Luis Guastavino, su legado de apertura
El antiguo comunista, perseguido tras el golpe de Estado, volvió al país renovado y buscando un retorno pacífico a la democracia. Su alejamiento del comunismo parte del conocimiento directo del totalitarismo que mantenía esa colectividad en Europa del este, cuando él, justamente, era un perseguido del totalitarismo que se apoderaba de Chile.
Luis Guastavino Córdova fue una figura importante de la política regional y nacional. Su sello de hombre de izquierda no lo apartó nunca de un ánimo de tolerancia y de análisis de sus propias convicciones.
Su partida queda marcada por un general reconocimiento a un desempeño político de mirada amplia y calidad humana.
Como dirigente estudiantil del desaparecido Pedagógico de la Universidad de Chile, sede Valparaíso, desarrolla su vocación de servicio público. Completa su formación para dedicarse a la pedagogía con una mirada de servicio a la ciudad, canalizando sus inquietudes en el Partido Comunista, colectividad que lo llevó de candidato a regidor de la Municipalidad de Valparaíso, cargo que logró con una importante votación, superior al potencial de esa colectividad.
Su trayectoria política continuó en la Cámara de Diputados hasta el golpe militar de septiembre de 1973, en que, perseguido, logró asilarse en la embajada de Alemania Oriental, desde donde pudo a salir a Europa. En 1987 entró a Chile en forma clandestina, mostrándose partidario, en el debate político interno, de validar el plebiscito de 1988 como herramienta para ganar la democracia, posición que no era compartida por el PC, que insistía en lo que Guastavino llamó "política militar". El amplio triunfo del No le dio la razón. Así, se distanció de su colectividad originaria hasta llegar a crear el llamado Partido Democrático de Izquierda y, finalmente, integrar el Partido Socialista, donde militó hasta el momento de su muerte.
Acertadamente, en 2003 el entonces Presidente Ricardo Lagos lo designó intendente de Valparaíso, cargo que mantuvo hasta 2006, desempeñando una importante labor de integración regional con todos los sectores políticos y sociales, función facilitada por el conocimiento que tenía de la ciudad -porteño de nacimiento- y de la Región.
En lo personal, era un hombre de vida familiar y de gran cultura, acrecentada por estudios y viajes que realizó durante su exilio en Europa, a lo que sumaba una personalidad carismática y un liderazgo nunca mesiánico.
Su alejamiento del comunismo parte del conocimiento directo del totalitarismo que mantenía esa colectividad en Europa del este, cuando él, justamente, era un perseguido del totalitarismo que se apoderaba de Chile. Su mirada política había detectado lo que vendría, la caída del Muro de Berlín en 1989 y el derrumbe de la Unión Soviética en 1991.
Con una mirada renovada y amplia, no dudó en ser un colaborador importante en un gobierno de la Concertación ni en prestar su experiencia a un alcalde UDI de Valparaíso.
Nunca perdió su reconocida posición y así pasó a militar en el Partido Socialista; se sentía cómodo en una izquierda democrática. Hoy, su figura, más allá de un sello ideológico, deja un valioso ejemplo de apertura en estos tiempos de tensiones políticas.