La representatividad y el voto obligatorio
La elevada abstención en las recientes elecciones hace que avance con rapidez en el Congreso Nacional una reforma constitucional. En cuanto a un supuesto recorte a la libertad que significaría el voto obligatorio, el columnista Carlos Peña argumenta que "ya insinuó Rousseau, uno de los campeones de la democracia: a veces ella necesita forzar a los ciudadanos a ser libres".
Avanza en el Congreso Nacional el proyecto de reforma constitucional que restablece el voto obligatorio. La propuesta fue aprobada en la Cámara de Diputados por 105 votos a favor, 33 en contra y nueve abstenciones y ahora pasa a la consideración del Senado.
Esta inusitada rapidez en la tramitación parlamentaria tiene su origen en la baja participación en los recientes procesos electorales. En la votación del pasado domingo para definir en segunda vuelta a los gobernadores regionales, la participación solo llegó al 19,5% de los electores habilitados para concurrir a las urnas. La participación más alta se dio en la Región Metropolitana, con un 25,7% de los inscritos. Ello, sin duda, debido a la proyección nacional y política de esa definición que culminó con el triunfo de Claudio Orrego, histórico DC en la lista de Unidad Constituyente, con raíces en la denostada -y también añorada- Concertación. La votación más baja correspondió a la Región de Antofagasta, con la presencia del 12,2% del electorado.
La vuelta a la obligatoriedad busca, según sus promotores, dar una efectiva legitimidad representativa a los elegidos en votaciones populares que ahora aparecería debilitada debido a la baja presencia de ciudadanos. Así, por ejemplo, está el caso de 34 constituyentes que plantean posiciones rupturistas que se apartan de las bases originales del proceso para la formular una nueva Carta Fundamental. Representan solo el 6,7% de los votantes y el 2,8% del padrón habilitado. ¿Qué representatividad efectiva tiene esa posición extrema?
Frente al avance de la vuelta a la obligatoriedad, Carlos Peña, en una columna publicada en este Diario, se pregunta si esa decisión es correcta. Responde él mismo que "es un poderoso estímulo para la libertad positiva, para que las personas se involucren en los problemas que plantea la vida en común".
En cuanto a un supuesto recorte a la libertad que significaría el voto obligatorio, termina argumentando que "ya insinuó Rousseau, uno de los campeones de la democracia: a veces ella necesita forzar a los ciudadanos a ser libres".
El problema de la baja participación reside, más que nada, en una creciente desconfianza en las instituciones, comprobada en la baja calificación que obtiene, ejemplo concreto, el Congreso.
¿Se lograría con una participación "forzada" una efectiva representatividad que se traduzca en una mayor cercanía ciudadana y, finalmente, en una mayor confianza en las instituciones?
Si se logra ese propósito, el voto obligatorio sería un efectivo aporte a la democracia, lo que debe ir acompañado de mecanismos concretos que faciliten el cumplimiento de lo que aparece como un deber ciudadano que permitiría mejorar las instituciones y también la selección y la calidad de los servidores públicos, los que muchas veces olvidan su condición de tales.