de Rosario, en esos días en el Udinese italiano, era su primer y desgraciado partido en los tres mundiales consecutivos que le tocó jugar.
Aquella vez, sin embargo, la crítica fue tan despiadada tras la derrota ante Camerún, que fue borrado de la oncena titular hasta nuevo aviso.
"Fue muy duro perder el primer partido. Bilardo dijo que prefería que se cayera el avión antes que quedar eliminado en la primera rueda. Y la verdad que lo lógico era quedar afuera", diría años más tarde.
Pero la Argentina, con más pachorra y ganas que fútbol, conseguiría sortear la primera fase sufriendo más de la cuenta, para luego deshacerse de Brasil en ese partido imposible de octavos de final en Turín, de Yugoslavia (Florencia) y de Italia (Nápoles) con los recordados penales atajados por Sergio Goycochea.
Para la final con Alemania en el Olímpico de Roma, entre suspensiones y lesiones, Bilardo lo llamó la noche antes del partido y le dijo algo que "Boquita" jamás esperó: su segundo partido sería la final del mundo.
La Albiceleste de Maradona hizo lo que pudo. Y lo que pudo fue llegar hasta poco del final aguantando un 0-0 que parecía un premio ante la aplanadora germana. Pero llegó ese minuto fatal, con los defensores desacomodados tras una de las pocas embestidas argentinas, un pelotazo a las espaldas, un cruce algo tardío del muchacho de Arroyo Seco sobre Rudi Völler que daría qué hablar durante los próximos 30 años y el penal cobrado por el mexicano Edgardo Codesal.
"En ese momento se te viene el mundo abajo, esa es la realidad. Quería llevarme la pelota para que no patearan el penal, agarrarlo del cuello a Codesal, pero ya teníamos uno menos. Protestamos y sacó un par de amarillas. Después de la final querés desaparecer, dormirte y que pasen los días. Esa es la realidad. No fue un episodio fácil de superar. Más allá de que pasaron treinta años, seguís sintiendo una sensación de impotencia, enojo y amargura por la importancia del fallo que estaban cobrando. En el vestuario me sentía aturdido, abombado, con ganas de desaparecer. Por orden alfabético me había tocado la camiseta con el número 17, el de la desgracia. No lo volví a usar".
Sensini tendría su revancha en los Mundiales de EE.UU. 94 y Francia 98, en los cuales jugó tres partidos de titular en cada uno, sin lograr avanzar de octavos y cuartos de final, respectivamente.
Una decorosa medalla de Plata en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996 no consiguió salvarlo de la maldición. Incluido por Daniel Alberto Pasarella, junto a Diego Simeone y José Chamot como los tres mayores de 23 años que reforzarían al equipo olímpico (años más tarde, Chile haría lo propio con Nelson Tapia, Pedro Reyes y Iván Zamorano para el bronce de Sydney 2000), "Boquita" tuvo una nueva tarde de infamia. Era el minuto 90 e iban 2-2 en el estadio Athens. Tiro libre sobre el área albiceleste y la Argentina que hace la línea practicada tantas veces bajo la vista del "Káiser". Pero alguien sale tarde y termina habilitando a Amunike, que convierte sin oposición alguna y se lleva la medalla de oro al Golfo de Guinea. Sí, quien se quedó enganchado fue Sensini.
Pero su carrera futbolística fue un lujo. De Newell's voló al Udinese, de allí saltó al Parma (donde lo ganó prácticamente todo) y luego a la Lazio, donde coincidió con Marcelo Salas y, cual Prometeo castigado por robarle el fuego a los dioses, debió jugar domingo por medio en la misma cancha del penal a Völler.
Admirador de Pasarella, fue un zaguero recio, pero de buen trato al balón, privilegiando hoy aquella extraña mezcla de "la zurda de Maradona, la derecha de Gianfranco Zola, la agilidad de Faustino Asprilla y la pegada de Juan Sebastián Verón".
Ya como técnico, y antes de su feliz arribo a Everton, estuvo a un paso de llegar a Chile a mediados de la década pasada. Sonó en Wanderers, la U. Católica, Cobreloa y O'Higgins. Incluso conversó con la dirigencia caturra, recomendado por su excompañero en Udinese, David Pizarro.
Quizás "Boquita" no lo sepa, pero su apellido inspiró uno de los mejores cuentos de Roberto Bolaño, titulado precisamente "Sensini" e incluido en su libro Llamadas Telefónicas (Anagrama, 1997). En éste, basándose en un intercambio epistolar real con el escritor argentino Antonio de Benedetto, da cuenta la entrañable vida de dos escritores exiliados que buscan pagar sus cuentas compitiendo con todas las armas posibles en concursos literarios de ayuntamientos de provincia. "Premios búfalo que un piel roja tenía que salir a cazar", diría después.
Pero Bolaño, cuya relación con el fútbol fue más allá del cuento "Buba", de Putas Asesinas, dedicado a Juan Villoro, le haría a "Boquita" la justicia que no pudo Goycochea ante el frío y cruel Andreas Brehme.
"En 1962 vivía en Quilpué, a cincuenta metros de donde estaba alojada la selección brasileña de fútbol. Conocí a Pelé, a Garrincha, a Vavá. Recuerdo por ejemplo que Vavá me tiró un penal y se lo atajé. Y para mí es la mayor hazaña que he hecho: ¡le atajé un penal a Vavá!", recordaría a fines de los noventa.
por don milton