RELOJ DE ARENA Victorias, el último bastión
Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. Un escéptico agregó que mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro. Y alguien en la onda animalista, materia de moda y casi de rango constitucional, sostiene que el hombre es el peor enemigo del caballo.
Y fundamenta sus dichos afirmando que el pobre animal ha sufrido constante explotación a través de los siglos.
Algo hay de eso, pues el caballo fue hasta antes del siglo del vapor, el XIX, la principal fuerza motriz para la movilización individual y colectiva y lo siguió siendo en escala menor.
Pero el noble animal no solo se utilizaba en el transporte, también era protagonista en la guerra, en la paz, en la diversión y, hasta el día de hoy, en el juego.
Y ahí caemos de lleno en la música y sería una irreverencia, pecado terrible, no evocar a Carlos Gardel y su inolvidable "Por una cabeza". Bueno, el tema de los tangos hípicos y los infortunios de los que no acertaron a ganador dan para un libro y hasta rematamos en Edwards Bello, cuando se equivocó de número y perdió una importante suma.
Pero la explotación de los caballos tiene una compensación. Una medida básica de fuerza es el HP, el Horse Power, el Caballo de Fuerza, se llama así precisamente en reconocimiento al aporte que ha hecho a la humanidad el equino. La estudiamos en clase de física. ¿Se estudia todavía? Y hasta hacíamos complicados cálculos que resultaban un buen ejercicio mental, cosa que nunca está de más y que ayuda al saludable ejercicio de pensar.
Siguiendo con el rol del caballo, lo tenemos también como esencial en la tarea de los bomberos del siglo antepasado, cuando corrían a toda velocidad por las calles de Valparaíso arrastrando los carros con escaleras, mangueras y humeantes bombas a vapor que impulsaban los chorros de agua contra los siempre recurrentes siniestros porteños, parte del paisaje de la ciudad ayer y hoy.
Rubén Darío, que pasó una temporada en Valparaíso, en lenguaje poético habla de las "carrozas de los bomberos", hermosa definición de los vehículos que llevaban y llevan la esperanza del rescate, de la derrota del fuego.
Carros de sangre
En Valparaíso, además, los caballos fueron desde el 4 de marzo de 1863 protagonistas del transporte público, arrastrando enormes tranvías de dos pisos que unían el Puerto y El Almendral. Inicialmente no tuvieron gran acogida por lo elevado de su tarifa, 10 y 5 centavos. El propietario del servicio, David Thomas, la bajó a la mitad y los pasajeros llovieron. Los llamados "carros de sangre" del Ferrocarril Urbano, con una fuerza de 350 caballos, terminaron en 1903 con la aparición de los tranvías eléctricos que en algún momento llegaban hasta Viña del Mar. Desaparecieron en 1953 con la irrupción de los trolebuses, que subsisten penosamente pese a todas las ventajas que significa un sistema de transporte que no contamina y utiliza energía nacional como es la electricidad.
Pero volviendo al transporte público, nos encontramos con los coches victoria, universalmente populares y vigentes a partir de fines del siglo XIX, denominados así, posiblemente, en homenaje a la Reina Victoria de Inglaterra, fallecida el 22 de enero de 1901, el mismo día que en Viña del Mar nacía Alberto Hurtado Cuchaba, hoy San Alberto.
Victorias tuvimos en varias ciudades de Chile tanto como coches privados como dedicados al transporte público y subsisten en varias ciudades del mundo. En la popular revista porteña "Sucesos" del 13 de febrero de 1908 aparece un aviso de la firma norteamericana Wilber H. Murray ofreciendo victorias de su fabricación. Costaban 245 pesos oro puestas en un buque en Nueva York. Del resto de la operación se ocupaba el comprador.
Oficiando de historiadores podemos fijar ahí la partida de la larga saga de las victorias en Chile y, en particular, en Viña del Mar, donde se impusieron como un medio de movilización, especialmente a la llegada de los trenes y también a la salida de jornadas nocturnas del Casino, conduciendo ganadores y perdedores a módica tarifa.
A "componer el cuerpo"
La sede gremial de los cocheros subsiste en la esquina de las calles Arlegui y Batuco y de madrugada se concentraban allí miembros de la socialité a "componer el cuerpo" con unos "magníficos huevos revueltos con jamón". Lo recuerda en "Un mundo que se fue", entretenido libro, Eduardo Balmaceda Valdés, cuñado de la bella e infortunada Teresa Wilms Montt.
Pero la historia de las victorias se cierra finalmente entrado ya el siglo XXI, tras una campaña de buenos animalistas y una consulta ciudadana que aprobó su erradicación. Muere así una tradición, una imagen más que centenaria, aduciendo supuesto maltrato animal. Los cocheros, porfiados, en estos días han intentado reflotar los viejos coches, su fuente de trabajo, pero doña Macarena, terminante y tajante, recordó que la prohibición de las victorias había sido el resultado de una consulta ciudadana y que "nuestra voluntad es inclaudicable, sin fisuras, y que no hay pie atrás frente a decisiones que se han tomado democráticamente".
La verdad es que el trabajo sucio de guillotinar a las victorias es de misiá Virginia, blanco fácil de doña Macarena. Bueno, nadie sabe para quién trabaja y ahora, para completar la tarea, la alcaldesa actual ha pedido a la PDI que investigue un supuesto maltrato a un caballo de los cocheros en resistencia acampados en la avenida Los Héroes, extremo de Uno Norte, su último y precario bastión. Más peligrosos, sin duda, son los malandrines que roban relojes en el mismo sector, los que por ahí lucen sus Colts 45 disparando salvas no en honor precisamente de los héroes o los ambulantes que disputan territorio a los artesanos. En fin, el hilo se corta siempre por lo más delgado, como dicen acertadamente los filósofos de esquina.