El dolor de la Piedad
"Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido".
Este verso del poema Sonetos de la muerte, de la inmortal Gabriela Mistral, es mi primera referencia al ver esta maravillosa escultura, quizás la más memorable de todo el Renacimiento. De autoría del magistral artista italiano Michelangelo Buonarroti (1475-1564), fue encargada por el cardenal de Saint Denis, para adornar una capilla vaticana.
Sin duda, cuando uno ingresa a la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, Roma -junto con el altar mayor "el Baldaquino", obra del gran Bernini- es "la Pietá" la que se lleva todas las miradas y provoca grandes emociones. Un hijo muerto en brazos de una sufriente pero digna madre, transmite dolor, pesar, ternura, compasión y, por lejos, se puede sentir la piedad. Hecha en mármol, es un gran conjunto escultórico que si bien está pensada de forma tridimensional, es su frente el que acapara la atención y se lleva los aplausos y reconocimientos por su magistral resolución artística.
Se trata de la escena en que Jesucristo es bajado de la Cruz, ya muerto, y sostenido en brazos por su Madre, la Virgen María. Ya había transcurrido todo el calvario y dolor que conocemos a través del Nuevo Testamento, y la Virgen, como buena Madre, asiste a su hijo incluso en el doloroso momento de la muerte. Se ve en ella el cuerpo inerte de Jesús, magullado, maltratado e injustamente condenado, reposando en el seno de su Madre, que sufriente pero serena, lo asiste en ese fatídico momento. ¿Habrá un amor más grande que el de una madre? Y a la vez, ¿podremos conocer un mayor dolor que el de una madre viendo morir a un hijo? De seguro ambas preguntas tienen la misma y desoladora respuesta.
Al gran Miguel Ángel le debemos extraordinarias joyas de la corona renacentista, inmortales todas y hasta hoy en día convertidas en patrimonio de la humanidad. Pero no me cabe duda que esta escultura que comentamos acá debe ser su mayor logro. Es simplemente perfecta, no tiene por dónde mejorarse, no hay nada no resuelto: es una obra maestra en toda su expresión.
Al pensar en la palabra piedad claramente tenemos dos significados en la mente. El primero es el sentimiento de compasión y misericordia por el doliente, por el que sufre. También nos asiste el pensamiento de la devoción piadosa, generalmente asociada a la religión. Piedad es una palabra linda pero sufriente, sólida pero triste, tranquila pero dolorosa. Generalmente, al pensar en piedad, lo hacemos con tristeza y preocupación. Así y todo, la mayoría de nosotros busca sentirla y moverse por ella, aunque quizás lo hagamos menos frecuentemente de lo que debiéramos.
Hoy en día, en que el mundo le da a la mujer un lugar por siglos postergado, vemos cómo ellas han hecho carrera y ganado terreno en todo tipo de actividades. Ya nadie se sorprende de mujeres astronautas, presidentas, banqueras, policías y en tantas otras actividades. Cuando escribo esta crónica me entero del asesinato de la joven policía Valeria Vivanco Caro, subinspectora de la Policía de Investigaciones de Chile, abatida en una emboscada en una comuna de la Región Metropolitana. De seguro ella llegó hasta esa institución motivada por sus legítimos anhelos de hacer una carrera en una entidad por años dedicada solo a los hombres. Llegó ahí buscando hacer el bien, hacer justicia, quién acaso no quiere ello; llegó a la PDI para ser una mujer de bien y una mujer feliz. Y a los 25 años murió asesinada en el cumplimiento del deber. No puedo no imaginarme la escena contemporánea de "la Pietá" con Valeria Vivanco muerta en brazos de su madre. De solo pensarlo me recorre el dolor, la tristeza, la impotencia de los suyos, y siento ahí una profunda piedad. No quiero ni me corresponde hacer juicio legal ni jurídico, solo hago una reflexión de dolor y piedad, ambas presentes en la escultura y en la vida real. Aquella madre de la policía asesinada no esperaba ni quería arrullar a su hija en la muerte, no quería tener que despedirla, menos quería que le fuera arrebatada. Desgraciadamente, ya no hay vuelta atrás, la muerte se llevó a su hija y deberá vivir con ese dolor hasta el día de su partida.
Muchas veces vemos cómo hoy en día repetimos ejemplos del pasado, la mayor parte de ellos tristes, equívocos, innecesarios. Vemos con pesar que el tiempo ha transcurrido y no hemos aprendido mucho para no decir nada. Cómo hacer para que seamos capaces de mirar el pasado y desde ahí entender y enfrentar el futuro con mejores condiciones y capacidades.
Ver la obra de Miguel Ángel, esta que comentamos, como tantas otras, nos da una oportunidad de mirar y pensar el mañana de una mejor manera. No la desaprovechemos, quizás mañana ya sea tarde.
Por rafael torres arredondo,
gestor cultural