El Templo de las Mujeres
De mi hasta ahora único viaje a Grecia, tengo imborrables recuerdos: su gente, su geografía, su idioma (a ratos angustiante), su cultura y gastronomía, pero por, sobre todo, su significancia. Ahí está la cuna de la democracia que conocemos hoy, ahí está el Alpha del tipo de sociedad que hasta hoy en día nos esforzamos, a veces más, otras menos, por desarrollar y mantener; es la vida cívica y social que queremos emular y preservar.
La Acrópolis es por esencia la representación viva de la cultura democrática y cívica de la antigua Grecia. El Partenón, y el templo dedicado a Erecteo, son dos verdaderas joyas arquitectónicas y escultóricas, hoy además patrimonio de la humanidad. Pero si hay una postal imborrable en mi mente en esa colina de la Acrópolis, es el muro sur de ese monumento, conocido también como el Templo de las Mujeres. Edificación que en su frontis tienes seis cariátides, figuras femeninas esculpidas con la función de columna o pilastra, que en este caso se supone representan a las hijas de Erecteo, y que no son las originales, ya que ellas que se encuentran protegidas en el museo del recinto, cinco de ellas, y una está en el museo de Londres (quizás esperando volver).
Pero el tema para mí pasa hoy por el significado y la coincidencia. El significado de la mujer, o las mujeres, en la historia del mundo, uno más bien de hombres. Las mujeres han sostenido, al igual que estas cariátides, los principales templos, el de la familia, la sociedad, la cultura y el amor. Han sido un soporte inigualable y celosas custodias de ello, se han consagrado en esto. La coincidencia para mí hoy está dada en que en estos días se conforma la Convención Constituyente, que dará cuerpo y forma a una nueva Constitución Política de la República, destinada a guiarnos en el camino democrático de los próximos decenios, cuando menos, y que esa Convención que tendrá representación pluricultural, demográfica y de género, estará constituida por setenta y siete mujeres (como los soldados de La Concepción), que tendrán la responsabilidad, al igual que las cariátides, de sostener el templo democrático de nuestro país.
Estoy cierto tendrán la capacidad de plasmar en nuestra nueva Carta Magna, todas esas condiciones propias del género femenino, tan vitales para la convivencia, en cualquiera de sus manifestaciones. No tengo duda de que el respeto y la tolerancia serán invitados de honor en el texto, gracias a la mirada de la mujer, por siglos subestimada y discriminada (empezaron a votar en Chile, recién en la mitad del siglo pasado). Los derechos esenciales y la preocupación por los más débiles, también serán sin duda uno más de sus tantos aportes.
Seguramente la instalación y el desarrollo del trabajo constituyente no será un camino de rosas, pero las mujeres le pondrán la necesaria calidez y contención, para poder avanzar. Ellas serán las encargadas de poner las dosis de calma y reflexión, cada vez que sea necesario, seguro tendrán esa capacidad natural de poner paños fríos y disimuladamente tomar el control, cada vez que sus pares masculinos lo pierdan.
Al igual que en la meseta de la Acrópolis, las mujeres observarán calmamente, pondrán pasión, pero también racionalidad; serán constructoras de puentes, en caminos que puedan parecer sin conexión alguna. Serán también las llamadas a poner al género femenino en el lugar que les corresponde en la sociedad, y no al que algunas veces se les quiere remitir. Las minorías tendrán en ellas una voz, tendrán un reconocimiento.
Tengo cifradas expectativas en el rol de las mujeres en este trascendental proceso democrático que viviremos en los próximos meses. Saberlas parte importante y casi mayoritaria, me llena de esperanzas. Las sé capaces de tanto, las conozco tan trabajadoras y comprometidas, que estoy cierto aquí no será la excepción. Al igual que en el templo, su presencia será infinita en el tiempo y en el espacio.
No quisiera se piense que no veo en los hombres que integran la Convención capacidades como las antes descritas, solo que tengo la experiencia viva de cómo las mujeres hacen de bien aquellas tareas encomendadas y mucho más, las que buscan como posibilidad de desarrollo. Conozco de su entrega, dedicación, valentía y cordura, siempre tan capaces.
Nuestras cariátides convencionales tendrán sobre sus cabezas, una vez más, una inmensa responsabilidad. Estoy cierto de que la cumplirán con creces y no nos arrepentiremos jamás del encargo que les hemos realizado.
El escritor español Ramón Gómez de la Serna, escribió que quería para su muerte que «lloraran todas las cariátides de la ciudad». Sería sin duda un más que gran homenaje para cualquiera de nosotros.
Por ahora, esperemos las alegrías y confianzas que nos darán en esta nueva etapa que comienzan, al escribir ese texto que será un camino y, al mismo tiempo, una oportunidad.
Por rafael torres arredondo,
gestor cultural