"No aceptes caramelos de extraños"
Andrea Jeftanovic
Ediciones UDP
196 páginas
$ 16 mil
Andrea Jeftanovic
Ediciones UDP
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$ 16 mil
Han sido muchas las veces que he creído que es el último encuentro, pero al final siempre estás esperándome sobre el escenario. Otras veces yo he querido desistir, pero no logro inventar algo más importante que hacer ese día. No sé, fue el descuido de las cortinas abiertas, el encuentro de ambos después de la ducha. Tú, con una toalla hasta las axilas y un vestido negro sobre la cama. Yo, cubierto hasta la cintura, las zapatillas de trotar desparramadas sobre el piso. Seguramente los dos pensamos en cerrar la cortina, pero algo nos contuvo. Nos quedamos paralizados, mirándonos fijamente. La oscuridad de esa noche cortada por la luz de nuestros dormitorios. No sabía qué hacer mientras tú movías los labios en un críptico llamado.
En un movimiento seco te despojas de la toalla, das un paso hacia adelante, quedando a unos centímetros del ventanal. Yo hice lo mismo. Antes que nada, nos reconocimos. Tu cuerpo bosquejado en líneas, achurado con luces y sombras. A la lejanía, tu cuerpo flamea. Es incómodo sentir que me investigas con curiosidad; imaginar que intentas, al igual que yo, memorizar las formas. Estudio tus dimensiones, el color de tu piel, tu figura y el fondo. Recorremos nuestras caras; primero pasando los dedos sobre los párpados, resbalándolos por la nariz; subir y peinarse las cejas, bajar y delinearse los labios. Bocetear óvalos alrededor, tantear los pómulos, unir todo en la barbilla. Las manos hundiéndose en el pelo, bajando desde la raíz, detenerse en repetidos círculos en la nuca. Cerrar los ojos, abrir los labios. Masajear el cuello, relajando los músculos, pellizcar el lóbulo de la oreja. Transitar con las yemas por el esternón, retroceder trazando un escote imaginario. Comienzas a difuminarte ante mis ojos, enfoco una y otra vez, y veo curvarse el marco. Un minuto de tregua. Te llevas el dedo índice a la boca, con las yemas salivadas dibujas aureolas, trazas caminos húmedos sobre tus senos. Yo, un paso más atrás, haciendo lo mismo. Fantaseo a la distancia con tus pezones erectos.
Imagino a todos nuestros vecinos paralizados, mirándonos apoyados en el borde de sus ventanas contemplándonos desde esas cajas negras incrustadas en estos largos y estrechos edificios. Mi cuerpo se espesa, hundo los dedos entre las costillas hasta que duela. Con los brazos entrecruzados adelgazar la cintura. Luego, estabas sentada sobre la alfombra; investigando con serenidad la planta de los pies. Te sigo. Hacer círculos sobre los tobillos; subir rápido y profundo por las piernas. Ahora, de pie. Giras. Me termino de enderezar en tu columna vertebral; una cicatriz te delimita la espalda. ¿Una hernia? Te das vuelta en el instante exacto en que estoy a punto de abandonarte. Giro, con la boca desencajada me recupero en el color de la pared. Extraño el ruido del tráfico de la calle, me pregunto si todos murieron, si somos los sobrevivientes de alguna catástrofe.
El vidrio empañándose, cada uno dejando un círculo de vaho sobre el cristal. Me ordenas que, con el reverso de la mano, desempañe; como siempre, obedezco. Estiramos los cuerpos, siento que pronto nos desbordaremos por las ventanas si esto no para. No alcanzo a preguntar por el silencio de esta noche, entonces, dejas caer apresurada una mano desde la frente hasta el ombligo, como en una gran pincelada. Solo quisiera bajar mis manos y tenerme, sostenerme entre las piernas. Pero tú me castigas con tu tiempo dilatado.