LA PELOTA NO SE MANCHA Las mil y una razones para no ir a Catar
POR WINSTON POR WINSTON
S i sigue con el mal sabor de boca por los últimos resultados de las clasificatorias, permítame entregarle algunos datos que lo harán cambiar de opinión. Primero, lo que implica viajar a Catar: desde Santiago a Sao Paulo son casi cinco horas, desde Brasil hasta la ciudad de las luces, casi doce horas, luego a Beirut, otras cuatro, para llegar a Doha en otras tres horas. Solo arriba de un avión va a tener que pasar prácticamente un día completo, pero si suma las escalas y esperas en los aeropuertos son casi 55 horas. Una aventura aérea que hoy, a poco menos de un año, cuesta dos millones y medio de pesos. Agréguele a esa tortura que, hoy por hoy, no hay dónde quedarse. Pobres hermanos brasileños, los veo y se me parte el alma imaginando que tendrán que dormir abajo de un paradero.
Igualmente, ir a Catar es estar de acuerdo con un país que, además de sobornar a la FIFA por hacer un mundial donde nadie quería jugar con temperaturas sobre cuarenta grados y, más encima, en noviembre y no en junio como era costumbre, ha sido responsable de la muerte de más de seis mil trabajadores en la construcción de los estadios de fútbol. Pienso en mis amigos argentinos y no puedo creer que quieran ser cómplices de tanta barbaridad.
Si estos argumentos no le parecen suficientes, le informo que el Estado de Catar está gobernado por una monarquía absoluta, modelo político que no puede estar nada más pasado de moda. Mientras nosotros, gracias a la Convención Constituyente, estamos ad portas de eliminar un Senado por anticuado, ellos todavía tienen un rey, igual que Shrek o La Princesa Prometida.
Asimismo, les advierto a todos aquellos que se fueron de copas en Bordeaux luego del épico empate contra Italia el 98; unos whiskys en Nelspruit después del histórico triunfo contra Honduras en Sudáfrica el 2010 o de caipiriñas después de la victoria contra los campeones del mundo en el mítico Maracaná el 2014, que en Catar si hay algo que no puede hacer es, justamente, "catar" ningún tipo de bebida alcohólica. La razón es que desde el siglo VII, sus habitantes se convirtieron al mundo musulmán que prohíbe el consumo de bebidas alcohólicas. Imagínese con más de cuarenta grados calor con desierto a los 360 grados sin poder degustar ni siquiera el sorbo de una cerveza heladita, una tortura, casi tan terrible como la de los trabajadores sometidos a esfuerzos inhumanos en la construcción de los estadios.
Ahora, si usted no lo convence ninguno de los argumentos anteriores, también le tengo otras noticias. Pese a que Catar es de los países más "liberales" del mundo musulmán, un lugar en el que las mujeres pueden conducir sus propios autos y no tienen obligación de utilizar burka, si es que son violadas, dice un sitio en internet, en vez de protegerlas como corresponde, son acusadas de adulterio. Increíble, en el sentido literal de la palabra.
En fin, demasiados argumentos como para no ir a Catar. Después de esta notable exposición, no queda más que agradecer a Martín Lasarte por conducir a este grupo al despeñadero, lo mismo a Eduardo Vargas por su intrascendencia, a Guillermo Maripán por su tronqueza (mezcla de tronco y torpeza), al rey Arturo por sus expulsiones y al capitán Claudio Bravo por jugar lesionado. Gracias muchachos, sin ustedes, la eliminación a un mundial que no nos interesa, no habría sido posible.