Mar de los chilenos
Al amparo de viejas velas, cangrejas húmedas de Chiloé o cuadras parchadas del Maule, he cruzado tu salvaje soledad, mar de los chilenos, y he bebido tu hálito salobre, hermano del puelche de las nieves y del acre aliento de los pehuenes.
Mar de Chile, inmenso y virgen, que no hendieron griegos mascarones, ni supo de velas de púrpura ni de gavieros expertos, sino de balsas de cuero o trenzadas velas de totora, pero bebió el alma multisonora de los vientos primitivos.
Piraguas de centenarios troncos, rápidos bongos de las islas o canoas de cuero de los mares australes, fluctuantes como el pensamiento de sus pilotos, rompieron tus olas huyendo del trueno, bajo la cabalgata de las nubes, y vientos de aventura, desde el otro extremo del mundo, empujaron las velas rapaces de los piratas de Inglaterra y de Holanda, trágicamente incorporados a la leyenda del mar chileno.
Mar del Norte, hijo del sol, cuya verde entraña se torna nieve espumosa al romperse en los grises acantilados, muro del desierto ubérrimo. Mar rayado por el vuelo negro de los yecos y el pestañeo de las garumas y roto por el espolón dentado de los tiburones.
Mar del centro de Chile, blanco de gaviotas, hirviente de congrios atigrados, de robalos de plata y cavinzas de ojos saltones. Mar de los viejos pescadores coloniales ingenuos y supersticiosos.
Mar amigo de la cordillera que baja en las venas de sus ríos, empapados de altura, a teñir el verdor de las olas de azules trasparencias.
¡Mar del Maule, destrozado como un cristal en las aristas de las peñas, forradas de algas, erizadas de moluscos como cascos muertos!
Del corazón de tus cerros bravíos, tierra hecha piedra, bajan las rodas de roble en carretas minúsculas, y sobre ella el serrano mudo, piedra hecha carne, vuelto marino ante el estupor del mar nunca soñado, heroico en la caña que acaba de empuñar, como en la mansera de sus viejos arados de hualle.
Mar de Chiloé, extraviado entre islotes de esmeralda, espejo ávido de las selvas oscuras, de los verdeantes papales y de los villorrios grises, sumisos en torno a un campanario de madera. Mar amado del gran mar que en violentas crecientes tardes y mañanas derrama su sangre salobre en la pasiva quietud de los canales.
Una mortaja de nieblas espesas arrebuja en los inviernos los cerros ateridos y las aguas muertas, donde navega el Caleuche, henchidas de aire las velas espectrales y su casco acribillado de luces: allí la imaginación del chilote, niebla y estupor, inmortalizó a los ahogados, a los piratas vencidos, a todos los que murieron en lucha con el mar.
Lanza de oro, el sol quiebra en los estíos tu cristal hecho ascuas y va a teñir, empapado en sangre de auroras o en púrpura de arreboles, la coraza de las centollas, dormidas en la penumbra del remanso submarino,
La paleta de ciprés del huilliche, partió, en lejanas edades, tu espejo dormido, ebrio de cielo, y era en manos del indio de las islas, la aleta de un lobo de mar; hoy la vela ávida de viento y la caña triunfadora.
¡Maulinos y chilotes, marineros del mar chileno, duros como los cerros y ágiles como las olas, vuestra es el ala del viento y vuestra el alma del mar!
Mares del sur, blanqueados por la nieve de antárticos plenilunios, mares de frías corrientes, ceñidos de ventisqueros y de islas, por donde cruzan a la deriva témpanos errantes, trozos del polo, y donde asoman su lomo las ballenas, pedazos de continente.
Mar de los alacalufes y de los lobos aulladores, cuna de los vientos del polo que rompe el vuelo vencedor de los albatros y obliga al enorme pingüino rey, inmovilizado en el hueco de las peñas, a apretar su huevo gris, en un trágico gesto de defensa, contra su pecho de seda, estuche tibio de su corazón.
Al amparo de viejas velas, cangrejas húmedas de Chiloé o cuadras parchadas del Maule, he cruzado tu salvaje soledad, mar de los chilenos, y he bebido tu hálito salobre, hermano del puelche de las nieves y del acre aliento de los pehuenes.
Título: Revista Mástil número 1, publicada en 1929. Colaboradores: Mariano Latorre, Juana de Ibarburú, Oreste Plath y otros. Disponible en: Memoria Chilena.
por shogun
por mariano latorre, premio nacional de literatura 1944