RELOJ DE ARENA
Elecciones al límite
Póngale usted el calificativo que quiera a la elección del próximo domingo 19: trascendental, definitoria, crucial, decisiva, infartante y, de todas maneras, histórica…En fin, convengamos en la importancia de esa votación para elegir Presidente de la República. Pero dando una mirada a la historia cercana de nuestra política nos encontramos varias de estas elecciones en que pareciera que el país se juega al cara y sello con los cambios y las novedades que llevan cada uno de los protagonistas que se disputan el sillón donde, supuestamente, se acomodaba O'Higgins.
Tenemos como ejemplo el 25 de junio de 1920. Elección presidencial en que los candidatos a La Moneda fueron Arturo Alessandri Palma y Luis Barros Borgoño.
Alessandri, con la bandera de la Alianza Liberal, tuvo un fuerte apoyo de un movimiento popular que el candidato interpretó, ofreciendo importantes cambios. Su contendor representaba a la Unión Nacional, integrada por los partidos tradicionales con el sello dominante de conservadores.
Campaña reñida, violenta en ocasiones y con grandes movilizaciones callejeras. Dominaban las canciones, como el famoso "Cielito lindo" de Alessandri, que se entonaba de norte a sur. Eran tiempos de concentraciones masivas y de proclamaciones en los teatros. Nada de radio y menos de televisión. Ni pensar en redes sociales.
El discurso a gritos, corto, sin amplificadores. La prensa escrita era dominante.
La magia del cambio
Nada nuevo bajo el sol, cambio, mágica palabra que conquistaba a las masas en medio de la pobreza y la cesantía, coletazos de la Primera Guerra Mundial. Alessandri era un gran orador, en sintonía con el momento. Así llegó el día de la votación. Nada de fácil. Hay acarreos y compra de votos y el sistema mismo, de acuerdo a la Constitución de 1833, era complicado. Los ciudadanos inscritos votaban por electores, quienes elegirían al Presidente de la República. No existía la cédula única.
Comunicaciones deficientes y manipulaciones en terreno llevaron a un resultado incierto que en la madrugada del día 26 daba a Alessandri como ganador con 179 electores sobre 174 de Barros Borgoño. Cinco era la cifra definitoria del triunfo, pero faltaba otro paso fijado por la Constitución, la calificación en el Parlamento, donde Barros Borgoño tenía mayoría.
Se acusaba al Gobierno de Juan Luis Sanfuentes de manipular los resultados. La calle, siempre la calle, marchaba en apoyo a Alessandri, que desde su casa arengaba al pueblo. La Moneda llama al jefe de las fuerzas para que imponga el orden. Se resiste, pues teme que la tropa hiciera causa común con el pueblo amotinado.
Dirigentes estudiantiles fueron apresados y la sede la Federación destruida, mientras el ministro de Defensa, Ladislao Errázuriz, promovía una movilización de las fuerzas armadas ante posible colusión de Perú y Bolivia, tras un golpe de estado y un nuevo gobierno en La paz. Maniobra distractiva, acusan.
Corrían los días y se exigía una definición sobre los resultados. Con desconfianza ante un Parlamento nada de imparcial y con la presión popular en las calles se acordó formar un Tribunal de Honor, integrado por personas honorables, cuyo fallo sería respetado. Tensas, dramáticas, sesiones del Tribunal. Uno de sus integrantes, Fernando Lazcano, muere de un infarto en una de las reuniones.
En medio de las presiones el Tribunal analiza las calificaciones que llevaban a la nominación de electores. Finalmente se establece que Alessandri había ganado con 177 electores, contra 176 de Barros Borgoño. ¡Un elector de diferencia!
El Parlamento, conforme a lo acordado, proclamó a Arturo Alessandri Presidente de la República, quien asumió el 23 de diciembre de 1920.
Una cosa es asumir y otra gobernar, manejar las riendas del chúcaro caballo oficial. No le tocó fácil con sucesivos ministros y presiones desde el Congreso con un sistema parlamentario de hecho, que funcionaba en otras partes, pero no se adaptaba a la fronda chilena. Los militares hacían también lo suyo mientras las demandas de las calles arrecian. Se avanzó, pero las tensiones llegaron a un punto que obligaron al Presidente a dejar La Moneda en septiembre de 1924. Renuncia el mandatario y parte a Europa, pero en enero de 1925 un movimiento popular, comunistas incluidos, pide su retorno. Vuelve en medio de aplausos en marzo de 1925, con amplio apoyo elabora un proyecto constitucional que reafirma el sistema presidencial sepultando el parlamentarismo. Plebiscito en agosto de ese año. Con un padrón de 302.304 inscritos, la Constitución es aprobada con 127.483 votos, sobre 132.421 ciudadanos, solo varones, que concurren a las urnas. La abstención, propiciada por conservadores, radicales y comunistas, sumó casi 170 mil electores.
Así, sin mucha parafernalia y a un costo mínimo, llegamos a la Constitución de 1925, que dio sustento a una efímera república socialista, a la dictadura de Carlos Ibáñez 1927-1931, a tres gobiernos radicales, a dos de derecha -Alessandri de nuevo y su hijo Jorge después-, a Ibáñez por las urnas como independiente, a un democratacristiano y, finalmente, a un socialista de abrupto final el 11 de septiembre de 1973.
Pero esa Constitución, con una amplia lista de garantías, artículo 10 por si usted quiere conocerlas, tenía una disposición que podía ser una bomba de tiempo: la elección presidencial. El Congreso debía proclamar a quien "hubiere obtenido más de la mitad de los sufragios válidamente emitidos". Fácil. Pero en caso contrario, el Congreso Pleno "elegirá entre los ciudadanos que hubieren obtenido las dos más altas mayorías relativas".
Frente popular
La tensión llegó al extremo en la elección del 25 de octubre de 1938 en que Pedro Aguirre Cerda, radical, Frente Popular, aventajó a Gustavo Ross, apoyado por conservadores y liberales, por solo 4.111 sufragios. Había logrado el 50,17% de los votos. ¿Sería reconocido por un Parlamento dominado por la derecha? Reclamaciones de compra de votos y acusaciones de violencia. Se puede dar vuelta la frágil mayoría absoluta. El ambiente es tenso y el comandante en jefe del Ejército, general Óscar Novoa, advierte a Ross que es mejor retirar las reclamaciones. A ello se suma el general director de Carabineros Humberto Arriagada. Sostiene que desconocer el triunfo de Aguirre Cerda sería "precipitar al país en una revuelta sangrienta que Carabineros no podría contener". Ross retira sus recursos, el proceso sigue adelante y el Congreso Pleno proclama a Aguirre Cerda.
La máxima tensión está precedida el 5 de septiembre por un absurdo intento revolucionario nacionalsocialista que fue sofocado con la muerte de decenas de jóvenes atrincherados en el edificio del Seguro Obrero, frente al Palacio de La Moneda.
Aguirre Cerda asume la Presidencia en diciembre y en enero de 1939 las tensiones siguen con el devastador terremoto de Chillán con miles de muertos.
Llegada estrecha
Las elecciones presidenciales siguen y Parlamento, pese a sus facultades, respeta las mayorías relativas de Juan Antonio Ríos, Gabriel González Videla, Carlos Ibáñez del Campo y Jorge Alessandri Rodríguez. Clara mayoría absoluta, indiscutible, logra Eduardo Frei Montalva, con el 55,7% de los votos, pero el problema llega con Salvador Allende Gossens en que nuevamente las llaves de palacio las tiene el Parlamento, pues solo capta el 36,2% de los votos, contra un 34,9% de Jorge Alessandri. Tensión nuevamente, negociaciones y el famoso Estatuto de Garantías. El Parlamento proclama a Allende.
Lo demás es historia cercana. La definición presidencial se resuelve ahora con la segunda vuelta en que arrecian las negociaciones, los acuerdos, los cambios programáticos y el errado supuesto que los votos, el suyo, el de sus amigos y el mío son endosables.
Es la política, siempre con sus miserias, grandezas, ilusiones y emociones.