La vuelta al mundo en sesenta horas
No quiso. Se asustó. Lo amenazaron. Se vio sobrepasado por la presión. No estaba preparado. Derechamente no tenía condiciones para vestir la Roja. Puede ser una de estas razones. Una sumatoria. O sencillamente alguna que desconocemos. Pero lo cierto es que lo ocurrido con Robbie Robinson en estas 60 horas que estuvo en suelo chileno quedarán en los anales de lo más pintoresco ocurrido en este siglo con la Selección. No hay duda que este capítulo será recordado tanto por la forma en que terminó esta teleserie como por los actores que terminaron involucrados.
Se han levantado muchas hipótesis con respecto a lo que sucedió con este muchacho que hasta hace poco tiempo compartía sus estudios universitarios con el fútbol. O soccer, como le llaman en Estados Unidos. Es decir, su carrera futbolística como tal arrancó recién a los 20 años, cuando fue seleccionado por el Inter de Miami. Fue el mejor de su generación, hay que decirlo, pero lejos estuvo de vivir bajo la presión habitual a la que viven los chicos en otras latitudes cuando se les pone el rótulo de estrellas del futuro. Ahí está el primer punto importante de esta historia sin final feliz. Este joven nunca convivió con la exigencia realmente que significa siquiera un partido de clasificatorias. Muchos corpóreos en los estadios, pero pocos hinchas agresivos como acostumbra Sudamérica.
Pero antes de que Robbie abordara el avión de vuelta al estado de Florida la noche del miércoles por "motivos personales", como se leyó en el comunicado de la ANFP, hubo varios episodios que fueron dinamitando este idilio del delantero con la Roja. Y no solamente los sucesivos mensajes que llegaban a diario desde su país de origen rogándole que replanteara su decisión y regresara.
Dice la historia que cuando Francis Caggigao, director de selecciones, lo fue a terminar de convencer a Miami de que jugara por Chile, sabiendo de antemano el enorme interés de la Federación de Fútbol de Estados Unidos de tenerlo en sus filas, Robinson de inmediato se comunicó con su agente para darle la buena noticia apenas firmó la carta compromiso. Ambos, tanto el jugador como su representante, tenían claro que su valorización iba a crecer mucho más defendiendo a la Roja que al combinado del Tío Sam. Hasta ahí, todo bien. Era el punto cúlmine de una larga negociación y, sobre todo, una tarea de convencimiento que arrancó desde el periodo de Reinaldo Rueda.
Sin embargo, todo lo que vino después desmoronó el sueño del propio Robbie. Y dejó en entredicho la labor de scouting de la Selección chilena por no haber previsto su reacción ante tanta presión mediática. Lo primero que lo descolocó fue la aparición en medio de la negociación de Iván Zamorano. Bam Bam, quien fue contactado por la propia ANFP para jugar un rol importante en la aceptación del ariete de jugar por el combinado nacional, lo sedujo y lo instó a firmar la carta compromiso. No obstante, aquella insistencia abrió el primer flanco en Robinson en cuanto a lo que representaba vestir la casaquilla chilena. Una situación que nunca le tocó vivir en Estados Unidos, en relación a la presión mediática, y que ya en ese instante lo hizo dudar de viajar a Chile.
Pero sus deseos de jugar por la Roja pudieron más, y con la carta firmada, aterrizó el lunes en Santiago. Y lo que ya había advertido con Zamorano, en cuanto a lo que significaba ser un seleccionado chileno, lo vivió en carne propia desde la despedida del piloto y las azafatas, deseándole suerte y que convirtiera un gol. A partir de ahí el miedo se apoderó de él. La alegría que suponía cumplir su sueño se transformó en angustia y sufrimiento. Su poco entendimiento del idioma agudizaron su angustia, pese a que los compañeros de la Roja armaron grupos para acercarlo e integrarlo al grupo. Pero de poco sirvió. Su cuerpo estaba en Santiago, pero su cabeza había regresado a Miami.
Todo lo que se intentó para que se sintiera cómodo fue en vano. Apenas algunas risas en el comedor y poco más se supo de Robinson. En los entrenamientos apenas realizaba los ejercicios y se agazapada detrás de sus compañeros, sin disfrutar el momento. Aquello llamó la atención del equipo, porque a diferencia de Brereton que se quería comer el mundo en cada ejercicio, para Robbie parecía una labor de oficina que había que sacar adelante. A la mayoría le quedó la sensación de que no tenía nivel de Selección.
La escena con la que se encontró el miércoles por la tarde un miembro del staff de la Selección, con Robinson absolutamente sobrepasado y angustiado al interior de su habitación, mientras todos sus compañeros ya iban arriba de los buses a entrenar a Juan Pinto Duran, fue el corolario de una estadía que tuvo muchos ribetes dramáticos para el ariete del Inter de Miami. A partir de ahí solo quedaba sacarle un pasaje y enviarlo de regreso a Estados Unidos. Desde donde nunca debió salir, como terminaron demostrando los hechos que vivió.
por cristián caamaño,
comentarista de espn
y radio agricultura