Las cartas que quedaron en la mente de Carolina Brown
"Nostalgia del desierto" (Emecé), la nueva novela de la escritora chilena, cuenta distintos secretos familiares de cartas que cruzaron el norte de Chile y en Europa.
Con una llamada de teléfono se inicia "Nostalgia del desierto" (Emecé), la segunda novela de la escritora Carolina Brown (1984). Es la llamada de una tía, Peggy, con quien la protagonista tuvo un estrecho vínculo en la infancia. Tía Peggy le encarga sus propias cenizas una vez que muera.
Tras el deceso, hay un viaje a Europa en la búsqueda de esas cenizas. Hay otro viaje, incluso más profundo, a las memorias de esta relación de la tía con la protagonista. También hay un acercamiento a la ambigua relación que esa tía desarrolló en el norte de Chile, cuando era niña, con una amiga, al alero de la vida salitrera. Son cartas sin respuesta del pasado de la Tía Peggy.
Brown publicó antes otra novela, "El final del sendero" (Emecé, 2018). También publicó los cuentos de "Rudas" (2019) y de forma autónoma "Estrellas detrás de los párpados" (Neón, 2020). Es Licenciada en Literatura en la Universidad de Chile y esta semana terminó un máster en Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona, desde donde responde esta entrevista vía Zoom.
Esta "Nostalgia del desierto" la encontró en su misma familia. "Las semillas las vino a colocar una tía en el año 2003. Esta tía me mostró un álbum. Ella había crecido en una salitrera. Y esas fotos loquísimas, de principios del siglo XX, siempre se quedaron en mi imaginación. En las sobremesas, en los aperitivos. Yo preguntaba y preguntaba".
"De esa generación, la que nació en la pampa, ya no queda nadie, pero sus hijos recuerdan las anécdotas. Así se fue armando este mundo en mi cabeza. El año 2010 fui a buscar esa oficina salitrera, Santa Lucía, y ya no quedaba nada", complementa Brown.
Unos años después, buscó ese álbum, ya con el hijo de su tía. Al abrirlo, encontró una foto que fue el disparador de esta "Nostalgia del desierto", la de "una mujer muy alta, que no sabía si era hombre o mujer. Y nadie supo contarme su historia, así que le inventé una".
-Tu novela parte de una llamada de teléfono. ¿Cuál ha sido la llamada más particular que has recibido en los últimos tiempos?
-No sé, cuando llama alguien que no he visto hace mucho tiempo. Hay algo con la calidez de la voz de una persona, que es tan reconocible. Ahora estamos acostumbrados al chat, al WhatsApp.
-Y también hay cartas. ¿Tú las escribes?
-Me encantan las cartas. De niña escribía muchas cartas a mis tíos que vivían afuera, también llevaba un diario. Y tenía esta cosa con la escritura manual, que a través de los años desgraciadamente fui perdiendo. No hay nada más romántico o nostálgico que las cartas. Entre la inmediatez del correo electrónico las hemos ido perdiendo.
- En tu novela, las cartas se muestran en toda su fragilidad, tanto en lo que se escribe como en el material mismo que las constituye, que parece ser posible de ser abierto, intervenido.
- Se puede perder, se puede destruir, como en el mensajero de "Romeo y Julieta", por ejemplo. Las cartas las puse por 2 cosas. Primero, me interesaba mucho hablar de este mundo de la pampa, porque es un mundo que era muy estrambótico, muy particular, y de un momento a otro parece haber dejado de existir. Los alemanes inventan este salitre sintético y viene el "Crash" de la Bolsa de 1929, y todas esas oficinas nortinas se desarman. Me parecía muy literario, porque es entre trágico y dramático. Me interesaba también que fueran cartas de Peggy, una niña testigo de ese mundo. Segundo, las cartas también tenían que ver con estas amigas que las separan, con esta urgencia, con ese anhelo de juntarse, son cartas como de un enamorado al final.
-A partir de las cartas, se las puede entender como almas gemelas.
-Es propio de la adolescencia. Yo a esa edad hablaba horas de horas de horas con mis amigas por teléfono, hasta de las nimiedades más espantosas durante horas, y quise replicar eso en las cartas. Esa necesidad de la amiga del alma.
-Y tus mails, ¿son largos o cortos?
-Soy de escribir correos muy largos.
-La tía de la protagonista, al momento de morir, deja ir todas sus pertenencias. ¿Cuál es tu relación con las cosas?
-Yo soy muy desprendida de las cosas materiales, me dan un poco lo mismo. De hecho, ocupo las cosas hasta que las rompo y después las dejo ir, rayo los libros, o los presto. Yo regalaría todo.
-¿Por qué las familias dan tanto material literario?
-Para bien o para mal, la familia sí es el núcleo de la sociedad. No lo digo desde una perspectiva moral. Es como el nido. No conozco a nadie que no tenga problemas con sus padres o hermanos, o que no tenga un rollo con su pasado familiar, independiente que haya familias mejores o peores, más amables, o más terribles. Pero no conozco a nadie que no tenga algo que decir, que pensar, que celebrar o que sufrir de su familia. Es una fuente inagotable. No creo en las familias 100% felices, ni 100% de póster. En cualquier lugar donde haya una relación estrecha, un vínculo fuerte, por más que haya amor, también va a haber conflicto. Eso me parece interesante.
-¿Cómo decides que un texto sea novela o cuento?
-Es un poco intuitivo, pero las voy intercalando. Como en mi primera novela me demoré 6 años, en esta 3, entremedio siempre voy escribiendo cuentos y generalmente son distintos a lo que vengo trabajando. Uno siempre tiene un estilo, una continuidad. Pero, como decía Julio Cortázar: "Los cuentos son un estudio de una situación, y las novelas el estudio de un mundo". Eso me hace mucho sentido. En la novela siento que voy tirando un hilito, en el cuento siento que lo voy escondiendo hasta dejar lo mínimo. Son dos caminos distintos.
Para escribir su novela, Carolina Brown se inspiró en unas fotos que vio cuando era niña.
Por Cristóbal Gaete
"No cononozco a nadie que no tenga problemas con sus padres o hermanos o que no tenga un rollo con su familia".
Glén Quevedo