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un mapa estratégico, donde los estudiantes, además de cubrir sus necesidades elementales, pueden navegar en la ciudad, hallar las vías de acceso a los campus y los puntos de interés que ella ofrece. El CSE ha desarrollado una aplicación para celular que explica el plano de la locomoción colectiva. Además, se hace especial énfasis en las medidas de cuidado que deben seguir para evitar emergencias.
Tanto para acceder al proceso de inducción del CSE como del DAE, los estudiantes de una u otra universidad solo deben solicitar información o ayuda. Pero estas funciones no son exclusivas de esas dos universidades, pues las diez instituciones de educación superior cuentan con herramientas similares para el estamento estudiantil.
LA BÚSQUEDA DEL HOGAR
Aunque estos elementos de apoyo funcionen como una red para los estudiantes de primer año, no son los únicos que llegan por primera vez a la ciudad, producto de la pandemia que los mantuvo en clases virtuales. Alumnos de segundo, tercero e incluso cuarto año, provenientes de Iquique o Punta Arenas, se han visto atrapados en una condición inesperada del retorno.
Es el caso de Valentina Echeverría, estudiante de cuarto año de periodismo en la UVM. Nacida en La Serena, le ha impactado lo complejo de encontrar un lugar donde vivir para terminar sus estudios. "Yo vivía en una pensión cerca de la U que ya en su momento era cara. Pagaba $240.000. Ahora quería volver a la misma pensión y la señora lo subió a $350.000, así que tuve que seguir buscando en otro lugar", cuenta.
Entre sus requisitos, Valentina necesita algo que no supere el monto pre pandémico, y que sea "decente" y cercano a la universidad para poder irse caminando, o al menos en un lugar céntrico. Pero la futura periodista ha encontrado que, además de los precios altos, muchos arrendatarios no desean hacer negocios con estudiantes. "Tienen miedo por la pandemia, de que los estudiantes no son estables", asegura.
Por su parte, Jon Navarro, compañero de Valentina, vive en Valparaíso, pero su contrato vence en marzo. "Mi experiencia buscando arriendos ha sido, cuanto menos, caótica. He buscado en las páginas web típicas, como yapo.cl y sus derivados, pero no encuentro nada medianamente razonable".
Para Jon, el mayor conflicto radica en que muchos arrendatarios no permiten la vida con animales. "Si tienes mascotas se te dificulta el triple, porque en ningún lado quieren aceptarlas"; pero no se limita a eso. Los precios altos le han obligado a desplazar su radar desde Placeres, donde está radicado, a todos los cerros de Valparaíso, y luego a Viña, donde no ha encontrado nada.
"Se me empieza a acabar el tiempo, y voy a tener que buscar eventualmente en Limache o Quillota, porque ni siquiera en Quilpué he podido conseguir algo medianamente digno", afirma.
Catalina Díaz ha tenido más suerte que sus dos ex compañeros. Durante el primer año cayó en una habitación individual donde estuvo hasta el 2019. En diciembre, cuando terminaba su contrato, sacó todas sus cosas y entregó la habitación, llevándose todo a su natal Punta Arenas. En marzo del 2020, a días de que se desatara la pandemia, ya había encontrado un nuevo hogar, y se había asentado en él. Cuando las cuarentenas encerraron a la población, regresó a su ciudad.
Mientras duraron la fase más grave de la pandemia y las clases virtuales, Catalina permaneció en contacto con su arrendatario, a quien le pagó un precio módico para mantener el contrato. Y aunque decidió abandonar periodismo y seguir una nueva vocación en ciencias políticas o asuntos internacionales, la habitación ha seguido esperándola. "Incluye cama, tele, baño propio y cocina propia", enumera. "A mí me gusta mucho vivir sola, estar a mis tiempos. Buscar un arriendo es muy difícil, y arrendar sola es caro".
"La única opción para una persona que esté sola es optar a una pensión", explica Valentina, "donde hay que compartir la cocina y otros lugares comunes con más estudiantes; o buscar un arriendo compartido con algún compañero", pero los precios para estos espacios llegan incluso a los $560.000. "Además, me dijeron que los lugares más bacanes ya estaban tomados por estudiantes que en diciembre se aseguraron, y ahora solo quedan las cosas más caras o más feas".
LA COMUNIDAD DE LA PENSIÓN
Joaquín Borquez es estudiante de ingeniería civil eléctrica y le faltan unos tres años para terminar la carrera. Es de Alto Hospicio, y sus años de mechón los pasó en un departamento de Placeres, donde arrendaba con un amigo por $440.000 un espacio amoblado, que incluía gastos comunes, agua, gas y lavadora, pero el internet se pagaba aparte. Antes de la crisis sanitaria se mudó a la histórica pensión Malfatti, también en Placeres, donde pagaba $140.000.
"Durante los años de pandemia nos guardaron el cupo, y nos cobraron $20.000 mensuales para mantenerlo", cuenta Joaquín, "pero en el segundo año ya no nos cobraban nada". Sobre lo que diferencia al departamento y a la pensión, precisa que esta última tiene limitaciones sociales mucho más estrictas. "Si quieres invitar a un amigo a carretear, no se puede. Y con la cocina tienes que esperar a que la desocupen para poder cocinar".
El 11 de noviembre del 2017, Brunella Brassea Hax tomó la responsabilidad compartida de la pensión Malfatti junto a su pareja, familiar del dueño original del espacio. En el año 2018, eran 19 los estudiantes que se alojaban en el lugar. "Yo les destaqué que vivíamos en una residencia comunitaria. Les decía que convivimos en una comunidad desde el amor, respeto, empatía, confianza, solidaridad y tolerancia", enumera Brassea.
Para compatibilizar, por un lado, su propia familia, su carrera de trabajo social (de la que se titula este año) y por la otra la nueva autonomía e independencia de estos jóvenes de otras regiones, Brunella estableció líneas de coordinación a través de whatsapp con los pensionistas y sus apoderados, además de fijar reglas estructuradas acerca del mantenimiento y aseo de los espacios comunes. "Además mi pareja tiene un hijo de 12 años, por lo que se les dice (a los jóvenes) que este es un lugar familiar".
Brunella terminó el 2021 con tres estudiantes, y se proyecta para este nuevo año una convivencia responsable. "Somos seres humanos, no todos somos iguales, pero es una experiencia reconfortante ver cómo un grupo de personas puede convivir en una comunidad, mientras se respete, se tolere y empatice con las demás personas", reflexiona Brassea, mientras espera que los jóvenes nuevos que lleguen este año lo hagan dispuestos a respetar el espacio, a medida que los pensionistas empiecen a egresar.
En el centro de Valparaíso, a metros de la casa central de la PUCV, Myriam Suárez, administradora de la pensión Mundo Universitario ofrece habitaciones a $180.000, que incluyen luz, agua, wifi, cable y cocina. Sus criterios para arrendar son bastante estrictos, por lo general solo a estudiantes de la misma Universidad Católica, aunque afirma que distingue a un potencial pensionista solo por la voz que se filtra por el intercomunicador.
"Por lo general a mí me tocan excelentes niños, no recibo a cualquiera. Uno al conversar sabe quién es quién", afirma Myriam, quien se negó a abrir sus puertas a viajeros durante la pandemia, pero que sí recibe a familiares de otros pensionistas. "De repente viene la abuelita con sus nietos, y ellos después siguen estudiando otros cinco o seis años. Aquí he tenido a familias enteras, y a niños que han egresado para ser excelentes profesionales". 2
Si quieres invitar a un amigo a carretear, no se puede. Y con la cocina tienes que esperar a que la desocupen".
(Los arrendatarios) tienen miedo por la pandemia, de que los estudiantes no son estables".
Mi experiencia buscando arriendos ha sido, cuanto menos, caótica. No encuentro nada medianamente razonable".
A mí me gusta mucho vivir sola, estar a mis tiempos. Buscar un arriendo es muy difícil, y arrendar sola es caro".
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