Precisiones jurídicas tras polémica decisión
El término de la concesión del Parque Cultural de Valparaíso (PCdV) es una decisión polémica que exige revisar las condiciones de uso del lugar. Lo que importa es que realmente sea un espacio abierto a la cultura, no un reducto político, y los ingresos se inviertan en la mantención, evitando una fronda burocrática que consuma esas entradas.
Polémica resulta la decisión de la seremi de Bienes Nacionales, Rosario Pérez, mediante la cual dio término a la concesión del Parque Cultural de Valparaíso (PCdV). El recinto que ocupó la vieja prisión porteña, reacondicionado mediante una importante inversión pública, está destinado, originalmente, a la realización de actividades culturales. En sus inicios en esa condición se registraron diversos problemas, tras lo cual se decidió entregarlo en concesión a una asociación presidida por un directorio integrado por personas vinculadas a diversos sectores, algunas de ellas designadas por el Gobierno. Actualmente, el directorio es presidido por el arquitecto Roberto Barría y la dirección ejecutiva está a cargo de la funcionaria Nélida Pozo.
La decisión de poner término a la concesión se basa en que en el lugar se han desarrollado, afirma la seremi, eventos "organizados, gestionados e implementados por una productora particular, vendiéndose las entradas para su ingreso". Las entradas tenían valores que iban desde los $12.000 a los $14.000 y se vendían mediante un sistema digital. La condición comercial de la actividad estaría vulnerando las normas de la concesión. A ello se suma la realización de un espectáculo a beneficio de los llamados "presos de la revuelta".
Ante esas afirmaciones, Barría explicó que las actividades que implican cobro de entrada "constituyen solamente un incremento del patrimonio propio de la Asociación (que opera el Parque), que se utilizan como autofinanciamiento para el normal funcionamiento del inmueble fiscal".
Nélida Pozo, en tanto, descalificando al Gobierno saliente y aludiendo incluso al recurrido "negacionismo" y a los derechos humanos, afirmó que a la seremi Pérez le molestó "la realización de un concierto de apoyo a los familiares de las y los presos políticos de la revuelta".
Es cierto que las decisiones de la seremi que en pocos días más deja su cargo pueden ser revertidas, pero se abre la interrogante sobre las formas de uso del recinto que, en último término, es fiscal. Esta decisión, polémica, sin duda, más allá de las encendidas afirmaciones políticas, da oportunidad para una clarificación jurídica de los alcances de la concesión incluso, al tratarse de un bien fiscal, con intervención de la Contraloría.
En esa dirección se deben buscar precisiones jurídicas para evitar problemas futuros e interpretaciones polémicas. La idea de convertir la antigua cárcel en un recinto cultural y la importante inversión pública allí realizada, exige evitar diferencias de interpretación en su uso y en la gestión del recinto, que anteriormente ha tenido diversos problemas. Lo que importa es que realmente sea un espacio abierto para la cultura, no un reducto político; y si existen ingresos, se inviertan en la mantención del lugar, evitando la creación de una fronda burocrática que consuma esas entradas.