Inquietudes
Joaquín García-Huidobro
Desde hace un mes usted es una de las personas más importantes de Chile. La profesora universitaria se ha transformado en una mujer poderosa. No soy de los que creen que el poder corrompe; sin embargo, es una realidad compleja, repleta de ambigüedades, capaz de ahondar ciertas fracturas o multiplicar las virtudes de quienes lo detentan.
Todavía es temprano para juzgar su gestión, pero precisamente por eso quiero manifestarle un par de cosas que me inquietan, porque, a pesar de nuestras diferencias, tenemos muchas cosas en común, particularmente el deseo de que le vaya muy bien en su gestión.
Celebro, por ejemplo, la decisión de la mesa que usted preside de buscar la pluralidad con la incorporación de varias vicepresidencias y hacer lugar en ellas a quienes piensan distinto. No estaba obligada a hacerlo, y lo hizo. Gestos como ese hablan bien de usted.
Con todo, tengo un par de motivos de inquietud, y prefiero manifestárselos ahora, cuando su labor recién comienza. Me habría gustado hacerlo en privado, pero no tengo acceso a usted, que, por más que quisiera, no puede recibir a todas las personas.
Mi primera preocupación tiene que ver con cierta molestia que ha mostrado ante las críticas. Me dirán que afirmo algo absurdo, porque a nadie le gusta que lo critiquen. Sin embargo, usted y yo somos académicos y hemos vivido la experiencia de recibir los dictámenes de los arbitrajes de los artículos que enviamos a revistas especializadas. A veces no son muy acertados, pero en la mayoría de las ocasiones aciertan y nos dan luces sobre aspectos que no habíamos considerado. En esos casos, lejos de enojarnos, quedamos agradecidos y nuestros trabajos mejoran notablemente.
Si usted reacciona así en su faceta de investigadora, ¿no podría adoptar una actitud semejante, al menos en parte, en su actual tarea política? No todas las críticas obedecen al prejuicio o la mala fe. Los seres humanos cometemos errores, incurrimos en actitudes precipitadas o dejamos de considerar aspectos importantes de los problemas que tenemos delante. Usted no es una excepción.
En este momento carece de tiempo, pero cuando termine su tarea quizá le resulte un ejercicio muy positivo el leer el Gorgias, de Platón. Cada vez que vuelvo a ella es una obra que me enseña mucho, entre otras razones, porque muestra cómo el ser corregido cuando uno está equivocado constituye un gran beneficio, que uno debe agradecer.
Si lo anterior es así, entonces la pregunta que uno debería hacerse ante las críticas es: ¿no habrá algo de verdad en lo que dicen? A usted le pedimos más precisamente porque esperamos mucho de su labor.
El segundo motivo de inquietud que me afecta tiene que ver con sus entrevistas. A usted la mueve un sincero deseo de mejorar nuestra política, de no caer en los antiguos vicios que la caracterizan. Sin embargo, en los últimos días he leído con mucha atención una entrevista que dio una política profesional y otra que le hicieron a usted. Para desazón mía, en ambos casos advierto que eluden responder a las preguntas que se les formulan. Esa es una pésima práctica, por más que esté difundida. A veces nos pasa eso porque nos entusiasmamos con un tema que tenemos en la cabeza y simplemente olvidamos lo que nos habían preguntado. Puede ser su caso, pero esta es una materia en la que resulta necesario tener un especial cuidado, particularmente en la posición en la que usted se encuentra.
El hecho de responder a las preguntas no solo se vincula con el respeto que merece el público, sino que apunta a una cualidad muy importante: la credibilidad. En una época en la que cunde la desconfianza, cuando las instituciones están desprestigiadas, necesitamos con urgencia que usted sea creíble, muy creíble. No podemos darnos el lujo de que usted se desprestigie, de que aparezca como una persona más que está disparando desde una trinchera y que la única diferencia consiste en que está vestida con chamal y trapelacucha, por más que sea una diferencia importante.