La fuerza del (des) amor
Cuesta encontrar una fuerza más poderosa que la del amor. Por ella hemos visto afectarse imperios, a reyes abdicar; hemos sido testigo de insalvables y eternas rencillas personales y familiares, hemos visto cómo todo puede comenzar con el amor, como todo puede terminarse por él. Esta escena que vemos es de una soleada mañana, en el puerto de Valparaíso, que podemos pensar es septiembre de 1844, y que da cuenta, una vez más, de la fuerza del amor, aunque en este caso más bien sea desamor, lo que llevará unos pocos meses más tarde a Juan Mauricio Rugendas, el gran pintor bávaro, a dejar Chile, al ver que lamentablemente la relación con su amada, Carmen Arriagada, no tenía ningún porvenir.
Carmen Arriagada y Rugendas son una más de esas muchas parejas que intentan torcer el destino, queriendo darle vida al amor, el que les será esquivo, prohibido, quizás desafiado. Ella, que es considerada la primera poetisa nacional, estaba casada con un extranjero avecindado en Chile, y con el cual llevaba una vida más bien acongojada y embargada por la rutina propia del campo. Afortunadamente, había encontrado un escape importante en la literatura y la poesía, que fueran sus herramientas de sobrevivencia antes de conocer a Rugendas, y seguramente también lo serían para sobrevivir sin él, tras su partida definitiva del país, en enero de 1845.
Pero hoy quisiera detenerme más que en la vida del pintor, en la imagen que nos ofrece en esta pintura, que todo indica realizó en momentos en los que ya se aprestaba para dejar Chile, después de casi una década de estadía, la cual no solo había estado marcada por el amor, sino también en la cual desarrolló una fructífera creación artística, que engalana grandes museos nacionales y enriquece importantes colecciones tanto públicas y privadas. También conoció a grandes hombres públicos nacionales y extranjeros, que ya en esos tiempos tenían en Valparaíso un paso obligado.
Lo primero que vemos en esta escena es una pequeña pero pujante ciudad que va tímidamente alzándose hacia su cerros, que tiene un modesto pero a la vez bullente puerto, en el cual apreciamos varias embarcaciones, probablemente esperando cargar o descargar mercancías, como también recoger y dejar pasajeros, según fuera el caso. Debemos recordar que por mucho tiempo, el único transporte internacional de pasajeros para llegar a Chile sería por barco. Vemos, asimismo, distintas construcciones, algunas bien significativas, como el edificio blanco al fondo de la pintura, que era la sede de la aduana, emplazado en el mismo lugar en que hoy está el edificio del Armada, pero también observamos unas modestas construcciones del tipo palafito que se ubican en el borde mar, en un Valparaíso que no da cuenta aún de lo que llegaría a ser años más tarde.
Seguramente, Juan Mauricio Rugendas, que venía en viaje desde el sur, debe haber pasado un par de noches previas en la posada de Madame Aubrit, una mujer francesa que sería más tarde dueña del primer hotel de la ciudad. También de seguro debe haber recorrido las estrechas callejuelas del angosto plano de la ciudad y haberse encontrado con distintos personajes, criollo o migrantes (europeos en ese entonces mayoritariamente), que fueron poblando la ciudad y dándole el carácter multicultural que le conocemos hoy en día y que le ha valido tanto reconocimiento nacional y extranjero.
Pero de seguro Rugendas no se imaginó que la modesta ciudad que próximamente iba a dejar atrás y para siempre, poco tiempo más tarde comenzaría a vivir su denominada época de esplendor, gracias a la libertad de comercio y al auge de la marina mercante, sumado a la ausencia en ese entonces del Canal de Panamá. Que esta ciudad sería la más referencial para la historia contemporánea de la naciente república; que sería una ciudad pionera en convivir y compartir el territorio con el más importante puerto chileno hasta el día de hoy, y pese a que algunos agoreros lo refutan; que sería una ciudad de cultura, de pensamiento, de reflexión, de diálogo, de vida urbana, que sería una ciudad especial y única. No creo que Rugendas haya podido visualizar ello, pero al menos mientras estuvo en estos pagos, nos queda la tranquilidad que supo de su hospitalidad y de su maravillosa geografía, que tan bien retrató en esta y otras pinturas y dibujos.
A casi ya doscientos años de la escena original, si Juan Mauricio Rugendas volviera a pintar este cuadro, que está actualmente en el museo Baburizza, muchas cosas debería cambiar y agrandar.
Por lo pronto, el poblamiento de la ciudad, el desarrollo del puerto, la multiplicación de las embarcaciones. Tampoco quedan palafitos. Claramente, Valparaíso ha cambiado para bien y siempre confío que siga siendo así, la ciudad lo merece.
Por Rafael torres arredondo, gestor cultural