Prehistoria de la Farándula
Multitudes en las afueras del Miramar. Empujones, gritos y pancartas en homenaje al personaje que, generalmente, no se asoma a saludar a sus incondicionales fans. Finalmente, aparece y, veloz, sube a una van con vidrios polarizados que toma la dirección a la Quinta Vergara, donde se harán pruebas de sonido, luces y ensayos de la función nocturna.
Esto de la van, más allá de la farándula, ha tomado color político con las demandas de transporte de algunos constituyentes. Pero ese es otro tema y sigamos en esta irrupción del grupo o del divo de moda que se presentará en el escenario viñamarino y se la jugará por aplausos, gaviotas, antorchas y demases que, fuera de su dudoso valor material, entran a formar parte de un capital que a veces alcanza alta cotización en el show business, que mueve miles de millones de dólares.
Para algunos, nuestro escenario local ha sido plataforma de lanzamiento en el mercado internacional, caso de Julio Iglesias, que ya en ligas mayores afirmaba en sus retornos a Chile, emocionado desde el escenario:
- Os quiero, os amo, os adoro…
No añadía "os cobro", la otra cara exitosa del ahora veterano cantante español.
La historia del Festival es larga y ya tiene sus cronistas. Se lo merece y es un tema que nos lleva a revisar un libro sobre la historia del espectáculo local, obra de Roberto Hernández, infatigable atleta de la crónica porteña. El acucioso investigador entrega una visión humana y entretenida, "Los primeros teatros de Valparaíso y el desarrollo general de nuestros espectáculos públicos", libro de 664 páginas, editado en 1928, con numerosos grabados cubre hasta 1906, remontándose a las atracciones públicas coloniales.
"Preferencia sobre toda clase de espectáculos públicos tenían en la colonia las corridas de toro", afirma Hernández. El ruedo estaba situado en lo que es hoy la Plaza de la Victoria. Fueron suprimidas por ley en 1823, pese a lo cual revivieron hasta principios del siglo pasado en Viña del Mar.
La demanda de entretención sacrificó, entrada la república, a gallos y caballos. Con riñas, por un lado, y carreras por otro, todo ello en 1835, con un reglamento municipal que fijaba normas para las apuestas, estipulando un juez para dar transparencia al juego y medio real como precio de entrada.
Se prohibieron, con relativo acatamiento, los reñideros. La Municipalidad de Valparaíso se mantuvo como atento vigilante del show business local, fijando normas de precios, seguridad y moralidad. Insistiendo en ello, la Municipalidad acordó por unanimidad, en julio de 1907, prohibir el boxeo y la lucha romana. Recurrida la norma, la Corte de Apelaciones confirmó la veda para el primero, pero dio visto bueno al último.
La historia del espectáculo en Valparaíso está marcada por un hecho de sangre al cual se refiere nuestro cronista y que consigna el primer ejemplar de este Diario. El 9 de septiembre de 1827, en un acto de prepotencia y en estado de ebriedad, un oficial de la fragata británica "Doris" asesina de un tiro a un suboficial guardia del teatro cuando se representaba una comedia. Se agrava el caso. Desembarca tropa de la nave. Indignación popular en las calles y explicaciones al gobernador Lastra asegurando que el marino homicida está detenido a bordo para ser procesado. El honor nacional está en juego, pero ¿fue castigado el agresor?
Alessandri
Años antes, 1820, llega a Valparaíso Pedro Alessandri, un piamontés fundador de una familia que marca la historia política del país hasta el día de hoy. Fue, dice Hernández, "el primer empresario de teatros, mejorando los espectáculos en un grado eminente al servicio de nuestra cultura". Incursionó en varios negocios, incluyendo la compra de la goleta "Terrible", que hacía el servicio de carga y pasajeros entre Valparaíso y Callao. Cambió su inquietante nombre por "Paquete Volador", asegurando rapidez en la navegación entre ambos puertos. Pensando en grande, acometió junto a Pablo del Río la construcción de lo que sería el primer Teatro Victoria de Valparaíso, con capacidad para 1.600 personas, situado donde posteriormente se ubicaría otro del mismo nombre, abatido por el terremoto de 1906. Abierto al público en 1844, fue consumido por un incendio en 1878.
Alessandri fue nombrado cónsul del reinado de Cerdeña y, además, se le otorgó la nacionalidad chilena. Falleció en este puerto en 1857 y se le puede recordar como precursor del show business local y gran impulsor, como buen italiano, del género lírico, afición que heredaría su nieto, Arturo Alessandri Palma, quien además cultivaría una intensa relación con una diva del género de quien figura como protector en viejas cartas descubiertas en el sótano de la embajada de Chile en Buenos Aires. Escribe el apasionado León en 1908 a Carlos Henríquez, cónsul chileno en la capital argentina, ante una estafa que afectó a la cantante Amadea Santarelli, su protegida:
"Ese miserable (el estafador) ha creído que tal vez que, para evitar el escándalo, lo dejaría impune, se equivoca, no le temo a nada y nadie y, por otra parte, donde quiera que haya un alma levantada y un corazón sano, tendrá que mirar con tanta simpatía mis relaciones con la Santarelli, porque créamelo, es una mujer superior, única en el mundo, digna del mejor respeto de los hombres de bien y; los hombres más serios de este país, comparten conmigo esa opinión después de haberla conocido tratado. Ella ha sacrificado por mí todo su porvenir y su carrera, me he portado con ella muy mal…". Tenemos aquí al ser humano, tras el gran político dos veces Presidente de Chile, de carne y hueso, que baja de su pedestal y se apasiona por una bella "única en el mundo". Revelaciones contenidas en una obra del diplomático Mario Valenzuela Lafourcade, quien encontró las confesiones sentimentales de un todavía joven, pero prometedor Arturo Alessandri Palma.
LA BELLA SARAh
Siguiendo con las bellas y las locuras que desatan recibimos el 6 de octubre de 1886 a Sarah Bernhardt, la gran diva del siglo XIX. Está en la plenitud de su fama y de sus caprichos, precursores de las demandas que hacen algunos artistas que se presentan, y cobran bien, en nuestro medio. Sarah, por sus 25 presentaciones en Chile, recaudó $114.882, una fortuna en esos años.
Homenajes múltiples, multitudes a la espera del paso de su coche, refinadas cenas, encuentros con la socialité y elogiosas críticas en la prensa ante "esta maga de la escena que, famosa ya en el Viejo Mundo, llegó acá en todo su apogeo como astro prodigioso", relata Roberto Hernández.
Se llevó mucho dinero, y el corazón de aquellos que pretendieron, como Gustave Doré, Oscar Wilde o Victor Hugo, ganarse su amistad. Se dice que Proust habría tomado algunos rasgos de Sarah para la creación de su personaje Odette de Crecy, la amante de Swann.
Fea la vuelta de mano de la bella, cuando declaró a la prensa en Estados Unidos que "los chilenos son unos brutos". Echó de menos acá los regalos y homenajes de Brasil, cuando los jóvenes se tendieron para servir de escala a la bella.
Y no podía faltar el drama de verdad en esta vieja historia de la farándula porteña. El 1 de diciembre de 1894, entre bastidores de la presentación de la obra "Miss Helyett", el español Ricardo Benavent, director de orquesta, asesinó a puñaladas a la corista uruguaya Margarita Martínez, para luego fugarse, tomar un tren, llegar a Santiago y cruzar la cordillera.
En Buenos Aires, con nombre falso, abordó un vapor que lo llevó a Barcelona. Tal como hoy, giraron a ritmo de tortuga cansada los lentos engranajes de la justicia chilena y condenaron al prófugo a 15 años de prisión, en vez de la pena de muerte de primera instancia. Demasiado tarde, eso sí. El homicida había muerto cinco años antes en Murcia, víctima de un cólico.
Trozos de la prehistoria de la farándula porteña, en los cuales los fans y sus desbordes no son novedad, como tampoco los jugosos ingresos del show business criollo.
por segismundo