Afganistán, EE.UU. y la Guerra de Wilson
En el año 2007, Mike Nichols dirigió una película titulada La Guerra de Charlie Wilson. Basada en hechos reales, el filme relata la historia del congresista Charles Wilson, un tipo más interesado en disfrutar de la vida que en los asuntos internacionales, pero que se involucra progresivamente en el tema de la invasión soviética en Afganistán (1978) y en el tema de los refugiados, usando su puesto en el Comité de Asignaciones Presupuestarias de la Cámara de Representantes para transferir fondos para diversas iniciativas más o menos encubiertas en apoyo de las guerrillas afganas que luchan contra la ocupación soviética. En esta tarea, Wilson recibe la colaboración de un veterano agente de la CIA de apellido Avrakotos y de una socialité bien dotada de patrimonio y redes. Los desvelos de Wilson resultan exitosos y finalmente los rusos se ven forzados a retirarse de Afganistán. Cuando en la Embajada de EE.UU. en Islamabad están descorchando espumante para celebrar la victoria, Abrakotos advierte a Wilson que no hay tantas razones para celebrar; advierte de lo que vendrá: la muy probable instalación de un régimen controlado por los Talibanes y recurre a un antiguo cuento chino: el del muchacho a quien su familia le regala un potro y, cuando todo el pueblo celebra, el Maestro de Tai-Chi del pueblo es escéptico: "Ya veremos", dice. El cuento es un tanto largo, pero en resumen, es la reflexión de que no se puede, ni debe ser ni tan optimista (ni tan pesimista) cuando solo se hacen evaluaciones de corto plazo sin tener la capacidad de saber o prever cómo evolucionarán los acontecimientos; lo que a simple vista aparece como negativo, puede tener efectos positivos en el futuro. El agente de la CIA le hace notar a Wilson, por ejemplo, que los esfuerzos de EE.UU. nunca incluyeron la preocupación por la educación de los niños afganos y, en paralelo, que las ideas de los que controlarán el poder en el futuro inmediato son profundamente antioccidentales.
La película termina con una secuencia paradojal: Wilson no logra la aprobación en su Comité de una pequeña partida presupuestaria destinada a la educación en Afganistán.
Los eventos recientes en Afganistán y las reacciones ante la caída de Kabul permiten recordar esta historia y también reflexionar sobre los riesgos de hacer juicios solo sobre lo inmediato sin pensarlos como una concatenación de eventos en el tiempo, es decir en la historia.
Veamos los datos básicos: Los Talibanes impusieron su dominación tras la salida de los soviéticos (1989) que habían invadido Afganistán en el año 1979 ante la crisis del régimen de su aliado Nagibulah. Sabemos cuáles fueron las características de ese régimen. La administración Bush (Jr.) decidió invadir Afganistán como parte de la Guerra contra el Terrorismo (tras los atentados del 2001), por cuanto la dirigencia de Al Qaeda se encontraba allí, bajo protección del Talibán. Esa operación (Libertad Durardera) contó con el visto bueno de Rusia y el apoyo de los Tachikos de ambos lados de la frontera (Alianza del Norte) en contra de la etnia Paschtun mayoritaria entre los Talibanes. Posteriormente, se involucró la OTAN. Hubo por tanto dos operaciones militares secuenciales; la segunda de ellas (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, ISAF) a cargo de la OTAN, fue establecida por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
En diciembre de 2014 Barack Obama dio por finalizada la misión de la ISAF-OTAN en Afganistán, lo que supuestamente puso fin a las operaciones militares. Paralelamente, la OTAN redefinió la continuidad de su misión (2015), limitándola a entrenar y asesorar a las fuerzas de seguridad afganas. Obama declaró que retiraría las tropas de USA para cuando dejara el cargo (2017), eso era parte de una estrategia global que incluía también la retirada desde Irak, pero en julio de 2016, Obama se vio obligado a aumentar el número de soldados estadounidenses en Afganistán por la persistencia de la violencia. En todo ese tiempo, el Gobierno de Kabul controló precariamente la ciudad y su entorno, pero buena parte del accidentado territorio del país seguía en manos de los Talibanes, quienes además financiaban sus milicias con el tráfico de drogas. Obama pudo sacar a las tropas norteamericanas de Irak, pero no de Afganistán.
En 2014, Trump, anunció que los EE. UU. seguirían implicados en la guerra, sin plazos para una retirada. Para esa fecha aún había 14.000 soldados estadounidenses y 2.000 de otros países. En julio de 2015, los talibanes habían iniciado contactos con el Gobierno afgano en Pakistán con el objetivo de llegar a un acuerdo de paz, pero no prosperaron. En septiembre del 2020 se inició una nueva ronda de negociaciones en Doha (Qatar), hasta que en febrero último se llegó finalmente a un acuerdo que incluía la retirada de las fuerzas extranjeras. No tenemos muchos datos de los términos de esa negociación, salvo que el gobierno de Trump estaba interesado básicamente que los Talibanes no albergaran nuevamente a grupos terroristas como en el 2001 que pudiesen ser una amenaza para Estados Unidos, es decir, del lado norteamericano no hubo muchas exigencias.
El presidente Biden le dio continuidad a ese compromiso, paradojalmente no para dar continuidad a la errática política exterior de Trump, sino a los objetivos de Obama. Pese a las dudas de muchos (dentro y fuera de Estados Unidos) sobre la conveniencia de esa decisión, anunció el retiro de las tropas estadounidenses a partir de mayo. Lo que ocurrió como consecuencia de esa decisión unilateral ya lo conocemos: Los Talibanes iniciaron una ofensiva que, contra todo pronóstico, provocó un rápido colapso de las fuerzas gubernamentales y en el lapso de unas semanas, terminaron por conquistar Kabul provocando el caos y la dramática situación que hemos visto en los noticiarios de TV.
Mas allá del problema humanitario, lo acontecido en Afganistán permite hacer algunas reflexiones respecto del rol de Estados Unidos en el sistema internacional. Para la generación que fue testigo de la Guerra de Vietnam, el paralelo entre las imágenes de Kabul con el caótico retiro de las fuerzas norteamericanas de Saigón en 1975 es evidente. En Vietnam, Estados Unidos se había involucrado en un conflicto en el que objetivos políticos y objetivos militares nunca estuvieron muy claros ni coordinados entre sí . No fue la primera derrota de EE.UU. en el contexto de la Guerra Fría, pero fue la más resonante. El conflicto comenzó a escalar bajo la presidencia de Kennedy y continuó escalando bajo Johnson, cuando llegó a haber más de medio millón de tropas norteamericanas en Vietnam. Hay una extensa filmografía que da cuenta del sin sentido de esa guerra para la propia sociedad norteamericana. Nixon ganó la presidencia en 1969 expresando la voluntad de sacar a su país de una guerra ya impopular, pero "salir dignamente" implicó una dura negociación que se prolongó hasta 1973 y que supuso "vietnamizar la guerra", es decir, asumir (de manera ficticia) que el problema era solo entre vietnamitas. El desenlace en esa oportunidad tardó dos años: Saigón cayó en manos del Ejército de Vietnam del Norte, en abril de 1975.
por eduardo araya leüpin
Profesor Instituto de Historia
director del observatorio de
historia y política PUCV