Benjamin, el trabajador intelectual "free lance"
"Dirección única" es la puerta de entrada a las ideas del pensador más carismático e influyente del siglo XX. En el prólogo de la obra, recién publicada por Ediciones UDP, el crítico Ignacio Echevarría abre la caja de lo que el filósofo escribía para sobrevivir.
Fue en 1936 cuando Marcel Duchamp concibió su famosa boîte en valise, un maletín que contiene reproducciones en miniatura de un buen número de sus pinturas y ready-mades. Se trata de una especie de «museo portátil» que puede desplegarse -«exponerse»- en cualquier lugar. La idea de Duchamp era editar trescientas de estas «cajas», y empleó cinco años en preparar cuidadosamente las correspondientes réplicas. En 1941 se expuso en París la primera: sesenta y ocho reproducciones, a las que se añadía una pieza original, dado que, en un principio, Duchamp planeaba que cada maletín contuviera una novedad que lo singularizara. Pronto, sin embargo, se desentendió de este propósito, y encomendó a ayudantes la confección serial de las cajas.
Por muy peregrina que pueda resultar la asociación, siempre me ha parecido que la boîte en valise y Dirección única comparten cierto «aire de familia». Como el maletín de Duchamp, Dirección única tiene -sin pretenderlo en absoluto- algo de «muestrario», de «pequeña enciclopedia» benjaminiana avant la lettre. Ningún otro de los libros de Walter Benjamin resulta más adecuado para introducirse en su obra, de la que viene a constituir una suerte de semillero. La mayor parte de las líneas en que se desarrollará el pensamiento de este autor desde mediados de los años veinte hasta su muerte se hallan aquí insinuadas, cuando no explícitamente esbozadas. Lo mismo cabe decir respecto a los rasgos más particulares de su estilo. Y no sólo de su estilo: también de su «método».
Dirección única es un libro de encrucijada. Jalona un punto de inflexión -un cambio de rasante, más bien- tanto en la vida como en la trayectoria intelectual de Benjamin. Por las fechas en que concibe el libro, ambas se abren a un nuevo horizonte. Importa tener presente que la publicación de Dirección única tiene lugar el mismo año -y en la misma editorial- que la de El origen del drama barroco alemán, el trabajo con el que Benjamin intentó inútilmente ser admitido en la Universidad de Frankfurt. Uno se siente tentado de bendecir la obcecación de Hans Cornelius, titular de la cátedra de estética y teoría al que la universidad encomendó la valoración del trabajo. Su incomprensión y su rechazo del mismo cerraron definitivamente la puerta a los planes de Benjamin de hacer carrera académica, exponiéndolo a la intemperie del obrero intelectual free lance, obligado a sobrevivir a fuerza de trabajos periodísticos y editoriales. La concepción de Dirección única es consecuencia directa de la forzosa adaptación de Benjamin a esta circunstancia. Comporta la adopción de una estrategia nueva con la que hacerle frente. Estrategia de la que se deriva una reorientación de su metodología y una rearticulación de sus intereses.
Haciendo de la necesidad virtud, como quien dice, Benjamin comienza por asumir positivamente una perspectiva opuesta a la que sustenta el sistema universitario y sus circuitos. Al frente de Dirección única se encuentra una declaración de principios que no deja dudas sobre el propósito y la naturaleza de los textos aquí reunidos. Benjamin comienza por cuestionar abiertamente «el pretencioso gesto universal del libro», da por establecido que «la verdadera actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro de un marco literario», y postula «una alternancia rigurosa de la acción y la escritura». Ésta, para asegurar su influencia, deberá ser cultivada «en octavillas, folletos, artículos de periódico y carteles», «formas modestas», modalidades de una «lengua rápida [...] capaz de responder eficazmente a las exigencias del momento».
Los textos de Dirección única responden en buena medida a esta tipología de escritura en acción, rápida y arrojadiza. Las notas que acompañan la presente edición detallan dónde fueron publicadas por vez primera las diferentes piezas que integran el librito, lo que permite constatar que una parte significativa de las mismas aparecieron previamente, ya sueltas o arracimadas, en destacados diarios y revistas de la época. Benjamin hubiera querido ensayar para todas ellas soportes imprevistos, contextos incongruentes. De hecho, Dirección única es un libro que forcejea con el formato convencional del libro. Uno sospecha que Benjamin hubiera aprobado con satisfacción una solución como la que, medio siglo después, discurriría Nicanor Parra para sus Artefactos: una caja de postales volanderas, susceptibles de múltiples usos. En cualquier caso, se trata de un libro concebido y compuesto con la lúcida y en absoluto melancólica convicción de que el libro mismo, al menos en la forma familiar transmitida por la tradición, «se encamina hacia su final». Sobre ello discurre uno de los textos más sorprendentemente «visionarios» de Dirección única, el titulado «Revisor jurado de libros». Allí, después de consignar cómo ya Mallarmé «integró por primera vez, en Un coup de dés, las tensiones gráficas de la publicidad en la composición tipográfica», concluye que «la escritura, que había encontrado en el libro impreso un refugio en el que vivir una existencia autónoma, se ve arrastrada inexorablemente a la calle por la publicidad y sometida a las brutales heteronomías del caos económico».
Consecuente con este pronóstico, Dirección única mimetiza el aspecto, la sintaxis misma de una calle comercial. La edición original del libro llevaba en la cubierta un hoy mítico fotomontaje del fotógrafo de origen ruso Sasha Stone, y su formato más bien alargado daba lugar a una composición nada convencional. Los títulos de las sucesivas piezas, desplazados en relación a la caja del texto, evocaban titulares de un diario o letreros publicitarios; en los márgenes de cada página, un grueso trazo vertical aislaba, a derecha e izquierda, el número de folio, de tamaño y grosor inusuales, evocando a su vez los números correlativos que ostentan los edificios en sus portales.
Walter Benjamin, en la Biblioteca Nacional de Francia en París, en 1939.
Por Ignacio Echevarría
GISÈLE FREUND