Hoy, 30 de junio, se conmemora el 170° aniversario de la fundación del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, primero de nuestra República. Con ello, iniciamos ya el directo camino que nos conducirá a cumplir los dos siglos de fructífera existencia como una institución señera en la historia de Valparaíso y en la de nuestra nación, pues somos los pioneros del generoso movimiento bomberil, que hoy se manifiesta con justificada presencia en cada uno de los 313 Cuerpos de Bomberos que existen a través de todo el país, con más de 50 mil efectivos, entre hombres y mujeres, que a diario entregamos lo mejor de nuestras capacidades, en pos de ayudar a quienes lo necesitan en las diversas emergencias que nos toca atender.

Recibimos este nuevo aniversario con un renovado espíritu de compromiso y apego con los principios y valores con los que nuestros fundadores, en el año 1851, sentaran las bases de esta entidad voluntaria. No olvidamos a aquellos hombres que hasta solo un par de décadas se enfrentaban al riesgoso enemigo del fuego con la chaqueta de cuero o de lona y la toalla al cuello.

El espíritu y la motivación actual siguen siendo las mismas, aunque, sin duda, hemos avanzado de manera considerable y sostenida a base de esfuerzo y trabajo. No han sido años fáciles, especialmente desde 2019 a la fecha. Por primera vez en nuestra historia nos hemos visto enfrentados a situaciones que escapan a nuestro normal desempeño, como el haber sido atacados por actos de violencia mientras atendíamos emergencias en momentos del estallido social y vernos enfrentados hoy a una pandemia de nivel mundial y nacional, que ha representado todo un desafío para nuestro servicio, pensando eso sí, que hemos sabido estar a la altura de las circunstancias, debiendo adecuarnos a una nueva estructuración de nuestros procedimientos operacionales y a sacrificar momentos tan anhelados por nosotros, como lo son los de la vida de cuartel, pero lo más destacado, manteniendo operativo al cien por ciento a nuestro amado Cuerpo de Bomberos de Valparaíso.

Nuestra motivación no es otra que servir y en aquello basamos nuestro diario accionar y lo continuaremos haciendo, adoptando ahora, eso sí, nuevos protocolos desarrollados para la protección del personal bomberil y de la comunidad a la que atendemos y por quienes existimos.

Por otro lado, hemos recibido con beneplácito las diversas encuestas de opinión que nos sitúan como la entidad con mayor credibilidad y probidad en Chile, por sobre muchas otras con tanto o más arraigo en la sociedad, hecho que nos reconforta de sobremanera, pero que también nos obliga a seguir redoblando esfuerzos en pos de continuar por la buena senda del desarrollo.

Es en dicha senda donde, inevitablemente, necesitamos la atención de las autoridades, quienes deben procurar la entrega pronta de los recursos y no que tengamos que sortear una serie de barreras burocráticas, las que muchas veces desgastan o desalientan nuestras buenas intenciones de cooperación, dañando gravemente nuestros ya debilitados presupuestos.

En este sentido, debemos reconocer, eso sí, que hemos podido desarrollar de manera conjunta con quienes tienen las decisiones políticas en nuestra región, una serie de proyectos de adelanto que no vienen sino a mejorar la calidad del servicio que prestamos, dotándonos, a la vez, del material que necesitamos para ello.

La historia y la mística que anidan en el corazón de cada bombero porteño es el aval oportuno e indestructible para seguir adelante, cumpliendo cabalmente nuestro sagrado cometido.

¡Honor y gloria a nuestros mártires!

bomberos de valparaíso

por erasmo olivares ojeda

superintendente de

Desde hace algunos años ha tenido lugar en la filosofía no secularizada un rescate, una moda por la figura y obra de Pablo de Tarso (5-10 a 58-67 d.C.), uno de los santos de cardinal importancia para el cristianismo y la cultura occidental, junto con Pedro, Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. Así, filósofos del talante de Alan Badiou (1999), Giorgio Agamben (2006), Frank Hinkelammert (2009) y Enrique Dussel (2012), han revisitado las epístolas paulinas contenidas en el Nuevo Testamento bíblico, con el fin de esclarecer varias cuestiones inquietantes que nos aquejan desde nuestra condición posmoderna y para repensar la idea siempre problemática de comunidad política.

La biografía de Pablo de Tarso (Saulus en judío y Paulus en romano) es extraordinaria: nacido y criado en el seno del judaísmo ortodoxo de comienzos de nuestra era, fue, asimismo, ciudadano romano y un fervoroso inquisidor del cristianismo en sus orígenes. Pese a ser contemporáneo de Jesucristo, al parecer no tuvo contacto con el mesías hasta que éste se le apareció en un viaje de Pablo a Damasco, según se lee en los Hechos de los Apóstoles. Esta revelación de Jesucristo resucitado fue decisiva en la conversión de Pablo al cristianismo, aunque sin abandonar sus raíces judaicas. Como sostiene J. L. Borges, "morir por una religión es más simple que vivirla con plenitud". En este sentido, Pablo -el Apóstol de los gentiles, el siervo de Jesucristo- eligió una vida misionera, siendo un pensador heterodoxo y universalista, contrario al particularismo que había aprendido en el judaísmo de Gamaliel.

Aquí emerge una de las cuestiones decisivas tratadas por Pablo en su epístola a los romanos: la férrea adhesión a la ley (mosaica, elegíaca) versus el amor por Jesucristo, universal y atemporal por definición. La carta a los romanos es interesante porque es la única que no constituye una respuesta a preguntas específicas planteadas al santo (por los corintios, los gálatas, los tesalonicenses) y constituye, por tanto, su texto más teológico o, si se quiere, filosófico. Este enfrentamiento entre ley y amor, en clave contemporánea, puede ser leído como la necesidad de instalar una nueva ética y política de alteridad.

En efecto, vivimos encerrados en una política -una biopolítica- de naturalización de la exclusión como expresión de relaciones de fuerza, de poder, entre la mismidad y la otredad. La alteridad es una categoría secundaria frente al yo. Toleramos al otro, pese a reconocerlo como asimétrico, distinto y amenazante, sin reparar en que la pretendida tolerancia no es otra cosa que imposición disfrazada. Es el yo, la mismidad, quien fija e impone las reglas del juego. El mensaje de Pablo es prístino: el otro no es algo que deba ser superado o sobrepasado, sino que es un igual a ojos de Jesucristo.

Sin esta visión, la idea de comunidad política no resulta posible.

por fernán rioseco

académico filosofía uv