El poeta municipal
Nadie dijo nada, nadie dijo nada… Recurrida cita en discursos parlamentarios, artículos periodísticos y hasta sermones religiosos. Se podría cobrar derechos de autor por su uso, de origen desconocido para algunos usuarios. Son la últimas líneas del poema "Nada", de Carlos Pezoa Véliz, que da cuenta del hallazgo del cadáver de "un pobre diablo", un tipo en situación de calle, encontrado por "unos cazadores que con sus lebreles cantando marchaban".
Se hacen las diligencias del caso, "los jueces de turno hicieron preguntas al guardián nocturno", pero "nadie sabía nada del extinto, ni el vecino Pérez ni el vecino Pinto".
Así, en el abandono, como NN, es sepultado el muerto y "tras la paletada, nadie dijo nada, nadie dijo nada".
Pezoa Véliz fue un poeta urbano, social, así como los raperos de hoy día, que dan cuenta de sus realidades en amagos musicales.
Nacido en 1879, pobre, es acogido por una familia, de la cual toma nombres y apellidos. El suyo original es Carlos Enrique Moyano Jaña.
A pesar de todo logra una buena educación, alcanzando hasta el Instituto Nacional. Inquieto, incursiona en la milicia y en busca de mejor destino llega a Valparaíso, la ciudad más importante y cosmopolita del país.
Generosa burocracia
Se abre lugar en la prensa, en grupos intelectuales y hasta en la política. Tras un buen trabajo comunicacional en favor de determinado candidato que resulta ganador, es designado secretario municipal en Viña del Mar. Sueldo fijo, relaciones y contactos que lo llevan también a desempeñarse como profesor en un colegio inglés para señoritas.
La estigmatizada burocracia acoge una vez más entre sus vericuetos a un artista, tal ocurre con Gabriela, Neruda, D'Halmar y otros. Ganamos así un poeta municipal. ¿Habrá alguno en estos tiempos de odiosas redes sociales?
Estamos a principios de siglo y el poeta funcionario es un buen observador de la realidad social porteña. Así, tenemos una colección de postales porteñas en fácil verso, donde no falta el sentido del humor. Aparecen personajes y situaciones y hasta un sonado hecho policial, el crimen del cónsul del Ecuador, caso de alcances diplomáticos, verdadera teleserie que ocupa largos espacios en la prensa, con locas versiones de las que ni escapan los sacerdotes de los Padres Franceses. "Acá un agente nos causa risa/ porque en Playa Ancha busca y pesquisa/ al que hirió al cónsul del Ecuador./ Busca averigua, con tono suave,/ y al fin descubre… que nadie sabe/ el paradero del malhechor". Fracaso policial hace unos 120 años en logrado verso de Pezoa Véliz.
No escapa a la prosa de su lente la viñamarina calle Valparaíso "con su tráfico de mujeres aristócratas (por dinero o por sangre), es terrible. No siempre son buenos los ojos de largas pestañas que descubren en el traje de la señorita cursi detalles ridículos, infracciones a la moda, bullones mal adornados. El cuello sucio de un caballero pobre es cuidadosamente lavado por la crítica. El vestón raído del joven cesante es remendado por el ojo alegre de la señorita pudiente".
Crítica social de hace más de un siglo de una desaparecida calle Valparaíso que hoy, con galones de avenida, daría mucho tema al poeta cronista.
En carta de 1904 escribe que "vivo en un pueblo donde es peligroso mostrar talento. Se le envidia brutalmente. No hay con quien conversar de arte…"
Pese a todo, tiene un buen pasar y con su lente de poeta urbano observa la realidad social de la época. Disfruta de su posición, viste bien y, sin duda, se enamora de alguna de esas despiadadas niñas de la calle Valparaíso, rubias, su debilidad. Sus inquietudes las compartía en "curiosos tées literarios que ofrecía, chispeante charlador en su modesta buhardilla con humos señoriales", según consigna "Selva lírica", inventario de poetas de los años del centenario. En sus escritos también se ocupa de las amenazas del Marga Marga. "Buenos miles de pesos han tirado decretos oficiales sobre la defensa del estero, buenos miles que el agua absorbe rabiosa…", escribe ante crecidas de antaño.
Turbulencias porteñas
El puerto, en tanto, se estremece con hechos turbulentos. El estallido social de 1903 -nada nuevo bajo el sol-, los crímenes de Dubois y su captura y el terremoto de 1906. Muerte y destrucción para pobres y ricos. Caen pesados muros con absurdos arrestos versallescos. Cientos de muertos y heridos.
Uno de esos muros sella el destino del joven poeta que vivía en una pensión de la calle Viana. Con varias fracturas, es atendido en una carpa en la calle Traslaviña y Roberto Zegers Borgoño, quien sería en 1909 alcalde, lo lleva al Hospital Alemán de Valparaíso, uno de los mejores del país, sino el mejor, atendido por destacados médicos chilenos y, lógicamente, alemanes.
Hoy del hospital solo queda lo que fueron sus oficinas y el resto del espacio ha sido reemplazado por un edificio de departamentos, milagrosamente respetuoso del lugar con discreta altura.
Con frecuencia llega hasta las alturas del cerro Alegre, donde se encuentra el hospital, Zoilo Escobar, considerado como "el más genuino vate de dicho puerto", Diccionario de la Literatura Chilena. Escobar, también es un favorecido por la burocracia con un cargo en el Gobernación Marítima de Valparaíso. Es el invierno de 1907 y visita al poeta herido. Charla literaria y luego pregunta en artículo periodístico "¿es posible que este bardo se vea amenazado por las dunas del olvido?".
Escobar se ocupa de llevar hasta la revista porteña "Sucesos" los poemas que Pezoa Véliz trabajosamente escribe en su cama. "Tarde en el Hospital Alemán", título original. Allí confiesa que "para espantar la tristeza duermo".
Una madrugada, marzo de 1907, la soledad del poeta es interrumpida por una salva penetrante que llega favorecida por esa caja de resonancia que conforman los cerros porteños. En la cárcel de Valparaíso, quizás se divisa desde la pieza del poeta, ha sido fusilado Emile Dubois, el homicida francés que aterrorizó al puerto. Antes del terremoto, el poeta entrevista al condenado, promoviendo con su escrito el indulto.
Condenado también estaba el poeta. A sus fracturas suma la tuberculosis, incurable en esos años. Lo trasladan al Hospital San Vicente de Paul, en Santiago, donde fallece el 21 de agosto de 1908. Carlos Pezoa Véliz sobrevive de la nada que el mismo describe y se sitúa como "poeta fundamental de Chile y América", juicio de Nicomedes Guzmán que se suma al reconocimiento de Ernesto Montenegro, Raúl Silva Castro y hasta del exigente Alone, entre muchos. Así, tras su penosa muerte, lo cubren ahora paletadas de elogios.
por segismundo