La capitulación de Nicolás Ibáñez
No es fácil comprender la lógica subyacente detrás de la estrategia de Cristián Hartwig, expresidente de empresas Socovesa y de la Viña MontGrass, y hoy socio de la inmobiliaria BH junto al dueño de Besalco, Víctor Bezanilla.
Para ello habría que remontarse a 2014, año en que todo parecía dado para que Nicolás Ibáñez Scott (Viña del Mar, 1957), el empresario y excontrolador de D&S hasta su millonario traspaso a Walmart, consiguiera lo que se proponía en su conquista de Valparaíso, donde llegaba anunciando que viviría junto a su flamante esposa en una casa recién comprada en el cerro Alegre, mientras Wanderers -su nuevo club recién adquirido- peleaba el título del Torneo de Apertura hasta la última fecha con la Universidad de Chile.
Lo primero a registrar es que, de ser ciertos los trascendidos y filtraciones en publicaciones económicas como el Diario Financiero, Ibáñez (quien en su desembarco sumó a la S.A. wanderina la Fundación Para el Progreso, la Fundación Futuro Valparaíso y el Observatorio Valparaíso, una interesante apuesta de corta vida dirigida por Iván Poduje) ha optado por capitular, tal como lo hizo en el Decano, donde terminó traspasando la totalidad de las acciones al expresidente, el abogado Rafael González, y anunciando un enrevesado traspaso de parte de Sports Entertainment International, empresa administradora, a los socios del club que nunca llegó a puerto. Finalmente, y como es sabido, todo volvió a sus orígenes con la ventajosa recompra -aun cuando sus cifras no fueron reveladas- por parte del empresario microbusero y antiguo presidente del club, Reinaldo Sánchez.
Pese a que siempre fue un outsider entre sus pares, Ibáñez intentó penetrar la incomprensible casta viñamarina sin conseguirlo, con generosos aportes y cesión de oficinas a la Fundación Piensa, e intentando que sus jóvenes aprendices entendieran cómo sacar adelante proyectos complejos como el del Parque Pümpin, emplazado en diez hectáreas del barrio O'Higgins, en los antiguos terrenos de Chiletabacos que él compró a la Universidad Adolfo Ibáñez, de propiedad de los descendientes de su tío Pedro Ibáñez Ojeda.
Tras conseguir los permisos de edificación durante la administración del exalcalde Jorge Castro, buena parte de los vecinos y algunos políticos, como el senador Ricardo Lagos Weber, se opusieron al proyecto. Fue cosa de horas que asumiera Jorge Sharp y el asunto escalara a tribunales.
Tras un farragoso proceso judicial, la Corte Suprema, a través de su Tercera Sala, hizo un llamado a conciliación a las partes de este juicio, la Inmobiliaria del Puerto Spa, el municipio y los vecinos. Bastaron tres concejos municipales para desechar el ofrecimiento de la inmobiliaria de rebajar el número de edificios y departamentos y votar de forma unánime su rechazo, aun cuando el propio ministro Sergio Muñoz se jugó por conseguir un acuerdo en el que, mirado con distancia, nunca hubo buena fe municipal.
Por lo mismo es que resulta algo confuso el que Ibáñez opte por renunciar al proyecto después de que la Corte Suprema le diera la razón respecto de la invalidación del decreto alcaldicio de Sharp que dejó sin efecto el permiso de edificación otorgado anteriormente por la Dirección de Obras Municipales de Castro. Para darle incluso un carácter más epopéyico, el Diario Financiero advierte que el empresario quiere registrar toda la historia en un libro que sería redactado por Lorena Medel, una de sus cercanas -casada con William Díaz, exvicepresidente de Enami en Piñera 1 y actual dueño de la empresa de comunicaciones Capital Reputacional-, integrante del directorio de Wanderers y alguna vez candidata a la mesa de la ANFP.
Entre tanto, como consignó este mismo Diario, a Sharp le dieron los turururu, insistió en que era un "mal proyecto" y acusó a la constituyente Teresa Marinovic de influir en el voto decisivo (fue 3 a 2) de su marido, Enrique Alcalde, abogado integrante de la Tercera Sala de la Corte Suprema, para perjudicar el "proyecto" de la Alcaldía Ciudadana. Más tarde, como corolario de la extensión del contrato por el relleno sanitario de El Molle con la empresa Veolia, reiteró que "no bajarían los brazos" por el Parque Pümpin, dando a entender que Ibáñez pudo haber ganado una batalla, pero no la guerra.
Entonces es que aparece en escena Cristián Hartwig, dueño de un tono más conciliador y llamativamente sumiso con el alcalde, quien tiene un contrato de compraventa en etapa de borrador con la Inmobiliaria del Puerto SpA por los terrenos de Pümpin. En resumen, propone emplazar los edificios en un terreno que correspondería al 10% del paño y ceder las otras nueve hectáreas para un parque público administrado por el municipio. Para ello anuncia que solicitará una reunión con Sharp, el Concejo Municipal y los vecinos para intentar convencerlos de las bondades de su nuevo proyecto, que tendría 750 departamentos ubicados en edificios de hasta diez pisos, con una inversión de US$50 a US$60 millones, en un plazo de seis a siete años.
Mirado en perspectiva, y de ser ciertas las estimaciones, la recuperación del 90% de los terrenos para un parque público administrado por la Municipalidad no es un mal negocio para Sharp. De entrada, ya habrá conseguido expulsar a Nicolás Ibáñez de Valparaíso, tal como ha intentado hacerlo con buena parte de los empresarios, portuarios, comerciantes y vecinos de un Valparaíso cuya pobreza, desatención y soledad jamás tuvieron nada de románticas.
Pero el niño-alcalde, como lo apodó Marcelo Mellado, siempre se pasa de listo: ahora pide que el Gobierno compre o expropie las 10 hectáreas de Ibáñezy le haga un parque público a la carta, en una política más cercana al cerco de Numancia, cuyos defensores optaron por incendiar la ciudad antes que dejar pasar al ejército romano de Escipión.
No sería raro que, al igual que tantos otros rincones (¿les suenan el Palacio Subercaseaux, el Bar Inglés, el Café Vienés, la Iglesia San Francisco, la Escuela Barros Luco, calle Serrano, la Iglesia de los Doce Apóstoles, el cementerio, los ascensores?), Pümpin termine abandonado durante décadas y convertido, finalmente, en un escorial.
por don milton