Pandemia y aromos
"Cuando la pandemia nos priva de las grandes alegrías, habrá que continuar aferrados a las pequeñas alegrías, muchas de las cuales tienen su fuente en el constante cambio de esa naturaleza a la que todos pertenecemos".
Todos los columnistas tenemos alguna obsesión, y eso es decir poco: lo que tenemos son obsesiones -así, en plural-, sobre las que volvemos una y otra vez, enarbolando nuestra pluma al modo como el hidalgo caballero de La Mancha cuando iba contra los molinos de viento.
Una de mis obsesiones son los aromos, el tema de los aromos, de ese arbusto que florece en esta época y que vuelve puntualmente todos los años. Sus primeros brotes son levemente amarillos y no destacan lo suficiente, de manera que hay que fijarse bien en ellos para darse cuenta de que están allí otra vez. Un florecimiento que acaece hacia finales del otoño e inicios del invierno y que muchos suelen confundir, erróneamente, con el inicio de la primavera. Esta última está todavía muy lejos -recién comienza en septiembre-, pero las fragantes y luminosas flores de los aromos, que no la adelantan, nos hacen a lo menos pensar en la primavera con alguna esperanza, sobre todo en los tiempos que corren.
He observado igualmente un extraño fenómeno: ya bien deshojados por el transcurso del otoño, muchos plátanos orientales han echado nuevas hojas, hojas nuevas, muy verdes, que conviven en fuerte contraste con las ya muertas que todavía no caen de las ramas. ¿A qué se deberá ese fenómeno de vida y muerte en un mismo árbol? ¿Será producto de los abundantes gases que despiden los vehículos que circulan bajo ellos en calles y avenidas? Si usted transita por 8 Norte, fíjese en lo que digo: en la parte superior de los plátanos orientales, abundantes hojas muertas aún sin caer, y en la parte más baja algunas enteramente nuevas. ¿Nuevas o sobrevivientes? Tampoco lo sé. Lo cierto es que la impresión que produce ese fenómeno es bien desconcertante, porque presenta, a una, tanto al invierno como a la primavera.
En la calle en que vivo hay un solo aromo que creció libremente junto a la vereda, pegado al pie de un cerro, y que ya muestra el primer tenue color de sus flores, lo cual me produce la alegría de todos los años. Crecerán prontamente y empezarán a despedir ese aroma dulce y pesado que tanto nos gusta. Un olor para percibir sin mascarilla, olvidándonos por un momento del odioso visitante que recorre el planeta diezmando vidas y esperanzas.
Está bien, siempre ha habido pestes en el planeta, ¿pero ahora, ya bien entrado el siglo XXI, cuando teníamos noticias de que la especie humana, que es el resultado de un proceso de evolución exitoso, se encontraba a las puertas de no depender más del azar y de ponerse al mando de su futura evolución?
Tampoco consigo entender bien ese fenómeno, salvo que este virus haya arrancado de las probetas de un laboratorio.
Aromos: empezarán a florecer en todas partes, porque son así, desordenados, multiplicándose en calles, rutas y caminos según lo dispongan sus esporas y el viento que las esparce. Los aromos no necesitan ser plantados: se plantan solos.
Cuando la pandemia nos priva de las grandes alegrías, habrá que continuar aferrados a las pequeñas alegrías, muchas de las cuales tienen su fuente en el constante cambio de esa naturaleza a la que todos pertenecemos y a la que tendríamos que cuidar tanto como nos cuidamos a nosotros mismos.
Agustín Squella
Premio nacional de humanidades