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-¿Y qué se podría decir de la derecha que finalmente estará en las elecciones presidenciales: Sichel y Kast?
-Kast une liberalismo económico a moral cristiana, eminentemente de temas sexuales, con un patriotismo estético. Sichel, además de su "infraestructura", anclada en la derecha económica, es neoliberal. Su documento ideológico se ciñe a las tesis de que el individuo es la entidad última de la sociedad, como si pudiera haber individuos antes de la sociedad; que el Estado es un instrumento a su servicio; y que un orden económico neoliberal es la base de un orden político adecuado. Son las tesis de Capitalismo y libertad de Friedman.
-Uno de los autores, Mario Góngora, señaló que en la política, la racionalidad técnico-científica se expresó en lo que él llamó "planificaciones globales". ¿Seguimos un poco presos en esas planificaciones?
-Estamos aún en la época de la última de esas grandes planificaciones. Se cumplen cuarenta años del "Ensayo histórico" de Góngora, donde planteó que, junto con ejecutar algunas medidas económicas adecuadas, los neoliberales estaban destruyendo el Estado como modo de acción conformadora. La labor ordenadora de siglos quedaba comprometida con su desmantelamiento. Las consecuencias que previó terminaron cumpliéndose: un deterioro institucional y de consciencia cívica del pueblo, la desintegración social.
-¿Qué le pareció la elección dentro de Unidad Constituyente, tanto su no participación en la primaria legal como su resultado, con Yasna Provoste como candidata?
-No se conocen democracias avanzadas sin centroizquierdas vitales. La participación escuálida revela una crisis. Llama la atención la falta de juventudes en la centroizquierda. Eso compromete su futuro. Probablemente se deba a que no han hecho lo que Katherine Martorell desprecia: un diagnóstico propio, a partir del cual recién cabe formular una propuesta política pertinente.
-En su libro indica como un defecto la tendencia a la abstracción. Señala que en la izquierda también se ha extendido un pensamiento así, condicionada por una misma lógica. ¿A qué se refiere y cómo se aplicaría, por ejemplo, a Boric?
-Si el neoliberalismo valora al interés individual y al mercado, soslayando el interés general y el Estado, hay una izquierda que hace precisamente lo contrario: el mercado es tenido como campo de alienación, donde prima el interés individual; la política es identificada con la deliberación pública, donde prevalece el interés general. La superación de la alienación exige el desplazamiento del mercado de áreas enteras de la vida social, idealmente de todas, y favorecer la deliberación pública. El resultado serán individuos educados en el interés general, capaces de superar su egoísmo. Ese discurso es tan abstracto como el neoliberal y está en cierta forma condicionado por él. Ambos desconocen que el ser humano tiene tanto una parte de la cara hacia afuera, otra de la cara hacia adentro.
-¿Qué significan estas "caras"?
-En la esfera pública se puede experimentar sentido, incluso intensamente, en la participación. Sin embargo, pura publicidad tiene el riesgo de volverse superficialidad. Sin momentos de "ocio tranquilo y retiro en soledad", el ser humano arriesga quedarse repitiendo lo que se dice o caer en lo políticamente correcto. De la superficialidad se sale sólo si hay un ámbito al cual retirarse, el silencio en el cual es posible el estudio, la reflexión honda, la cavilación persistente. Recién luego de eso cabe volver a la esfera pública y contribuir en ella. La esfera pública, además es campo de visibilidad, del ojo. Por su propia dinámica, tiende a valorar sólo aquello que se deja someter a la vista de todos: las opiniones generales, lo usual. Es hostil a lo extraño, a la singularidad de los individuos y la peculiaridad de las situaciones. La esfera privada y la pública pueden producir alienación. La plenitud humana exige una consideración conjunta de ambas, que vele por un despliegue adecuado de las dos. Eso requiere que cada una cuente con ámbitos institucionales: un Estado fuerte y una esfera civil fuerte.
-Uno de los autores estudiados planteó la preponderancia del Estado en la constitución de la nación. ¿Podría arrojar luces esa noción al problema mapuche y su solución?
-La cuestión mapuche sólo tendrá solución si el pueblo mapuche logra ser integrado en la institucionalidad. Eso exige abrirse al asunto de la conformación de la institucionalidad territorial y ahí el Estado es fundamental. Urge una reconfiguración de esa institucionalidad según macrozonas con autoridades dotadas de competencias políticas, no sólo administrativas. Recién entonces podrían esperarse políticas eficaces de integración y reconocimiento.
-También es recurrente la referencia a lo popular. ¿Qué debe entenderse por pueblo?
-El pueblo es un dinamismo que resiste definiciones, pues emerge desde un fondo en definitiva insondable. Podría llamárselo una fuerza inmensa y difusa, redentora y peligrosa a la vez. La vivencia popular es experiencia de sentido, hay una plenitud en la participación, la tarea política conjunta, en la manifestación, incluso. Pero el pueblo es una fuerza capaz de devenir violento y producir daño, dolor, muerte. La gran tarea política consiste en captar la situación popular y brindarle un cauce pertinente de despliegue. El incumplimiento de esa tarea está en la base de nuestra crisis.
-Menciona además que hay una desvinculación entre la institucionalidad y el territorio. ¿Sirve de algo la elección de gobernadores o requiere medidas más profundas?
-Es un inicio que asienta en las regiones agentes legítimos de cambio. El problema, sin embargo, es cómo llevar los intereses de las regiones a una institucionalidad con "macrorregiones". La fragilidad de las regiones se superará sólo cuando la institucionalidad política sea tan poderosa que logre producir en ellas focos humanos, culturales y económicos contundentes, equivalentes a Santiago.
-¿Estamos en una crisis en el país como las que vivieron, en distintos momentos, los autores estudiados?
-La historia es de situaciones únicas, pero en parte se repite. Nuestra crisis no es de bandos articulados desde las bases a las cúpulas, no es "horizontal", sino más bien "vertical": responde a un desajuste entre la situación del pueblo en el territorio, y las élites y los discursos. Se parece en este sentido a la llamada Crisis del Centenario, que vivieron Encina y Edwards. Su tematización de esa crisis y su teoría de la comprensión histórica y política, desarrollada a propósito de esa crisis tienen, en este sentido, actualidad.
-¿Está en crisis la derecha chilena?
-Sí, hace tiempo y es profunda. En un libro que escribí en 2014 traté de mostrar cómo la derecha ha estado atada, desde los setenta, a la síntesis de los pensamientos de Friedman y Guzmán: una idea subsidiaria de Estado, que lo reduce, en principio, a aquello que no pueden resolver los privados, y un planteamiento economicista, que invierte la relación de los órdenes y entiende que la economía neoliberal es condición necesaria de un orden político adecuado. Cuando la situación ha cambiado drásticamente respecto de la Guerra Fría, hay nuevos grupos sociales apremiados y el país es presa de la concentración del poder económico, el hacinamiento y la segregación, cuando consta una pérdida drástica de legitimidad de las instituciones, esa síntesis es insuficiente para comprender la situación y orientarla. Ese discurso reduccionista es factor del fracaso político que, pese a una gestión relativamente correcta, han tenido los dos últimos gobiernos de la derecha. A este corsé ideológico hay que agregarle el contubernio con el poder económico, que aqueja a la derecha y se nota palmariamente en el episodio de tres empresarios proclamando a Sichel. La "infraestructura" económica de la derecha parece manejar sus destinos.
-Los tres autores estudiados propusieron posibles salidas a las crisis que les tocó vivir: modificaciones a la enseñanza, al sistema político, mayor importancia al Estado. ¿Sirven para la situación actual esos consejos o habría que actualizarlos?
-En 1911, Encina escribe "Nuestra inferioridad económica", criticando una educación especulativa y postulando una centrada en la transformación de la realidad o industrial, como manera de dar cauce a las fuerzas nacionales más esparcidas en la población, a la vez que para superar el malestar que constaba en vastos sectores. Debe destacarse también el significado que le reconocía Góngora a las instituciones del Estado como conformadoras de la mentalidad nacional. Pero, sobre todo, creo que los tres son actuales porque, como he dicho, tematizan la comprensión, sus aspectos principales, sus polos, las posibles inclinaciones comprensivas y en qué consiste lo que entienden como una comprensión correcta. En la medida en que nuestra crisis es de carácter comprensivo, que se debe a un desajuste entre los polos de la comprensión, ese pensamiento hermenéutico-político de los tres adquiere actualidad.
-Todos propugnaban un gobierno fuerte. ¿Qué opina del posible cambio del régimen presidencial en el proceso constituyente?
-Ni es tan cierto que el presidencialismo chileno sea "exacerbado", ni tampoco es la transferencia de competencias a la Asamblea lo que se requiere más urgentemente. Se necesita una nueva institucionalidad territorial y para que funcione se deben transferir competencias políticas desde el gobierno central a las eventuales "macrorregiones". La operación importa quitarle poder al Ejecutivo. Privarlo todavía de más poder me parece en principio inadecuado, pues debe haber un centro de impulsión nacional. Por historia y costumbre, esa impulsión se espera del Ejecutivo.
-A propósito, ¿cómo ha visto el desarrollo de la labor de la Convención Constitucional?
-Más allá de las disputas, esfuerzos por saltar las reglas y otros asuntos, pienso que lo relevante es que las fuerzas centrípetas van prevaleciendo. Cabe abrigar esperanzas de que se evacúe un texto capaz de operar como símbolo y marco compartido por una mayoría amplia o incluso muy amplia.
-Cita epígrafe de su libro, una afirmación de Góngora: "Ser peligroso no quiere decir ser falso". Pero ahora circula mucha información: ¿puede ella ser peligrosa por ser falsa?
-La existencia de un mar de información que nos rodea mientras más conectados nos hallamos, ayuda a que la existencia se vuelva superficial. Así como la asamblea, las redes sociales son oculares, de la vista, la superficie. Ahí es difícil la intimidad. No hay silencio, ni misterio, ni el encanto de las situaciones reales. Lo dañino de las redes es que son evasivas: producen un mundo en el que pareciera no haber peligro, ni intensidad. Y una verdad fundamental de la vida es el peligro. 2
Herrera: A Sichel lo levantó la derecha económica, Briones corresponde a un liberalismo laico, y Lavín al cristianismo liberal.