Autos, historias e historietas
Autos igual ricos, ricos igual malos. Vieja ecuación política destruida por unos malvados neoliberales que abrieron las compuertas de las importaciones y nos han llenado de automóviles rompiendo así barreras sociales y aportando muchos granitos de arena a la contaminación y al cambio climático.
Estamos, dicen los números, los fríos números, al borde de los cinco millones y medio de vehículos livianos, autos y camionetas que dan movilidad y sentidos de libertad e independencia a todos los sectores sociales, recorriendo calles y caminos. Deudas, claro está, pero al final del día el cumplimiento de una vieja aspiración y una reafirmación de la autoestima.
Hace décadas ya, nosotros, aspiracionales sin querer serlo, dimos los primeros pasos en el mundo del automóvil. Mi primer coche fue un Ford 30, cuando no eran una curiosidad de colección, sino que, simplemente, un medio de transporte. Se lo compré a Rubén, un colega, que ascendió de categoría con un vehículo de menor antigüedad.
En esto de los ascensos pasé por un Ford 38, una camioneta Austin 52 y un Hillman Minx 1949, todos de segunda, tercera y cuarta mano, con sus defectos y virtudes, tal ocurre con el ser humano. Los mismos vehículos fueron traspasados de uno a otro dentro de nuestra comunidad profesional.
De familia numerosa, Edgardo compró un Essex, o algo así, modelo de gran lujo en sus tiempos, pero cuesta abajo ya en los 60 del siglo pasado. De mecánica compleja, era atendido por un especialista, el maestro Urbano, cerro Barón. Tras frecuentes fracasos de panoramas de fin de semana, las reparaciones eran reiteradas y los repuestos cada vez más escasos. Un día el diagnóstico del maestro Urbano fue desolador, pero con un destino esperanzador:
- Mire, amigo, estos motores -se refería al poderoso motor del Essex de 6 cilindros en línea- son muy buscados para las lanchas…
En esto de los maestros cada cual tenía su favorito y lo recomendaba como el mejor, así como algunas damas recomiendan a su modista o ciertos hipocondríacos destacan los aciertos de su médico.
Lo cierto es que esto de los maestros los había y los hay honestos e inteligentes, otros ignorantes y, lo que es peor, algunos verdaderos bandidos que en vez de un revólver esgrimen una llave inglesa.
Entre las frustraciones automovilísticas hay una en Valparaíso sobre la que ya se ha escrito, pero viene al caso. En los años 20 del siglo pasado el propietario de un coche marca Marmon, muy publicitado, nunca logró una buena reparación. Lo vendió a bajo precio comprometiendo al comprador recorriera las calles en el auto con un letrero que decía "Esta es la máquina de Mardones, para apalear…". La frase daba pie a una versaina cuya palabra final era "tontones" u otra del vocabulario nacional. Esta funa precursora, usando un vehículo, se repitió hace algunos años en Quilpué para satanizar a los productores de una marca de huevos con la correspondiente rima. Ambos casos llegaron a los tribunales.
Avanzando en la historia de la popularización de los automóviles en Chile rematamos necesariamente en la Citroneta, el "Milagro francés", fabricada en Arica, y el Fiat 600, producido en Rancagua, descendiente directo del Fiat 500 italiano, modelo de 1933. El Topolino, "Ratoncito", hijo del fascismo y pariente, literalmente político, del Volkswagen escarabajo, que se remonta a 1938, inspiración de Hitler plasmada por el famoso diseñador Ferdinand Porsche. Los que llegaron a Chile, muy cotizados y aún en circulación en nuestras calles, corresponden a la producción de posguerra, 1953-57, que alcanzó a 1.200.000 unidades esparcidas por el mundo.
Hazañas precursoras
Los automóviles llegaron a Chile a principios del siglo pasado y su presencia y problemas se refleja en una intensa publicidad en la prensa de la época. Efectivamente estaban solo al alcance de las personas más adineradas y más por necesidad de transporte tenían un uso deportivo. La cantidad de unidades en circulación fue aumentando con el paso de los años y frecuentes cambios en las condiciones de importación y de mantención.
Un número al azar. Ya en 1952, en Viña del Mar, la Municipalidad entregó 6.258 patentes de vehículos, sobre una población de 91.908 personas. De esa época data el primer semáforo, instalado en Uno Norte esquina Libertad y, dicen, fabricado en el taller de la Relojería Ditzel de Plaza Vergara.
Uno de los pioneros del automovilismo fue el viñamarino Antonio Cornish Besa, que inicia sus incursiones en 1902 y que en 1906, junto a Carlos Puelma Besa y Carlos Plummer, cruza la cordillera de los Andes, cuando solo existían precarios caminos y senderos y el Ferrocarril Trasandino estaba en construcción para ser inaugurado en 1910. Cornish, precursor de la radio en Chile, unió por primera vez en 1923, el Pacífico y el Atlántico mediante una transmisión entre Viña del Mar y Buenos Aires.
Los viajes en automóvil a través de las primitivas carreteras chilenas eran motivo de interés y de crónicas periodísticas. Así, la prestigiosa revista Pacífico Magazine informa en su número de marzo de 1914 del viaje de cinco audaces a las termas de Chillán y Concepción a bordo de un White. Llevan combustible, alimentos y armas ante posibles asaltos. El recorrido es de 800 kilómetros y en algunos tramos la energía del motor se refuerza con una yunta de bueyes.
La misma revista da cuenta en agosto de 1917 de la excursión de una familia porteña a la cordillera en pleno invierno, abriéndose camino en la nieve y alojando en un primitivo refugio de piedra en medio de la montaña. El grupo, tres mujeres y cuatro varones, viaja en un "amplio Hudson", y además de provisiones va provisto de rifles y escopetas.
Desfile de modelos
La audacia de esos recorridos da paso al exhibicionismo de últimos modelos llegados de Europa y Estados Unidos. Verdaderos desfiles y competencias veraniegas, especialmente en la costa de Viña del Mar.
Los propietarios capitalinos no se arriesgan al viaje a través de las cuesta del camino trazado el siglo XVIII por Ambrosio O'Higgins y viajan en tren, coche Pullman sin duda, mientras su automóvil llega a cargo de un "chauffeur", quizás importado y de gorra, que forma parte de la feria de vanidades del veraneo.
Al lucimiento y lenta popularización del vehículo se suman los accidentes, algunos fatales. Víctima de un volcamiento en el antiguo Camino El Olivar que unía Viña del Mar con Quilpué y Villa Alemana, fallece, el 1 de enero de 1930, el almirante Luis Gómez Carreño, el marino que con energía y organización salvó del caos a Valparaíso tras el terremoto de 1906. Un monolito, maltratado por los iconoclastas criollos, lo recuerda a la altura de El Salto.
Historias, historietas, de un medio de transporte de gran impacto social en el siglo XX, tal como ocurrió en el XIX con el ferrocarril.
por segismundo