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fenómeno desde la perspectiva de los factores que subyacen tras esta situación y se pregunta por qué, "en un contexto social que ha presionado para que el sistema político asuma una serie de cambios de enorme calado", pudiendo elegir entre siete candidatos de todo el espectro, a diferencia del escenario que configuraba el sistema binominal, "la abstención ha mostrado una enorme resiliencia" y una mayoría de electores opta por no participar.
Plantea que el proceso de pérdida de votantes data de antes de la instauración del voto voluntario, y que aun cuando a partir de entonces "la asistencia a las urnas cayó a la mitad, pasando del 90% a menos del 40%, esa 'fatiga' en la representación ya se había producido en los dos comicios anteriores al 2012. Y el problema es que se nos están terminando las explicaciones".
Cuatro interpretaciones factibles
A la hora de identificar los factores responsables de la abstención, Raúl Elgueta subraya que hay varias líneas de interpretación, comenzando por una institucional, según la cual el cambio al voto voluntario tendría el efecto de sincerar el interés en la política. "Según este argumento, la participación electoral sería muy elástica en relación a la capacidad que tienen los actores políticos de convocar a la participación. En consecuencia, la pérdida en la participación electoral no es más que un síntoma de la pérdida de la legitimidad de los partidos políticos".
Otra línea es la interpretación desde las tradiciones políticas, que apela a la noción del votante habitual y que sostiene que las personas, una vez que han votado, tienden a mantener este hábito cívico, y el descenso en la participación se explicaría básicamente por un envejecimiento de padrón electoral efectivo.
La tercera apunta a la emergencia de una cultura individualista en la ciudadanía producto de las transformaciones de las últimas décadas; a un debilitamiento de la percepción de deberes cívicos o a la idea de que existen otras formas de participación política, entre las cuales la electoral sería "una forma muy restringida de implementar la incidencia en el ámbito colectivo".
La cuarta es de corte coyuntural y enfatiza que la escasa participación electoral es un problema de oferta política de los partidos. Según esta visión, "no es que la ciudadanía esté menos comprometida sino que la oferta partidista, ideológica y programática es muy mediocre. En la medida que se genere una oferta política más convocante, con 'relato', se activaría una mayor participación política".
Amenaza a la legitimidad democrática
Respecto de los riesgos que pueden entrañar los elevados niveles de abstención, Félix Aguirre menciona que "esta baja de la participación electoral es un fenómeno casi inversamente proporcional al surgimiento de expresiones radicales a la izquierda y a la derecha del espectro ideológico".
En ese contexto, sostiene, "la política democrática tiene el desafío urgente de recuperar un imaginario tan simple como necesario: que votar sirve para algo más que para sustituir a una élite por otra; que los partidos deben volver a recuperar el control de la expresión de la soberanía popular mediante un proyecto que logre la anuencia de las mayorías, porque si no lo hacen los partidos otros lo harán: un estallido, un movimiento o un liderazgo salvapatrias".
Crítico del argumento según el cual la participación electoral registrada indicaría simplemente que a la mitad de la población le es indiferente lo que ocurre, Raúl Elgueta opina que la principal amenaza que representa esta situación es a la legitimidad democrática.
"Las investigaciones indican que la población con menores niveles educacionales (y socioeconómicos) es la que participa menos. Ello significa una sobre representación de los sectores más acomodados y una exclusión de los más desaventajados. Esa dinámica tiende a generar una 'desesperanza aprendida' que va erosionando la legitimidad de las democracias, y la capacidad que tienen los actores políticos de canalizar las inquietudes de la ciudadanía", expone.
Respecto de la vulnerabilidad frente a crisis de legitimidad que tendrían las democracias donde la mayoría de la gente no vota, el académico de la Universidad de Santiago subraya que altos niveles de participación indican un ajuste mucho más adecuado entre representantes y representados.
"Este ajuste genera también incentivos para que los representantes sientan que le tienen que rendir cuentas a la población. Eso genera un mecanismo virtuoso de participación electoral y de ajuste entre representante y representado. Un elemento clave para la legitimidad es que la mayor cantidad de personas se sientan parte de las decisiones y que sean incluidas", argumenta.
El diputado Auth coincide en que las democracias con baja participación son más vulnerables frente a esas crisis "porque el país electoral es distinto al país real. Naturalmente, a veces se incuban resentimientos, insatisfacciones que no se expresan en las votaciones. Eso es cierto, pero normalmente los niveles de participación tienen que ver también con la estabilidad de los países".
Ejemplifica con la constatación de que en aquellos donde las elecciones no implican cambios radicales, tiende a participar menos gente que en otros donde los comicios sí conllevan grandes modificaciones. "En Estados Unidos se ha vivido durante muchas décadas con muy bajos niveles de participación, pero han ido aumentando en los últimos años porque se han hecho más dramáticas las opciones. La diferencia entre Trump y su rival era mayor que en las elecciones de antaño", y eso genera mayor concurrencia de la población a las urnas.
Un deterioro inquietante
El académico de la Universidad de Valparaíso plantea que "la representación democrática está herida. Y lo está no solo en Chile, sino en otros muchos países, y de manera particular en América Latina, donde en algunos casos, con voto obligatorio -como hemos visto recientemente en Argentina- los electores se alejan cada vez más".
Remarca que de la abstención debe hacerse cargo el propio modelo democrático, con todos sus recursos e instituciones, desde los partidos y la clase política hasta el Registro Electoral. "No puede ser que estemos hablando permanentemente de la crisis de legitimación por la que atraviesa la democracia en nuestro país -una crisis que, efectivamente, está corroborada por los índices que miden la calidad de la democracia en todo el mundo- y esperar que el electorado acuda a votar masivamente".
Félix Aguirre se pregunta "¿cómo es posible que la clase política no tome nota de la gravedad de este dato y parezca sorprendida porque la gente no vota?", en circunstancias que debería estar desarrollando iniciativas para revertir la situación. Pero piensa que antes de volver al voto obligatorio, si así se define, hay que adoptar otras medidas más urgentes "que engrasen la musculatura de nuestra democracia y toquen la fibra emocional del ciudadano".
El sociólogo cree que "la democracia de los acuerdos fue tan responsable de la estabilidad institucional de los 90 como de enmudecer la necesaria discusión sobre nuevos problemas emergentes, espoleando un miedo tal al debate y a declarar cualquier posición disidente que terminó catapultando la creciente desafección del ciudadano frente a una clase política que parece preocupada -y mucho- de declarar una y mil veces que las instituciones funcionan, pero que apenas incentiva la discusión sobre la calidad de las mismas".
También postula que la crisis de legitimidad que ha provocado esa desafección es más profunda de lo que cree la clase política. "Mientras las instituciones de la política parecían 'funcionar', las familias, el rol de la mujer en la vida pública, el sentido que le damos a la educación y el valor que le asignamos al trabajo cambiaban vertiginosamente, y se estaba produciendo un verdadero cataclismo en todas las instituciones sociales (…), capaz de desnudar de golpe todos los cambios que debemos acometer en el ordenamiento legal, económico y político".
En otro aspecto, plantea que se hace poco y nada por facilitar el derecho al voto, por ejemplo con más del 25% de la población en edad de votar viviendo en zonas diferentes a donde está inscrito su domicilio electoral. Y que tampoco está dimensionado el impacto que pueda tener la pandemia con la vivencia cotidiana del riesgo en el futuro de las reglas del juego de los sistemas democráticos.
Así las cosas, "si sumamos la incertidumbre sanitaria a la crisis de confianza y de legitimidad que arrastran ya los modelos democráticos en nuestros días, podríamos afirmar que el deterioro de la democracia va a adquirir tintes inquietantes; que la crisis ya no puede ser catalogada como 'transitoria', y que tendremos que prestar mucha atención a las secuelas que todo esto dejará, no solamente en las instituciones, sino también -sobre todo- en la ya feble cultura política democrática de nuestro país". 2
La representación democrática está herida. Y lo está no solo en Chile".
Félix Aguirre Sociólogo, doctor en Cs. Políticas y académico UV
Se ha sincerado el nivel de participación, pero no ha disminuido ostensiblemente".
En mi opinión, la principal amenaza es a la legitimidad democrática".
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