El cuatiquero
En Playa Ancha había cinco autos: el del Nano Poblete -su papá era el gerente del Casino-, el del Pollo Stoller y el del Guatón Allú, al que le gustaba bajar las escaleras de Las Torpederas en bicicleta, más los dos que había en mi casa, un Buick del '29 que servía para salir a pasear la familia y una Ford A del '29 que mi papá se había comprado de paquete, que se usaba para el reparto. Aprendí solo a manejar esa camioneta. Cuando quedaba estacionada afuera le soltaba el freno sin meter bulla para que no me pillaran y llegaba hasta la plaza manejando, pero un día llegué hasta Las Torpederas y no sabía cómo volver. Mi papá me fue a buscar, me hizo manejarla de vuelta y me sacó unas llaves para mí.
Título: "Valparaíso de noche y las siete vidas de Eugenio Carramiñana" Autor: Gonzalo Ilabaca Editorial: Narrativa Punto Aparte Extensión: 332 páginas Venta: Mar de Libros, Qué Leo Valparaíso, Qué Leo Curauma y www.yalibros.cl
La Ford del '29 pasó prácticamente a ser mía porque yo hacía los repartos del emporio e iba al mercado a comprar la verdura, pero no tenía carné de manejar. Una vez, frente al DPA, me pillaron en la avenida Playa Ancha y me llevaron preso por andar sin carné. Llegué a la comisaría y el oficial me quedó mirando y me dijo:
-Yo lo conozco. Usted pilotea en Playa Ancha. ¿Corrió ayer usted?
-Sí.
-¿Y no tiene carné?
-No.
-¿Por qué?
-Porque me dedico a correr y a trabajar. No tengo tiempo.
Me dieron una semana para llegar con el carné y no me pasaron ningún parte.
En las carreras del Alejo Barrios existían tres categorías. Estaban los fuerza libre, les podías poner sesenta neumáticos si querías, cuarenta y dos carburadores, les agrandabas o achicabas los cilindros, nada estaba regulado y eso se llamaba pichicateo. La otra categoría eran los carrozados, que era cualquier auto cerrado, todos contra todos: un Volkswagen podía correr con un Mercedes Benz, el que le tuviera fe a su auto podía correr. Y después venían las burras, ahí corría yo, era la categoría más penca pero tomar las curvas y derrapar era igual a la emoción del que corría en fuerza libre. En la categoría burras era cualquier cacharro hasta el año '30.
Yo corría en la Ford del '29 de mi papá. Él no tenía idea, le sacaba la rampla y corría amarrado en los fierros. Los frenos en ese tiempo eran de varilla, no eran hidráulicos, y si ibas a mucha velocidad a veces se cortaban las varillas. Un día que mi papá estaba enfermo en cama, por casualidad prendió la radio y escuchó: "En estos instantes cruza la meta Carramiñana en su Pobre Diablo". Mi papá saltó y llamó a mi mamá y le dijo:
-Anda a ver si está la camioneta en el garaje.
-No está -le respondió ella.
Cuando llegué yo, haciéndome el pobre diablo, mi papá me llamó y preguntó:
-¿Ganaste?
-No -le dije-, llegué segundo.
-Pues para llegar segundo yo no corro.
Y se acabó el tema. Era categórico el viejito.
Me gustaba la velocidad, a veces manejaba yo, otras hacía de copiloto. Corría con Molinari que manejaba muy bien. Con Gandolfo manejaba yo.
Yo había visto en una película que el copiloto abría la puerta y hacía contrapeso con su cuerpo para las curvas y esa misma estupidez hacía cuando me acordaba. Había una curva muy propicia para eso donde se junta Gran Bretaña con la avenida Playa Ancha. Habíamos practicado también pasar en dos ruedas, para lo cual en un lado ponía neumáticos aro 16 y en el otro, aro 21.
Nosotros íbamos a ensayar velocidad al parque Alejo Barrios, por donde está la Escuela Naval ahora. Antes estaba ahí el faro, era una quebrada cortada a pique hacia la plaza Rubén Darío. Cuando venían los santiaguinos a correr no se atrevían a pasar rápido por ahí pero uno estaba acostumbrado y como yo hacía montañismo, no me impresionaba la altura. Acostumbrados a los cerros, a sus subidas y bajadas y sus curvas, nosotros manejábamos mejor que los santiaguinos. Ellos solo corrían bien en plano.
En la parte de arriba, donde está ahora la Escuela de Farmacia de la Universidad de Valparaíso, descubrí que había un peralte. Le puse forros más grandes para dar esa curva y logré pasar en dos ruedas. Entonces empecé a practicar esa figura en la semana, a ver a qué velocidad y qué frenada necesitaba, y logré hacerlo en más de una oportunidad. El Rucio Moreno, que era arquero de waterpolo, venía con la gente del DPA y se ponían en esa curva y cuando yo quedaba en dos ruedas me aplaudían. Más que la velocidad, yo corría para buscar esas emociones, me gustaba la adrenalina; más que corredores de autos nosotros éramos cuatiqueros. Para el volante ensayaba en calle Taqueadero, donde hay hartas curvas. El Loco Berardi daba esa curva de Gran Bretaña a Taqueadero a toda velocidad y con los ojos cerrados.
por shogun